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martes, 28 de junio de 2016

Las ciudades-estado antiguas. Mesopotamia: los sumerios.

  Aproximadamente 5.000 años antes de nuestra era, los pueblos asentados en la región septentrional de la Mesopotamia Asiática se encontraban distribuidos en muchas aldeas autosuficientes que se apoyaban fundamentalmente en la agricultura. Más al sur, las tierras se encontraban mucho menos pobladas porque las crecidas de los ríos y sus consecuentes inundaciones afectaban a los cultivos y complicaban el desarrollo de poblaciones.
  Hacia el 3.500 a.C., los sumerios, provenientes de Asia Central (pueblos asiánicos), se instalaron en la Baja Mesopotamia e iniciaron un progresivo proceso de urbanización. Desde un primer momento, se fueron instalando a partir de pequeñas migraciones, con la finalidad de observar las condiciones del terreno e informar su era óptimo para vivir allí. El mencionado proceso de urbanización llevó a la conformación de cerca de 30 ciudades-estado independientes. Los mismos buscaron quedarse en las tierras cercanas a la desembocadura de los ríos Tigris y Éufrates, por el carácter fértil de la región. Tuvieron los saberes necesarios para poder controlar el comportamiento de los ríos, y así hicieron canales, diques y acequias que posibilitaron el desarrollo agrícola. De ella provenían diversos productos de consumo como el trigo, la cebada, la vid y los dátiles. Además, se dedicaron a la ganadería (cerdos, cabras, asnos y carneros), y también a la pesca.
  Los canales de riego favorecieron el aumento de la producción agropecuaria, que desencadenó en el crecimiento demográfico. A partir de esto se dieron las ciudades, que se organizaron como ciudades-estado independientes con sus propios recursos y autoridades.
  Las ciudades se fueron dando en torno a grandes templos, edificios vinculados directamente al culto sagrado a sus dioses, donde además se daban las tareas administrativas, políticas y económicas. Estaban construidos con ladrillos de adoba, y se elevaban sobre terrazas, cuya finalidad era enaltecerlos en comparación al resto de las construcciones, además de protegerlos de las inundaciones. Cerca de ellos había establos y depósitos para proteger a los ganados y cereales. De esta forma, vemos como los sacerdotes tenía poder político y económico, por encima del Rey (ensi), encargado de las autoridades civiles.
  A su vez, dentro de las ciudades se notaba la jerarquía social, ya que no todos desempeñaban las mismas funciones (gobernantes, sacerdotes, artesanos, agricultores y campesinos), mostrando una clara división del trabajo.
  Hacia el 2.800 a.C., el poder de los reyes aumentó, y terminaron desplazando a los sacerdotes como principales autoridades, como consecuencia del crecimiento de las ciudades y los conflictos entre la población. Todo ello hizo necesarias a las autoridades, normas y leyes. Asimismo, los soberanos tuvieron que hacerse cargo de la regulación de las tierras, el ganado, el agua, la organización de los ejércitos y el comercio. Este último aspecto se desarrolló a lo largo de los años, y así nacieron tesoros y grandes riquezas, que condujeron a la urgencia de hacer murallas y fortificaciones para cuidarse de pueblos y ciudades externas. Vale la pena remarcar que no existía el dinero como lo conocemos en la actualidad, y por lo tanto predominó un sistema de trueques.
  El gobierno se organizaba bajo una monarquía teocrática, donde el rey era un representante de los dioses en la tierra, que ejercía funciones de gobierno, administrativas, militares y religiosas, además de que las tierras eran propiedad del estado. El centro del poder político y económico se trasladó al palacio. Vale la pena aclarar que los reyes eran jefes militares que ganaron poder y prestigio a partir de su desempeño en la defensa de la ciudad y las conquistas militares.

Templo sumerio

  Los sacerdotes tuvieron una gran importancia en estas sociedades, ya que se los veía como intermediarios entre los dioses y las personas, y a cambio de sus tareas no pagaban impuestos, recibían tierras y cobraban tributos. Su lugar por excelencia era el templo (zigurat), donde como representantes de la divinidad local, debían hacer cumplir sus leyes de organización social y de otras necesidades como la defensa, los canales de riego y la organización de la producción. Estos lugares tenían sus propios depósitos, granjas y establos.
  La religión de los sumerios era politeísta, y pensaban que los dioses habían creado al mundo y a los hombres. Cada ciudad supo tener a su dios principal, entre los cuales se destacaron Enki (dios de la tierra), Enlil (dios del viento y las tempestades), Nannar (dios de la luna), Utu (dios del sol), y Aru (dios del cielo). Relacionaban a sus éxitos y fracasos con la voluntad de los dioses. Los sacerdotes dirigían los rituales, como el del matrimonio sagrado entre Inanna (diosa del amor y la fertilidad), y Dumuzi (dios del ganado y la agricultura), en el cual el rey representaban a éste último y una sacerdotisa a la primera, rogando por buenas cosechas y prosperidad económica.
  En cuanto a lo social, en el marco de una clara división del trabajo, se distinguieron los pastores, labradores, artesanos, alfareros, comerciantes, tejedores, carpinteros y curadores. Según las taras que desempeñaban, una persona podía tener mayor o menor capacidad de acumular riquezas, y en consecuencia de poder. Los excedentes comenzaron a ser usados para beneficiar a sectores como los sacerdotes, comerciantes, soldados y artesanos, dándose una nueva división social.
  Emparentada al desarrollo agropecuario, nació la escritura como necesidad de controlar los crecientes excedentes. La escritura cuneiforme (en forma de cúnea), permitió el registro de la producción agrícola, así como también para acumular saberes y fundamentar el orden social, además de servirles a los reyes para dejar constancia de sus obras de gobierno. Se daba sobre tablas de arcilla fresca que eran secadas al sol o cocinadas, y la herramienta principal era un punzón de caña o hueso.

  Retomando el tema de las creencias, ellos pensaban que la astronomía influía sobre la sociedad. De allí invenciones como las del calendario sumerio (2 meses lunares) y la medición sexagesimal (60 minutos=1 hora; 60 segundos=1 minuto). A su vez, los arqueólogos encontraron tablillas con leyendas, mitos, poemas y proverbios, que dejaron importantes datos sobre la cosmovisión mesopotámica. 


Fuentes
https://myrozco.wordpress.com/los-sumerios/
Cristófori, Alejandro y Zappettin, María Cecilia (2009). Ciencias Sociales 1. Desde los comienzos de la historia y la geografía humanas hasta el fin de la Edad Media. Buenos Aires, Aique, pp. 116-119.
Galliano, Alejandro; Katz, Mariana y otros (2015). Ciencias Sociales. Historia y espacios geográficos desde el origen del hombre hasta la Edad Media. Buenos Aires, Edelvives, pp. 68-71. 

Escritura cuneiforme


viernes, 24 de junio de 2016

''El desarrollo de la ganadería en Buenos Aires Colonial. Faenas, unidades productivas y alternativas mercantiles a comienzos del Siglo XVIII'', en III Encuentro de Investigación ''Dr. Rogelio C. Paredes'', Universidad de Morón, 14 de noviembre de 2015.

 Introducción
  Estamos de acuerdo que la ganadería fue una rama productiva de fundamental importancia para la campaña de Buenos Aires y el Litoral Rioplatense en líneas generales. La misma se fue desarrollando a lo largo de todo el Período Colonial pasando por distintas e importantes transformaciones en cuanto a la producción se refiere (organización de las faenas y unidades productivas, tipos de ganado más relevantes, etc.).
  El objetivo de esta ponencia se centra en el análisis de los cambios que se fueron produciendo en las prácticas y establecimientos productivos ganaderos durante los primeros decenios del Siglo XVIII. Se ha elegido dicho período para hacer el repaso analítico por varias razones: a) la extinción de un recurso privilegiado como lo fuera (desde la fundación de Buenos Aires y durante toda la centuria anterior) el ganado vacuno cimarrón; b) el crecimiento demográfico dentro de la jurisdicción, sobre todo llegando a mediados de Siglo; c) la división territorial (y con esto, de las zonas rurales), en distintas jurisdicciones (desde 1726 con el Cabildo de Montevideo y efectivamente a partir de 1759 con el de Luján); d) la consolidación de nuevas explotaciones pecuarias y la conformación de establecimientos productivos más concentrados en la cría de ganados.
  Partiremos de la base de que fue la extinción del ganado vacuno salvaje la que ayudó a la consolidación de nuevas prácticas en torno a dicho tipo de animales: las recogidas organizadas y las estancias de cría más orientadas en este sentido. A su vez, la ganadería vacuna supo coexistir con otra variante de la actividad pecuaria, la cual tuvo mucha mayor relevancia hasta bien entrado este período: la cría y comercialización de mulas, destinadas fundamentalmente hacia el Alto Perú. Asimismo, la agricultura, sobre todo la del cereal (para los productos de consumo en el mercado local), no estuvo ausente en los establecimientos de cría, contradiciendo la visión ‘‘tradicional’’ de que la producción de cereales carecía de importancia en las estancias. Por eso es que se toma en el análisis la idea de establecimientos ‘‘mixtos’’.
  Todas estas caracterizaciones se profundizarán a partir del análisis de distintas fuentes correspondientes al período 1723-1759: testimonios extraídos de las medidas tomadas por el principal órgano político a nivel local (Acuerdos del Cabildo de Buenos Aires), más descripciones y estadísticas armadas desde los datos brindados por los padrones rurales (1726, 1738 y 1744) y las sucesiones (inventarios, tasaciones de bienes, testamentarias) que representan a aquellos establecimientos que poseían ganados.



La ganadería bonaerense durante el Siglo XVIII
  La ganadería en el Litoral Rioplatense colonial constituye un tema que ha sido abordado desde múltiples perspectivas, fuentes y objetos de estudio planteados. En lo que toca a los intereses de esta investigación, habría que concentrarse particularmente sobre dos ejes temáticos: a) las prácticas pecuarias y sus características; b) los diferentes mercados coloniales a los cuales se dedicaban.
  En cuanto al primer punto destacado, resulta preciso resaltar los aportes de autores como Emilio Coni y Enrique Wedovoy. El primero, en su famoso libro sobre las vaquerías en el Río de La Plata, sostuvo que la extinción del ganado cimarrón fue lo que condujo a los cambios en las formas de explotación del vacuno, puesto que mientras hubo este tipo de animales disponibles, la cría ocupaba un lugar secundario[1]. Por su lado, el segundo de estos autores relaciona a la aparición de las estancias de cría con la tendencia natural de los animales a reunirse cerca de los cursos de agua, formándose una especie de sistema de pastoreo a campo abierto que permitía a los criadores juntar al ganado, castrarlo y marcarlo, entre otras cosas[2]. Siguiendo esta misma línea, Carlos Mayo agregó que a medida que se acababan los planteles salvajes se fue imponiendo la cría en las estancias por sobre la mera caza[3].
  La extinción del recurso en cuestión ha sido un tema que mantuvo cierta importancia en la historiografía colonial hasta hace unas décadas atrás. Tulio Halperín Donghi definió con mucha simpleza la situación hacia comienzos de la centuria, cuando la naturaleza destructiva de las vaquerías condujo a la inevitable extinción del cimarrón, puesto que la caza exclusiva no permitía la cría[4]. Dicho agotamiento, que se percibe desde los años 20 del Siglo XVIII, fue causante, según Garavaglia, no solamente de cambios en las actividades productivas, sino de las nuevas orientaciones seguidas por las incursiones indígenas que empezaron a intensificarse sobre las estancias[5], como consecuencia lógica. De esta forma, se trató de un condicionante importante no solamente para la producción rural, sino para la situación social de la campaña en general.
  En cuanto a las formas que fue tomando la explotación pecuaria, existen distintos puntos de vista al respecto. Hacia comienzos del período que aquí nos toca, las vaquerías tradicionales[6] llegaban a su fin como actividad vacuna por excelencia. Una vez extinto el cimarrón, la ganadería vacuna fue consolidándose en las recogidas y las estancias de cría. Respecto a las primeras, Carlos Mayo, luego de analizar las instrucciones planteadas en el Siglo XIX por Juan Manuel de Rosas, argumenta que las recogidas, el pastoreo y vigilancia del ganado representaban, todavía en ese entonces, una de las actividades más regulares, incluso dentro de los establecimientos[7]. A su vez, las recogidas presentaban sus variantes: por un lado estaban las que se hacían sobre los ganados alzados que se escapaban de las unidades productivas en los campos del margen occidental del Río de la Plata, con el objetivo de repoblar las tierras de cría; por otro lado, las que se efectuaban sobre los todavía abundantes cimarrones de la Banda Oriental (en la tierras pertenecientes a la jurisdicción capitular de Buenos Aires), los cuales servían para hacer faenas diversas. Se profundizará más adelante sobre estas prácticas.
  En cuanto a los establecimientos de producción pecuaria, éstos fueron caracterizados de diferentes maneras por los especialistas teniendo en cuenta fundamentalmente fuentes protocolares como las sucesiones, inventarios de estancias, tasaciones de bienes, etc. Tomando el período 1740-1820, Carlos Mayo, parándose desde una perspectiva de análisis regional (lo que él denomina la ‘‘pampa’’ bonaerense), analizó 66 establecimientos identificados como estancias, sobre los cuales pudo obtener algunas conclusiones de importancia: en primer término, el ganado representaba lo principal entre las inversiones, teniendo fundamental papel dentro del mismo el vacuno (presente en 59/66 establecimientos), al igual que el mular (presente en el 93,92% de los mismos, desde la apreciación de los sitios que contaban con caballos y yeguas de cría), mientras que las ovejas tuvieron una presencia poco despreciable (63%) pese a su poco valor monetario, pudiéndose desprender de todo esto la diversificación del stock ganadero como una realidad; en segundo lugar, los cuantiosos gastos que se hacían en esclavos, fundamentales como mano de obra estable, y tierras (abundantes pero baratas); en lo que corresponde a las condiciones materiales de vida, se produjo una aproximación a viviendas más bien modestas, al igual que su mobiliario, las cuales solían contar con capillas en su interior; por su parte, las herramientas no representaban un gasto demasiado abultado (10% del capital total invertido), siendo importantes para apreciar la presencia de prácticas agrícolas (atahonas), ganaderas (marcas, yerros, etc.), y de un sector textil doméstico en base a la utilización de la lana[8].
  Garavaglia, analizando el recorte extendido de 1750-1815, pudo elaborar un modelo teórico definido como ‘‘establecimiento típico’’, el cual se caracterizaba por el fuerte peso de los vacunos y de los animales destinados a la producción mular, llamando la atención que el promedio de extensión territorial sea de 2.500 hectáreas. Más precisamente, se componía de 790 vacas, 490 ovejas, 300 equinos y 40 mulares[9] (vale aclarar que éstos aparecen muy pocas veces definidos como tales en las fuentes). De esta manera, el autor mantiene una postura elaborada similar a la de Mayo, al menos en cuanto a la importancia de bovinos y mulas, destinados a los mercados ya mencionados al principio.
  Asimismo, estudios anteriores, aunque distintos en perspectiva de análisis y metodologías, muestran que la presencia de vacunos y mulares en los establecimientos no es exclusiva de la segunda mitad del siglo XVIII. Rodolfo González Lebrero, quien analizó sucesiones correspondientes al lapso 1602-1640, período en el cual las vaquerías tradicionales tenían mucho más auge en la campaña bonaerense, arribó a conclusiones muy interesantes: a) tanto las chacras como las estancias desempeñaban prácticas agrícolas (en ambos tipos de establecimientos se encontraron atahonas, percheles y molinillos, destacándose herramientas como hachas, hoces y otros instrumentos como carretas y amasadores; b) respecto al ganado, el 93% de las unidades contaban con ganado vacuno, mientras que en las chacras primaban las lecheras; c) el resto de las especies eran de menor importancia cuantitativa, llamando la atención el alto porcentaje de cerdos registrados (78%), y la poca relevancia que le otorga el autor a los mulares[10]. Estos puntos serán puestos en discusión para las fuentes correspondientes al período 1723-1759.
  Por otro lado, existen estudios elaborados desde la historia local-regional, los cuales resultan muy interesantes para desarrollar algunas cuestiones. Analizando la estancia betlemita de Fontezuela (1753-1809), Tulio Halperín Donghi demostró a nivel de estudio de caso la importancia que radicaba en la complementación existente entre la mano de obra libre y la esclava (los representantes de esta última significaban uno de los gastos más pesados según los libros de cuentas del establecimiento); el segundo gran aporte está en lo desarrollado acerca de la producción pecuaria y su relación con los mercados, destacándose principalmente la cría de mulas (para los mercados del Norte minero) y el ganado vacuno con sus distintas alternativas (cueros y novillos para el abasto de carne)[11].
  Respecto a este último tema, el cual no carece para nada de importancia para los intereses de esta exposición, Juan Carlos Garavaglia sostiene, a partir del análisis de los inventarios, diezmos, cartas y testimonios del Cabildo, que existieron diferentes corrientes mercantiles para la ganadería bonaerense: el mercado local (carne, grasa, sebo, etc.), las diversas ferias regionales (vacas y mulas enviadas a pie) y el mercado exterior (cueros)[12]. Estas bases teóricas son tenidas en cuenta a la hora de analizar y elaborar los datos de la primera mitad del siglo XVIII.
  Por último, se deben tratar los establecimientos productivos siguiendo algún tipo de clasificación. En este sentido, sirve mucho la distinción hecha por Garavaglia en quintas, chacras, estancias de cercanías y estancias. Las primeras eran las ubicadas en el ejido de la Ciudad, y se dedicaban más que nada a la producción agrícola-forrajera. Las segundas, cercanas a la zona urbana, también se caracterizaban por la fuerza de la agricultura, aunque no se descarta la presencia de ganados. Las estancias de cercanías eran aquellos establecimientos ‘‘mixtos’’, en cuanto complementaban agricultura con ganadería. Por último, las estancias eran explotaciones más extensas y alejadas del mercado citadino, mayormente especializadas en la cría de animales[13]. Partiendo de esta clasificación, se analizarán y caracterizarán los establecimientos productivos del período seleccionado, haciendo hincapié en la ganadería y sus alternativas mercantiles más importantes: los bovinos y las mulas. Asimismo, no se abandona la idea de la producción mixta, en el sentido de complementación entre los diferentes tipos de ganadería y la agricultura.

El ganado vacuno: explotación y cría
  Ya se ha dicho que el estudio de las prácticas pecuarias centradas en el ganado vacuno deben ser distinguidas en dos partes: los distintos tipos de recogidas (de alzados y de cimarrones) y los establecimientos productivos.
  En cuanto a las primeras, hay que señalar la diferencia, en cuanto a características y procedimientos, de las recolecciones de alzados organizadas por los vecinos criadores, autoridades rurales y el Cabildo de Buenos Aires para buscar los animales que se escapaban de las tierras en busca de agua de las planificadas para realizar sobre los planteles de salvajes que todavía abundaban en las campañas de la Banda Oriental correspondientes a la misma jurisdicción capitular[14].
  Las recogidas de alzados consistían en salir a juntar ganados que se alzaban o que se internaban en la campaña para buscar agua. Los criadores iban a buscarlos y solían identificarlos por las marcas y/o señales, lo cual trajo muchos problemas. El objetivo central era más que las faenas, el devolver los ganados a las unidades productivas. Estas recolecciones a campo abierto de alzados y sus crías, más el reparto de orejanos en prorratea[15] entre los vecinos ganaderos eran algo común a comienzos del siglo XVIII[16]. La abundancia del ganado cimarrón en el Río de la Plata había permitido, durante el siglo anterior, el desarrollo de una empresa recolectora-cazadora. Pronto, algunos vecinos lograron hacerse de la propiedad de los ganados, diferenciándose así del ganado cimarrón, que pertenecía a los vecinos accioneros, pero que dejaría de existir en algunos puntos de la región hacia comienzos del siglo XVIII, dando paso a otras explotaciones como las estancias de alzados. En las mismas, las reservas de rodeo manso servían como fuentes de grasa, sebo y cueros, y dichos animales se criaban con libertad, teniendo esto como consecuencia la dispersión de los mismos durante el alzamiento (por causas de motivos naturales como las sequías y la consecuente partida en busca de aguas). Según Osvaldo Pérez, estas prácticas productivas tuvieron como elemento dinamizador fundamentalmente la producción de cueros para el mercado externo, cuyo crecimiento en la demanda se dio antes del boom causado por la apertura del Libre Comercio desde 1778, y que dicha demanda fue amortiguada en primera instancia por los alzados y orejanos más que por el ganado manso de las estancias[17].
  Los testimonios que se desprenden de las reuniones del Cabildo porteño permiten apreciar el funcionamiento de estas expediciones de búsqueda y captura de los alzados. Aparentemente, el Ayuntamiento se encargaba de dar los permisos, organizarlas y de fijar cómo se haría la redistribución del recurso obtenido. En este sentido, hay un caso correspondiente al pago de la Matanza que resulta ilustrativo: en los vecinos salieron a la campaña a hacer la recogida de los ganados que allí se hallaban dispersos. Éstos recogieron porciones considerables sin marcas ni señales. El Cuerpo Capitular nombró al Teniente Domingo Díaz para que cuidara quienes eran los vecinos que entraban a la campaña a hacer la recogida de ganado y hacerles declarar con qué licencia la habían realizado. En caso de no tener licencia, se ordenó que se embargaran las cabezas de ganado recogidas[18]. Ese mismo año, el mismo designado comunicaba a los capitulares que ya se encontraba en la estancia de Antonio Gutiérrez del pago de La Matanza para llevar adelante el cumplimiento de la comisión que se le había otorgado por el Alcalde de Primer Voto Juan Gutiérrez de Paz[19]. En este caso, puede apreciarse el accionar del Cabildo en cuanto a las licencias y su control, el nombramiento de comisionados para que se ocuparan de prever problemas y el ordenamiento de sanciones contra posibles infracciones sobre el ganado.
  Hay casos que son más explicativos para otras cuestiones, como la conformación de estancias de alzados. El ya nombrado Domingo Díaz envío una carta en la cual informaba sobre que se había encontrado con Gutiérrez en una de las estancias del difunto Juan De Rocha. Gutiérrez traía el ganado recogido en presencia de ‘‘buenas personas’’, argumentando que había entrado a la campaña a hacer la recogida por orden de Gaspar de Bustamante, Alcalde Provincial. Para demostrarlo, le mostró a Domingo Díaz la orden de dicho Alcalde. Se hallaron 700 cabezas de ganado vacuno entre grande y chico, además se registraron 130 orejanos, y el resto eran animales con diferentes marcas y señales, las cuales no se identificaron todas debido a su variedad. Con este ejemplo, puede apreciarse cómo hubo vecinos que repoblaban sus planteles de ganado con alzados, como fue el caso de don Juan de Rocha, quien años antes había actuado como Alcalde de la Hermandad, encargado de recogidas en varias oportunidades y también ocupándose del abasto de carne[20]. Asimismo, puede notarse la distinción entre el ganado mayor y los orejanos, aquellos que por ser muy jóvenes no poseían aún marcas ni señales, por lo que eran repartidos en prorratea.
   Por otra parte, el Cabildo eran quien se ocupaba de que se controlaran las licencias, como cuando en 1749 el Capitán Tomas Billoldo, que había venido con su gente del pago de la Magdalena, recogió 134 cabezas que les correspondían a él y a otros vecinos según sus marcas, presentando las órdenes que le dieron los mismos para que las recogiera. Se le obligó a dar cuenta de ello[21]. Otros casos ayudan a considerar cómo había ciertas facultades correspondientes exclusivamente a la Sala Capitular: en ese mismo año Juan Gutiérrez de Lea, Alcalde de la Santa Hermandad, recordó que Gaspar de Bustamante, Alcalde Provincial de la Santa Hermandad, no tenía la facultad ni jurisdicción para dar licencias ni mandar a que los vecinos hiciesen recogidas de ganado. Dichas facultades eran del Cabildo. El mismo que cada uno de los vecinos de Areco saliera a recoger sus ganados y se mandó a juntar todas las licencias y autos que se hubiesen dado sin su permiso[22].
  Otro punto primordial era el nombramiento de vecinos con comisiones especiales para determinados asuntos que involucraban a las prácticas pecuarias, como cuando en octubre de ese mismo año de 1749, se nombró un comisionado para que controle a aquellos que especulaban con las marcas y señales para recoger ganado. Se estableció una pena de 50 pesos para los españoles, 100 azotes para los negros, mulatos, esclavos y libertos[23].
  Al mismo tiempo, existieron otras problemáticas en torno a las recogidas de ganados, tal como podían ser los traslados de poblaciones en las zonas rurales de frontera, causadas fundamentalmente por las incursiones indígenas, las cuales fueron muy intensas en la región desde el decenio de 1740. En 1746 se registró un caso interesante, cuando el Gobernador de Buenos Aires estableció que los vecinos de Santa Fe que querían trasladar sus haciendas hasta San Nicolás de los Arroyos por la amenaza de los ‘‘indios’’, tenían la obligación de estar al servicio de la Ciudad con sus armas, sus caballos, sus personas y su ganado. El ganado sería pagado a los vecinos con puntualidad siempre y cuando se contara con dinero en la Caja de Arbitrios[24]. Podrían enumerarse otros casos en los cuales se ve la relación entre las recogidas de alzados y la situación de la frontera abierta: por ejemplo, en 1739 el encargado de las expediciones armadas, Juan de Sa Martín, propuso ante el Ayuntamiento que ya era tiempo para que se le dieran las providencias necesarias para hacer las recogidas de ganado y caballadas contra los ‘‘indios infieles’’[25]. Aquí puede deducirse el carácter armado de las salidas de vecinos, además de la interacción entre encargados, vecinos y cabildantes por estos problemas. Según Garavaglia, las tensiones con los ‘‘infieles’’ se intensificaron en la campaña bonaerense, sobre todo en las zonas de frontera, a partir de la extinción del ganado cimarrón visible desde los años 20 de la centuria en cuestión, lo cual condujo a un cambio de orientación de las malocas al saqueo de estancias[26].
  Sin embargo, dichas prácticas anteriormente mencionadas y descriptas predominaron en la Banda Occidental de la campaña bonaerense y en las cercanías de la ciudad de Santa Fe. Por otro lado estaban las vaquerías que se realizaban sobre los abundantes cimarrones disponibles en la Banda Oriental. Sobre éstas, también correspondían al Cabildo porteño las principales atribuciones. Para Juan Carlos Garavaglia, al menos desde 1719 ya existía un ganado denominado ‘‘invernado’’ en Buenos Aires, haciendo referencia a los animales alzados que se recogían en la parte occidental y sobre todo a los cimarrones que todavía abundaban en el otro margen del Plata[27]. En este sentido, las vaquerías tradicionales quedaron concentradas en los campos entrerrianos y orientales, en donde la actividad fue tan importante que fue necesario el repoblamiento ganadero[28]. Con respecto a la finalidad de estas recogidas y vaquerías que tenían lugar en las zonas rurales en donde todavía abundaba ese tipo de vacunos, es más que evidente que estuvieron orientadas a más de una necesidad y a diversas rutas mercantiles. Entre ellas se destacaron la obtención de animales para el abasto de carne, las faenas para hacer cueros y piezas de grasa y sebo, los envíos de animales en pie hacia el Alto Perú argentífero y el repoblamiento de estancias de cría en donde hacían falta los animales[29].
  Son muchos los casos útiles para ejemplificar esos rasgos de las recogidas en ‘‘la otra banda’’. Por ejemplo, 1726, se presentó una petición de Don Gerónimo de Escobar para hacer 100 piezas de sebo y grasa en la Banda Oriental en el plazo de dos meses. Se le concedió licencia con la condición de que trajera dicha cantidad de sebo y grasa para el abasto de la Ciudad de Buenos Aires. También se le concedió una licencia con las mismas condiciones a Don Alonso Suárez, quien no especificó la cantidad de piezas que quería realizar[30]; ese mismo año se concedió licencia a Domingo Monzón para hacer piezas de sebo y grasa en la Banda Oriental con la condición que sirviera al abasto de esta jurisdicción[31]. Al mismo tiempo que se ocupaba de las faenas para producir sebo y grasa, debía encargarse de regularlas en determinadas situaciones y de imponer autoridad para evitar excesos que perjudicaran desde su óptica al bien público: en 1733 se mencionaba como, a causa de la falta de ganados y como consecuencia de grasa y sebo, había vecinos que no encontraban las velas y  el jabón que necesitaban[32]; 7 años más tarde se mandó a los comisionados a que prohibieran la saca de sebo y grasa por los perjuicios que seguirían de no evitarse la misma[33].
  Sin dudas, lo que más les interesaba a los vecinos y las autoridades era el vacuno para hacer cueros y para el abasto de carne de la jurisdicción. En este sentido, el Cabildo también se encargaba de dar las licencias correspondientes, de organizar y de regular las prácticas productivas. En esos casos, el Cabildo también era el encargado de dar los permisos y administrar los recursos. En 1723, por ejemplo, se dio lugar para hacer 25.000 cueros en tierras de la Banda Oriental, los cuales fueron fijados a 11 pesos por pieza, contra los 13 que valían los de la Banda Occidental, donde para esa misma partida se consiguieron 15.000[34]; mucho más avanzado el período, en 1749, Juan de Vargas solicitaba mediante comprar cueros producidos en la Jurisdicción de Buenos Aires y cargarlos en el navío ‘‘Nuestra Señora de la Luz’’, ya que no había los suficientes en otros lugares, para lo cual creía necesario que se les permitiera a los vecinos hacer las matanzas suficientes para que pudieran venderle todos los que necesitaba[35]; ese mismo año, Gabriel Antonio Gómez pidió permiso para despachar desde Buenos Aires a dos navíos que aguantasen hasta 350 toneladas, el cual se le concedió con algunas condiciones: para cargar el navío con productos de la Jurisdicción, que sean los más convenientes; que pagara los derechos correspondientes por dicha acción; y que los pagara en todas las ciudades de la Provincia en las cuales cargara productos[36]. Aquí pueden notarse otras atribuciones capitulares relevantes en relación a las recogidas, vaquerías y producción de cueros:
·         El Cabildo daba permisos para hacer cueros a los vecinos criadores de la ciudad.
·         El mismo se encargaba de fijar los precios a los cuales debían venderse dichos efectos.
·         También debía autorizar la carga de los navíos compradores de cueros.
  Al mismo tiempo, otra de las finalidades más destacadas era la del abasto de carne, para lo cual se utilizaban aquellos animales del ‘‘ganado invernado’’ que menciona Garavaglia como traído desde la Banda Oriental para suplir las necesidades de la población[37]. Por ejemplo, en 1726 se presentó un auto proveído por el Gobernador, en el cual hacía referencia a los pregones otorgados al abasto de carne en virtud de la postura del Capitán Juan de Rocha, encargado de las vaquerías en la Banda Oriental, por el que mandó que se hiciera cuanto antes el remate de dicho abasto en la persona que fuera más conveniente para ese fin[38]. Más adelante ese mismo año se presentó un auto del día anterior por el Gobernador en vista de los autos presentados anteriormente sobre la carnicería anual, por lo que los miembros del Ayuntamiento nombraron de común acuerdo como diputado al alcalde de segundo voto, para que se hiciese responsable de los mataderos y que el fiel ejecutor se hiciera cargo de las vacas que debían traerse para el matadero, las cuales serían sacrificadas entre diciembre y febrero los días lunes, miércoles y viernes[39]. En este caso, puede apreciarse como había algunos casos en los cuales el ganado era recogido en la otra banda para ser invertido en el abasto de carne local.
  Sin embargo, el procedimiento más común consistía en que el Cabildo convocara y se encargara de difundir el remate público del derecho al abasto de carne anual, el cual se realizaba entre los vecinos criadores de Buenos Aires. El caso de 1734 sirve mucho para ilustrar este proceso: el 5 de abril el Ayuntamiento mandó a pregonar el abasto de carne anual de la Ciudad; el 4 de mayo los miembros de la Sala acordaron, una vez dados los pregones, que se saquen a remate y se dieran a quienes le fuera más favorable al bienestar de la República, y que se informara de todo al Gobernador;  cinco días después este último  mandó a que avisaran a los vecinos sobre el remate del abasto de carne en las juntas que solían hacerse en las capillas de Areco, Luján, Magdalena y el pago de Las Conchas para que algunos vecinos que pudiesen hicieran sus posturas al respecto[40]. De esta forma, se pueden diferenciar 3 etapas fundamentales: convocatoria, remate y divulgación. Finalmente, el derecho recaía en quien hiciera la mejor postura posible, tanto en cuanto a la cantidad de animales y su precio.
  Por otra parte es preciso analizar los establecimientos productivos, que desde bien temprano en la Época Colonial tuvieron cierta dedicación a la cría de vacunos. Tras el análisis de 34 sucesiones, González Lebrero demostró la existencia de chacras y estancias ganaderas a principios del Siglo XVII, donde se destacaron el ganado vacuno, ovino y porcino[41]. Por su parte, Azcuy Ameghino, sosteniendo una postura distinta a partir del estudio de Actas Capitulares, que en las primeras explotaciones ganaderas comenzaron con una clara orientación al ganado mular, lo cual está directamente relacionado con el engarce con el espacio peruano[42]. Este punto será discutido con los padrones y sucesiones.
  En lo que toca al ganado vacuno durante la primera mitad del siglo XVIII, se pueden decir varias cosas. En primer lugar, la existencia de establecimientos clasificados como chacras y estancias, en el sentido de más orientadas a la agricultura del cereal (ver último apartado) o a la ganadería, con superioridad de las últimas por sobre las primeras, al menos en líneas generales (Ver gráfico 1). Por otra parte, es innegable la existencia de distintas especies de ganado dentro de los establecimientos: en las unidades productivas analizadas hemos tenido datos sobre vacas, bueyes, caballos, yeguas, burros y ovinos. Según los padrones, los principales animales de cría fueron los vacunos y los involucrados en la cría de mulas (yeguas y caballos), lo cual no es un dato menor (Ver gráfico 2). Sin lugar a dudas, se trató de las especies más importantes, en cantidades y en salidas mercantiles. Por eso, se debe analizarlas a partir de otros datos más precisos brindados por las sucesiones del período seleccionado, para establecer una relación entre ambos.

Los establecimientos productivos: el ganado
  Ahora bien, ¿qué describen las fuentes consultadas acerca de los establecimientos productivos que poseían ganados? A partir del análisis de 60 UP correspondientes al período 1726-1759, se pudieron elaborar importantes datos y caracterizaciones sobre la organización de las mismas, los tipos de ganado que predominaban y la relación entre la ganadería y la agricultura.
  Yendo más puntualmente a las características, habría que decir que las explotaciones pecuarias lejos estaban de ser homogéneas, sino que aparecen diferentes realidades. Por ejemplo, había grandes estancias como las que habían quedado de don Miguel de Riblos en Areco: dentro de las mismas se encontraron burros hechores, caballos, 14 bueyes, 869 mulas, más de 4000 yeguas de cría, 806 vacas, 410 terneros, 30 caballos mansos, 800 reses herradas, entre otras cosas[43]. Otro caso aproximado es el de don Lorenzo Rodríguez, quien también presentaba un stock ganadero bastante robusto y diversificado: en 1745 se contaron entre sus propiedades 1280 vacas, 50 terneras, mulas, yeguas madrinas, 80 caballos, 50 bueyes, 1500 ovejas y otras 6 manadas de yeguas[44].  En este punto, los datos brindados por los padrones resultan útiles e ilustrativos: por ejemplo, en 1738 Antonio Gelves, vecino de Arrecifes, declaró tener 500 cabezas de vacuno, 300 yeguas, 30 caballos y 400 ovejas[45]; don Fernando Quintana poseía 1000 vacas, 2000 yeguas y 20 caballos[46]; Tomás de Arroyo, criador de Magdalena, en 1744 registró 1500 vacas y 3000 ovejas entre sus tierras de estancia y chacra[47].
  Al mismo tiempo, tenían lugar en la campaña otros establecimientos también orientados hacia la ganadería, pero que eran de menor tamaño. Tal fue el caso de don Joseph de Esquivel, que si bien tenía 800 varas de tierras, acusó tener 3 vacas, 5 bueyes mansos, 6 caballos y 2 novillos[48]; el Capitán Antonio Barragán, de Luján, solo tenía 50 vacas y 50 yeguas[49], en 1744, Pedro Gómez y Gonzalo Cabrera, ambos de Magdalena, vivían de los 50 vacunos que poseía cada uno[50].
  Por último, no hay que olvidarse de los pequeños pastores, es decir, aquellos que, ya fuesen propietarios de tierras o no, se mantenían de la cría de algunas pocas cabezas, destinadas más que nada al mercado local o el autoconsumo. Los ejemplos son muy numerosos, pero no viene al caso citar aquí más que algunos representativos de la situación: la viuda del difunto Lagos, de Cañada de la Cruz, únicamente tenía ‘‘algunas vacas’’, mientras que Gregorio Pereira, vecino suyo, unos pocos caballos[51]; Juan de Bustos, de Pesquería, vivía gracias a sus ‘‘pocos animales’’, al igual que Faustino Coello[52].
  Lo que interesa de todos estos casos, tiene que ver principalmente con dos realidades: a) las diferentes situaciones que vivían los distintos grupos de la campaña; b) la diversificación de la producción pecuaria en todos los niveles, respondiendo a la idea ya planteada de las alternativas mercantiles dentro del espacio colonial y de una economía insertada en un ‘‘mercado mundial’’.
  En cuanto a las alternativas mercantiles, éstas son visibles si uno se pone a analizar tanto los datos brindados por los padrones como las descripciones del ganado que aparecen en las sucesiones. Como quedó sentado en los gráficos anteriores, dentro de los establecimientos ganaderos y ‘‘mixtos’’ predominaban los vacunos y los animales vinculados a la producción de mulas. Si uno revista los datos de las UP, se vuelve a comprobar esta idea. Sobre un total de 60 establecimientos con ganado, 34 (56,7%) tenían tanto vacas como mulares (mulas, yeguas y/o burros hechores), mientras que solamente uno tenía únicamente vacunos y otro se dedicaba solo a las yeguas. Esto nos dice algo fundamental: la complementación entre ambos tipos de animales. A su vez, el 100% de los establecimientos con ganado tenían alguna de estas especies.
  Por otra parte, vale la pena señalar que tanto bovinos como mulares (sumando yeguas de cría, mulas y burros), aparecen en grandes cantidades. Los números dan como cifras totales 12520 vacunos y 9629 cabezas en la producción mular. Esto quiere decir, que tomando la primera mitad del siglo XVIII y algunos años más, se puede ver cómo los establecimientos se van orientando progresivamente hacia la cría de vacunos, pero que la de mulas sigue teniendo un papel muy importante hasta bien entrada dicha centuria por lo menos. Estos números dan un promedio de 160,5 ‘‘mulas’’ y 208,7 vacunos por UP. En cuanto a la relación entre ambas tipos de ganado, la misma es de 1,3 vacas por cada ‘‘mular’’, siendo por lo tanto muy pareja en este período. Es preciso señalar que la cría de mulas era una práctica que requería una inversión de capitales y especialización mucho mayores, así como también era más arriesgada en cuanto a pérdidas de crías. A su vez, dentro del proceso de la ‘‘fabricación’’ de este híbrido entraban en juego varias especias: yeguas de cría, caballos y burros hechores. El proceso consistía en la reproducción manipulada por el hombre entre las yeguas y los burros hechores, aquellos que eran acostumbrados desde sus primeros días a convivir con las yeguas. Para eso, era preciso sacrificar crías de caballo y colocar las pieles sobre el burrito cubriéndolo con la misma, para que de esta manera pudiera ser integrado en las manadas. De esta forma, no solamente era complejo y costoso, sino que también el ganado mular se veía condicionado por el stock de ganado equino y sus variaciones[53].
  Resulta interesante hablar un poco de esta última actividad antes de cerrar el apartado, ya que la misma tuvo mucha importancia para la economía rioplatense colonial desde comienzos del siglo XVII, lo cual se ve reflejado todavía en las fuentes trabajadas para esta ponencia. Ya en el siglo XVI existía un ‘‘espacio peruano’’ (tomando las palabras de Carlos Assadourian) centrado en Lima y Potosí como principales centros económicos. ‘‘Este espacio, que abarcaba desde Quito hasta el Río de La Plata, estaba articulado por el capital mercantil generado en esos dos centros, sobre todo por la minería potosina’’[54]. Para autores como Assadourian y Gustavo Paz, la región pampeana formaba parte de este ‘‘espacio peruano’’, cuya característica principal era que ‘‘la demanda de mercancías por parte de Lima y Potosí generaba una especialización regional de la producción de las diferentes subregiones dentro del espacio peruano. La consecuencia fundamental fue la formación de un mercado interno de mercancías provistas por las diferentes regiones y consumidas dentro del espacio peruano, en particular en los dos centros de desarrollo’’[55]. Para Gustavo Paz, la importancia de la cría y comercialización de mulas desde la subregión rioplatense fue que su circulación ‘‘articuló un espacio económico entre Buenos Aires y el Perú desde comienzos del siglo XVII que perduró hasta fines del período colonial’’[56].
  Con respecto al origen de la cría de mulas destinadas al mercado limeño-potosino, existen diferentes opiniones. Para Assadourian, ésta actividad comenzó a desarrollarse en forma importante por primera vez en el área de Córdoba hacia comienzos del siglo XVII (entre 1610-1630), naciendo como adaptación a las necesidades del mercado peruano, que necesitaba de estos híbridos como elementos de transporte (sobre todo en las minas del Potosí, cuya superficie es de muy difícil adaptación para otros tipos de animales de carga, como por ejemplo los bueyes)[57]. Paz sostiene que comenzó a consolidarse recién hacia fines del siglo XVII, y Salta se transformó en un centro de acumulación de mulas en donde se compraban y vendían estos animales[58]. Según esta hipótesis, las mulas se criaban mayoritariamente en Córdoba y se concentraban en el mercado salteño, para luego se llevadas por quienes las compraban hacia diferentes puntos del Alto Perú.
  Además, se trataba de una actividad compleja, mucho más que el usufructo del ganado vacuno cimarrón, puesto que, a diferencia de éste último, ‘‘es un animal doméstico que exige ciertas técnicas para su reproducción y una especial dedicación en las diferentes etapas que llegan hasta su venta: seleccionar y separar los conjuntos reproductores, cuidar de la alimentación de las pequeñas crisis, capar los machos, marcar los animales con el hierro, amansados’’[59]. Por suerte para los productores y comerciantes, ‘‘estas nuevas especies incorporadas al ecosistema pampeano por el proceso  colonial europeo se adaptaron ventajosamente a las condiciones ambientales de esta región’’[60].
  Ahora, se harán algunas aproximaciones a la economía rural ‘‘mixta’’, con la idea de poder ver si se daba o no cierta relación complementaria entre la ganadería y la producción agrícola.

Los establecimientos ‘‘mixtos’’
  Partiendo del análisis de inventarios para el período 1750-1815, Juan Carlos Garavaglia supo demostrar, entre otras cosas, la existencia prácticas agrícolas en las denominadas estancias, y en definitiva una relación de complementariedad más que de contraposición entre la producción de cereales y animales[61]. En este apartado se parte de la idea de que, además, las chacras, reconocidas como UP fundamentalmente agrícolas, también se concentraban, aunque en menor medida, en la cría de animales para distintos fines.
  ¿Cómo hacer para notar la presencia o no de agricultura en las estancias? Como bien sostiene el autor, podría ser mediante la presencia de bueyes (para carretas y arados), o de herramientas agrícolas en los inventarios[62]. Esta relación se daba tanto en las grandes estancias ganaderas como en las pequeñas y medianas explotaciones: entre las tierras de estancias de don Francisco Casco se encontraron herramientas agrícolas y varias fanegas de trigo[63]; Joseph de Esquivel tenía estancia y además una chacra de 800 varas de frente, donde había 7 fanegas de trigo, 7 palas, una fuente de estaño, 8 hoces y carretillas[64]; don Lorenzo Rodríguez, quien contaba con cuantiosas haciendas, también tenía arados, azadas, tachos, 2 carretones, 3 carretas, un molino de tiro, caballos y bueyes[65].
  Casos como los anteriores permiten pensar en que había UP reconocidas como estancias dedicadas en menor medida a la agricultura. A su vez, existían las chacras y pequeñas explotaciones que complementaban ambas ramas de la economía colonial. Por ejemplo, José Díaz de Adorno, un pequeño productor de Las Conchas, complementaba la cría de ovejas con la de bueyes y el uso arados para explotaciones agrícolas[66]; Miguel Díaz, de Luján, poseía algunas vacas lecheras y ovejas, sirviéndose además de bueyes para arar[67]; Joseph Jufré criaba bueyes y caballos pero además sembraba[68]; Julio Celiz tenía vacas y ovejas, y además una tahona[69]; ya en 1744, Juan de Valdivia, chacarero de La Matanza, se dedicaba también a la cría de vacas y yeguas[70]; Diego de Videla se mantenía de sus vacas lecheras y los productos de su chacra[71]; Juan Manuel de Arce (1734) tenía una chacra con árboles frutales, donde además se encontraron herramientas agrícolas, 60 mulas, 27 mansas, 10 bueyes, 2 yeguas madrinas y 4 caballos mansos[72]; en las chacras del Capitán Francisco Cordero había yeguas, mulas, vacas, terneras, caballos y esclavos[73]. Todas estas descripciones permiten apreciar que en UP medianas o menores, o en las más especializadas en la producción agrícola, también había cría de animales diversificada para los distintos mercados.
  Respecto a la importancia de la agricultura, habría que sostener que esta se concentraba más que nada en la de cereales, y entre estos la del trigo. Este era un elemento fundamental para la elaboración de panificados, central en la dieta de los porteños y bonaerenses de aquella época. Sin ir más lejos, el Cabildo estimaba en 1721 que se necesitaban entre 15.000 y 16.000 fanegas anuales para alimentar a todos, mientras que a fines de la centuria la cifra superaba las 80.000 y a comienzos de la siguiente oscilaba entre 96.000 y 120.000 por año[74]. En lo que respecta a nuestro período, algunos datos pueden ser de utilidad:

Cosechas de trigo en Buenos Aires[75]
Año
Diezmo
Cosecha
1724
1.938
22.674
1738
5.097
59.634

  En definitiva, las fuentes consultadas permiten percibir la presencia de agricultura en las UP ganaderas y de ganadería en las más agrícolas. Sería interesante profundizar más esta relación y el protagonismo de los cereales a partir de la interacción entre diferentes fuentes.

Conclusiones
  Luego de analizar diferentes fuentes (Acuerdos y Archivos Capitulares, Sucesiones, Padrones rurales), se han alcanzado algunas conclusiones provisionales en lo que respecta a las prácticas y formas productivas de la primera mitad del Siglo XVIII:
·         El ganado vacuno y las prácticas productivas en torno al mismo fueron sufriendo transformaciones a lo largo de este recorte: a) la caza condujo progresivamente a la extinción del cimarrón; b) a partir de ello se consolidaron otras formas de aprovechar los derivados de estos animales: las recogidas de ganado y las estancias cría; c) se configuraron diferentes tipos de recogidas: las de alzados para repoblar estancias (Banda Occidental) y las destinadas a faenar o a ‘‘importar’’ cimarrones (Banda Oriental).
·         El Cabildo, sus funcionarios y vecinos designados intervenían activamente en problemáticas vinculadas a las vaquerías, redistribución de los animales recogidos, control de licencias, marcas y señales, permisos o prohibiciones para las distintas faenas, abasto de carne, etc.
·         Las estancias bonaerenses se concentraron fundamentalmente en dos tipos de ganado: vacuno y mular. Los mismos respondían a diversos intereses mercantiles: cueros (mercado exterior), grasa, sebo y carne (mercado local y transacciones regionales), animales en pie (para abastecer de carne a los mercados del Norte minero, y de mulas para los trabajos en las explotaciones argentíferas).
·         Dentro de los ‘‘hacendados’’ (en cuanto propietarios de ganado, en cualquier medida), existieron realidades dispares: había desde grandes propietarios y terratenientes (los menos) y un importante sector de medianos y pequeños propietarios (pastores y labradores).
·         Un porcentaje considerable de las UP que contaba con ganados diversificaban sus stocks por las razones económicas y explicadas, indistintamente de si se trataba de terratenientes estancieros o campesinos de poca monta.
·         La mayoría de los establecimientos analizados presentaban una producción ‘‘mixta’’, en el sentido de que complementaban, con mayor pesos de la ganadería, a esta última con la agricultura, fundamentalmente del cereal (vista a través de los utensilios y las fanegas de trigo).
·         La producción agrícola parecía ser, al menos teniendo en cuenta los datos elaborados más los brindados por el Cabildo y los diezmos de 1724 y 1738, bastante importante, casi exclusivamente para el consumo local.




[1] CONI, E. (1979). Las vaquerías en el Río de la Plata. Buenos Aires, Platero, p. 24.
[2] WEDOVOY, E. (1990). La estancia argentina. Explotación capitalista o bárbara. Buenos Aires, Mimeo, p. 29.
[3] MAYO, C. (2004). Estancia y sociedad en la pampa (1740-1820). Buenos Aires, Biblos, p. 39.
[4] HALPERÍN DONGHI, T. (2010). Historia contemporánea de América Latina. Buenos Aires, Alianza, p. 41.
[5] GARAVAGLIA, J. C. (1999). Pastores y labradores de Buenos Aires. Una historia agraria de la campaña bonaerense 1700-1830. Buenos Aires, De la flor, p. 39.
[6] Se hace referencia a las expediciones de caza organizadas por las autoridades y los vecinos para salir a buscar vacunos cimarrones, cazarlos y extraer recursos fundamentales como el cuero (pieza principal de la faena, por su importancia para la exportación), sebo, grade y carne para el abasto local.
[7] MAYO, C. Op. Cit., p. 48.
[8] MAYO, C. Op. Cit., pp. 40-43.
[9] GARAVAGLIA, J. C. Op. Cit., p. 131.
[10] GONZÁLEZ LEBRERO, R. (1993). ‘‘Chacras y estancias en Buenos Aires a comienzos del siglo XVII’’, en FRADKIN, R. (Compilador). La historia agraria del Río de la Plata colonial. Los establecimientos productivos (II), Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, pp. 71-87.
[11] HALPERÍN DONGHI, T. (1993). ‘‘Una estancia en la campaña de Buenos Aires, Fontezuela, 1753-1809’’, en FRADKIN, R. (Compilador). La historia agraria del Río de la Plata colonial. Los establecimientos productivos (I), Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, pp. 45-65.
[12] GARAVAGLIA, J. C. (1999). Op. Cit., pp. 216-218.
[13] Ibídem, pp. 123-175.
[14] PELOZATTO REILLY, M. L. (2015). ‘‘El Cabildo, los vecinos y la utilización de ‘la otra banda’ como territorio alternativo en la economía rural colonial. Buenos Aires y Santa Fe durante la extinción del ganado cimarrón y las vaquerías tradicionales (1720-1750)’’, en Estudios Históricos, Centro de Documentación Histórica del Río de la Plata y Brasil ‘‘Dr. Walter Rela’’, Año VII, Nº 14, p. 8.
[15] Los ganados orejanos, es decir, aquellos que eran jóvenes y no estaban marcados (en teoría no debían estarlo) eran repartidos proporcionalmente entre los vecinos. Por ejemplo, 40 crías a un criador que tuviera 4 vacas con su marca. Vale aclarar que los repartimientos no eran exactos.
[16] PÉREZ, O. (1996). ‘‘Tipos de producción ganadera en el Río de la Plata colonial. La estancia de alzados’’. En: AZCUY AMEGHINO, Eduardo (Director). Poder terrateniente, relaciones de producción y orden colonial. Buenos Aires, Fernando García Cambeiro,  p. 152.
[17] Se recomienda para ampliar sobre este tema ver el trabajo de Osvaldo Pérez (1996). ‘‘Tipos de producción ganadera en el Río de la Plata colonial. La estancia de alzados’’, en AZCUY AMEGHINO, Eduardo (Director). Poder terrateniente, relaciones de producción y orden colonial’’. Buenos Aires: Fernando García Cambeiro, pp. 151-184.
[18] AGN, Sala IX, Archivo del Cabildo, 19-2-3, f. 302.
[19] Ibídem, f. 302b.
[20] Ver PELOZATTO REILLY, M. L. (2015). ‘‘Recogidas de ganado y repoblamiento de estancias en el contexto local bonaerense: el rol de un vecino hacendado de La Matanza durante las primeras décadas del siglo XVIII’’, en Carta Informativa XXXVIII de la Junta de Estudios Históricos del Partido de La Matanza, 26 págs.
[21] AGN, Sala IX, Archivo del Cabildo, 19-2-3, f. 303.
[22] Ibídem, fols. 304-304b.
[23] Ibídem, f. 305b.
[24] AGN, Sala IX, Archivo del Cabildo, 19-2-2.
[25] AGN, AECBA, Serie II, Tomo VIII, p. 76.
[26] GARAVAGLIA, J. C. Op. Cit., p. 39.
[27] Ibídem, p. 216.
[28] FRADKIN, R. (2000). ‘‘El mundo rural colonial’’, en TARDETER, E. (Director). Nueva Historia Argentina. Tomo II: la sociedad colonial, Buenos Aires, Sudamericana,  pp. 270-271.
[29] GARAVAGLIA, Juan Carlos. Op. Cit., pp. 216-217.
[30]AGN, AECBA, Serie II, Tomo V, p. 620.
[31] Ibídem, p. 608.
[32] AGN, AECBA, Serie II, Tomo VI, p. 659.
[33] AGN, AECBA, Serie II, Tomo VIII, p. 136.
[34] AGN, AECBA, Serie II, Tomo V, p. 139.
[35] AGN, Sala IX, AC, 1747-1750, 19-2-3.
[36] Ibídem, pp. 188-188b.
[37] GARAVAGLIA, J. C. Op. Cit., p. 216.
[38] AGN, AECBA, Serie II, Tomo V, p. 686.
[39] Ibídem, p. 696.
[40] AGN, AECBA, Serie II, Tomo VII, pp. 45, 67 y 70.
[41] GONZÁLEZ LEBRERO, R. Op. Cit., pp. 72-81.
[42] AZCUY AMEGHINO, E. (1995). El latifundio y la gran propiedad colonial rioplatense, Buenos Aires, Fernando García Cambeiro; FRADKIN, R. y GARAVAGLIA, J. C. (2009). La Argentina colonial. El Río de la Plata entre los siglos XVI y XIX, Buenos Aires, Siglo XXI, p. 45.
[43] AGN, Tribunales, Sucesiones, 8122, Sucesión de don Miguel de Riblos (1727), pp. 12-15.
[44] AGN, Tribunales, Sucesiones, 8130, Sucesión de don Lorenzo Rodríguez (1745), pp. 6-7.
[45] ANH, Documentos para la Historia Argentina, Tomo X, Padrones de la Ciudad y campaña de Buenos Aires (1726-1810), Padrón de 1738, p. 315.
[46] Ibídem, p. 317.
[47] ANH, Documentos…, Padrón de 1744, p. 701.
[48] AGN, Tribunales, Sucesiones, 5671, Tasación de bienes de don Joseph de Esquivel (1744), pp. 21-22.
[49] ANH, Documentos…, Padrón de 1738, p. 302.
[50] ANH, Documentos…, Padrón de 1744, p. 708.
[51] ANH, Documentos…, Padrón de 1738, p. 289.
[52] Ibídem, pp. 292-293.
[53] GARAVAGLIA, J. C. Op. Cit., p. 218.
[54] PAZ, G. (1999). ‘‘A la sombra del Perú: mulas, repartos y negocios en el Norte Argentino a fines de la colonia’, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana ‘’Dr. Emilio Ravignani’’, Tercera Serie, Nº 20, p. 45.
[55] Ídem.
[56] Ibídem, p. 46.
[57] Ibídem, p. 47.
[58] Ibídem, p. 48.
[59] ASSADOURIAN, C. (1982). Op. Cit., p. 42.
[60] MAZZANTI, D. y  QUINTANA, C. (2010). ‘‘Estrategias de subsistencia de las jefaturas indígenas del Siglo XVIII. Zoo arqueología de la localidad arqueológica Amalia (Tandilia Oriental) ’’, en Relaciones de la Sociedad Argentina de Antropología XXXV, Buenos Aires, p. 144.
[61] GARAVAGLIA, J. C. Op. Cit., p. 176.
[62] GARAVAGLIA, J. C. (1993). ‘‘Las ‘estancias’ de la campaña de Buenos Aires. Los medios de producción (1750-1850) ’’, en FRADKIN, R. (Compilador). La historia agraria del Río de la Plata colonial. Los establecimientos productivos (II), Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, pp. 124-134.
[63] AGN, Tribunales, Sucesiones, 5337, Sucesión de don Francisco Casco, p. 5.
[64] AGN, Tribunales, Sucesiones, 5671, Sucesión de don Joseph de Esquivel (1744), pp. 12b-13.
[65] AGN, Tribunales, Sucesiones, 8130, Sucesión de don Lorenzo Rodríguez (1745), pp. 3-7.
[66] ANH, Documentos…, Padrón de 1738, p. 307.
[67] Ibídem, p. 310.
[68] Ibídem, p. 312.
[69] Ibídem, p. 313.
[70] ANH, Documentos…, Padrón de 1744, p. 672.
[71] Ibídem, p. 674.
[72] AGN, Tribunales, Sucesiones, 3859, Sucesión de Juan Manuel Arce (1734), pp. 11-14.
[73] AGN, Tribunales, Sucesiones, 5336, Sucesión del Capitán Francisco Cordero (1746), pp. 17-18.
[74] GARAVAGLIA, J. C. (1991). ‘‘El pan de cada día: el mercado del trigo en Buenos Aires, 1700-1820’’, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana ‘‘Dr. Emilio Ravignani’’, Tercera Serie, Nº 4, p. 9.
[75] Ibídem, p. 10.