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domingo, 27 de marzo de 2016

''El Cabildo de Buenos Aires y la administración del mercado local, 1700-1750'', en II Encuentro de Investigación ''Rogelio C. Paredes'', Universidad de Morón, 14 y 15 de noviembre de 2014.

Jornadas de Investigación ‘‘Rogelio C. Paredes’’
14 y 15 de noviembre de 2014.
El Cabildo de Buenos Aires y la administración del mercado local, 1700-1750.
Mauro Luis Pelozatto Reilly.

  Ya se ha explicado que la ganadería vacuna tenía al menos dos orientaciones mercantiles principales para sus productos y derivados, entre las cuales una era el abasto del mercado local. El mismo, como se puede apreciar en las fuentes, no carecía de importancia en absoluto para los vecinos y autoridades de la ciudad y la campaña. Sin dudas, las medidas económicas de los alcaldes ordinarios y las órdenes que éstos daban a las autoridades rurales (Alcaldes de la Hermandad, comisionados, etc.), estaban directamente relacionadas a el aseguramiento de la carne y los efectos pecuarios suficientes para satisfacer las demandas de los habitantes de la urbe y su inmediata campaña.
  Algunos de los especialistas consultados en este trabajo elaboraron posturas al respecto. Un tema vinculado a todo este es, sin duda, el carácter de los efectos que se destinaban al mercado urbano. En cuanto a esto, José Luis Moreno, quien analizó exhaustivamente los padrones de 1744, sostiene la idea de un importante desarrollo de la agricultura respecto a la ganadería[1]. Por su parte, Garavaglia dice que la producción de cueros y el trigo se complementaban[2], ya que podríamos decir que los primeros eran el principal producto pecuario de exportación y el otro era un cereal que constituía una base fundamental de la dieta de los porteños de aquella época. No por nada las autoridades capitulares comentaban en ese entonces que hacia 1721 se necesitaban entre 15.000 y 16.000 fanegas para la alimentación de toda la población[3]. Empero, como ya está claro, este trabajo ha preferido centrarse en la ganadería y sus alternativas productivas y mercantiles, por lo que no se ahondará demasiado en el tema de la elaboración y comercialización del trigo y los panificados, solamente se hará mención cuando se hable del control de los precios por parte del Cabildo.
  Ya se ha argumentado anteriormente que hasta comienzos del siglo XVIII, las vaquerías tradicionales ocuparon un lugar central como explotaciones productivas, ligadas directamente a la producción de cueros destinados fundamentalmente al mercado externo. Sin embargo, como sostiene Azcuy Ameghino, parece ser que durante el siglo XVII este mercado era muy inestable, en cuanto dependía directamente de la cantidad de navíos comerciantes (legales o ilegales) que arribaran al puerto de Buenos Aires, y la frecuencia con la cual lo hacían[4]. Dicha situación conllevó a que los precios de las pieles de toros fueran irregulares, al igual que la llegada y salida de los barcos[5]. Esto no quiere decir, ni mucho menos, que el abasto local no ocupara un lugar importante entre las preocupaciones de los alcaldes ordinarios ni en los intereses de los productores bonaerenses. Sobre esto, Raúl Fradkin establece que las cacerías de ganado cimarrón no estaban destinadas exclusivamente a la extracción de cueros sino que también se exportaba ganado en pie hacia otras regiones[6]. Esta postura se podría relacionar bien con la de Garavaglia, quien demostró, mediante el análisis de diferentes fuentes para el período 1700-1830, que la ganadería rioplatense tenía distintas alternativas económicas, como el abasto de carne de la ciudad, las faenas de cueros y otros géneros (sebo y grasa), y la comercialización de animales en pie[7]. En síntesis, el ganado constituía una pieza clave en la estructura económica y productiva de la campaña bonaerense y la también para la ciudad, lo cual puede verse desde otra perspectiva como la establecida por Carlos Mayo, quien demostró que el ganado constituía la mayor inversión, por encima de la tierra y la mano de obra, dentro de las unidades productivas de este espacio según unos cuantos inventarios del período 1740-1820, llegando en algunos incluso hasta el 90%[8].
  Lo que se intenta demostrar en este capítulo es que, básicamente, el mercado local no carecía de importancia para autoridades y vecinos, y que a su vez tenía diferentes variantes económicas vinculadas a los cueros, la grasa, el sebo y la carne. Éste último producto constituye, según la línea de esta investigación, una preocupación central para el Ayuntamiento a lo largo de todo el recorte cronológico tomado (1723-1755). Mediante el estudio de las actas y el archivo capitular, se intentará ver cómo se adaptaba el Cabildo a los condicionamientos coyunturales de la economía colonial, y qué medidas se tomaban sobre la producción, los precios y las transacciones, casi siempre con una fuerte tendencia a proteger la provisión de carnes para los pobladores.
  Sin lugar a dudas, un importante número de las medidas productivas tomadas por el Cabildo buscaban, explícita o implícitamente, asegurarse el abasto de carnes y otros efectos para el consumo local, es decir, los que se comerciaban en el mercado de la ciudad y circulaban por la urbe, su inmediata campaña y otros puntos del interior.

Las faenas para hacer sebo y grasa
  Entre otras cosas, los alcaldes porteños tenían la facultad de otorgar licencias o permisos a los vecinos criadores que quisieran realizar faenas destinadas a la elaboración de piezas de sebo y grasa. Los casos sobre ello abundan: 1724, Jorge Burjes presentó un pedido para hacer grasa y sebo en Montevideo, prometiendo que traer dichos productos para el abasto de Buenos Aires, por lo que se le dio licencia durante 4 meses[9]. Ese mismo año se mostró un memorial por don Joseph Gutiérrez en el cual pedía que se le diera permiso para elaborar sebo y grasa, y siendo que no había un obligado establecido para dicha tarea, el Municipio decidió darle licencia por dos meses con el compromiso de que trajera sus productos al mercado bonaerense, dejando para él solamente lo que necesitara para consumo. Además se le dio permiso para hacer hasta 100 cueros con el ganado que iba a utilizar para hacer la grasa y el sebo[10]. el capitán Francisco Navarro pidió al Cabildo licencia para hacer algo de sebo y grasa en la Banda Oriental, para consumo familiar. Se le dio licencia por dos meses para que extrajera sebo y grasa del ganado cimarrón con la condición de que trajera productos para el abasto[11].
 Juan Jofre pidió lugar al Cabildo el 20 de marzo de 1725 para poder hacer sebo y grasa por tres meses en la Banda Oriental, el cual se le otorgó con el condicionante de que concurriera al Ayuntamiento a buscar el pase necesario para hacerlo[12]. Al año siguiente, llegó un pedido de permiso por Joseph de Mansevillaga para poder hacer 80 piezas de sebo y grasa, y otro de Jorge Burjes para hacer 100 piezas, los que fueron aprobados con la aclaración de que enviaran los productos al abasto de Buenos Aires[13]. A Juan de Soria de le dieron permiso para hacer 50 piezas de sebo y grasa en la Banda Oriental durante 3 meses, pero obligándole a que trajera dichos géneros al abasto de la ciudad, siendo el fiel ejecutor el encargado de la distribución de los mismos[14].
  En lo que respecta a los ejemplos anteriormente citados, podemos arribar a algunas conclusiones sobre las medidas capitulares:
ü  Durante el período en el cual se estaban extinguiendo las vaquerías tradicionales, el Cuerpo daba licencias para hacer piezas de sebo y grasa con una considerable frecuencia.
ü  Los permisos solían estar acompañados de condicionamientos, fundamentalmente el de traer el total de las pizas, o una parte, para el mercado de la ciudad.
ü  Lo anterior hace pensar que el sebo y la grasa también eran útiles para las necesidades de la población porteño y el consumo local. Podría pensarse en que dichas faenas estuvieran vinculadas a la fabricación de productos de consumo artesanales como las velas y los jabones, característicos del uso cotidiano.
  Si uno avanza más en el tiempo a lo largo del período, las iniciativas mantienen una estructura muy similar. Sin embargo, parece ser que no siempre se procedía de la misma manera. Más bien, la Sala Capitular debía adaptarse a diferentes situaciones coyunturales, lo cual se veía reflejado en sus medidas. Recuérdese que durante este período se estaba produciendo la extinción definitiva del cimarrón en la Banda Occidental de la campaña bonaerense, y que se estaba pasando al predominio de otras prácticas productivas como las recogidas de ganado, las cuales comenzaron a expandirse, sobre todo en los campos de la Banda Oriental, ‘‘a efectos de iniciar o aumentar los rodeos de vacunos domésticos. Simultáneamente no se habla más de ganado cimarrón y sí de alzado, o sea escapado al control de los pastores’’[15]. En este contexto, es lógico pensar en que las medidas del Ayuntamiento se orientaran al control de las cantidades de animales disponibles para hacer sebo y grasa, puesto que también había otras necesidades principales como el ganado en pie, la carne y los cueros de exportación. Por ejemplo, en 1740 se ve a los municipales ordenando a los comisionados  que prohibieran la saca de sebo y grasa por los perjuicios que seguirían de no evitarse la misma[16]. Dos años más tarde, se dio representación por el Procurador General sobre las extracciones que había de ganado vacuno hacia afuera de la Jurisdicción, como para que se impidieran las faenas de sebo y grasa, para lo cual había presentado un escrito al Gobernador, para evitar los desórdenes que esto ocasionaba proponiendo que se hiciera el repartimiento de ganado entre los criadores para que pudieren matar en el matadero según las posibilidades de cada uno[17]. En conclusión, bien podría decirse que entre 1740-1742 hubo la necesidad de limitar las extracciones de ganado para la elaboración de piezas de sebo y grasa, ya sea porque escaseaba o porque había una mayor demanda de carne y cueros, lo cual llevó a los cabildantes a optar por la limitación de licencias para los fines mencionados primero.
  Ahora bien, ¿qué sucede si se observa esta problemática a nivel regional? Por ejemplo, si tomamos el caso del Cabildo de Santa Fe, correspondiente a una zona donde también el consumo de carne y otros derivados del bovino eran importantes para el mercado local (sobre todo el de la ciudad), podría apreciarse que las políticas entorno a ello no eran muy diferentes a las tomadas por su par bonaerense. En este punto, llama la atención un caso de 1673, en donde por orden del Cabildo santafesino se cancelaron las faenas de grasa y sebo a orillas del río Carcarañá, aunque no solamente por lo temprano de éstas medidas (cuando todavía había considerables stocks de ganado salvaje), sino porque la iniciativa fue encarada por los vecinos de Santa Fe y los de Buenos Aires para controlar las matanzas[18]. Los casos similares a éstos recorren toda la mitad del siglo XVIII: a principios de 1723, por ejemplo, el Cuerpo designó al capitán Andrés de la Bastida para evitar los desórdenes que se cometían en las faenas de sebo y grasa, para verificar que las recogidas se hicieran bajo el número autorizado y evitar las clandestinas[19]. Ese mismo año, en el marco de la limitación de las vaquerías y recogidas a solo 4 por año (en realidad se realizaron 16, desobedeciendo a las autoridades), se explica bien claro que el Cabildo era el encargado de dar las licencias para hacer sebo y grasa[20]. En 1727, recibieron licencia los vecinos Pedro de Zevallos y Pedro de Mendoza, sin imposiciones significativas[21]. Dos años más tarde, cuando se le dio permiso a Antonio Monzón, se aclaraba que era vecino del pueblo de Santo Domingo, pero tampoco hay especificidades con respecto a qué debía hacer con las piezas[22]. Sin embargo, no por esto debemos pensar en que la Sala Capitular santafesina no se ocupara de asegurar el abastecimiento de productos rurales para su mercado interno, sino que habría que encontrar la explicación de la menor cantidad y frecuencia de licencias en una menor disponibilidad de ganado para hacer elaboraciones. Como muestra de ello, en algunas oportunidades el Concejo municipal tuvo que cerrar las vaquerías y explotaciones de ganado, como lo hizo en 1723, 1728, 1732 y 1737.
  A modo de cierre en esta parte, habría que decir que el Cabildo de Buenos Aires era un órgano activo en lo vinculado a la entrega o negación de licencias para hacer piezas de sebo y grasa, lo cual variaba según la disponibilidad del ganado. En el caso de Santa Fe, podría sostenerse que esto se ve mejor, en cuanto hay más posturas negativas por parte de los cabildantes, sobre todo vistas en los cierras por meses e incluso varios años de las recogidas de ganado y matanzas en general (lo que no quiere decir que esto se respetara, ni mucho menos). Lo que coincide en ambos casos es el papel protagónico del Municipio en la dirección de las faenas, notándose en el caso porteño un mayor ímpetu en asegurar la provisión de géneros para el abasto.


El abasto de carne
  Sin lugar a mayores cuestionamientos, se puede decir tranquilamente que la carne constituía un alimento clave en la dieta de los porteños de aquella época. Esto puede apreciarse, sin muchas dificultades, en las energías empleadas por los funcionarios locales en el tema de juntar todos los años la carne para alimentar a sus pobladores.
 Sin ir más lejos, habría que empezar diciendo que el Cabildo era el encargado del matadero urbano y de nombrar anualmente a los encargados del aprovisionamiento de carne. A fines de 1726, por no haber mejor postura, se nombró al alcalde de primer voto como encargado del abasto[23]. Ese mismo año,  se presentó un memorial por don Joseph Ruiz de Arellano en el que pedía que se le recibiera la carnicería, la cual finalmente fue reconocida por el Ayuntamiento[24].  Hacia 1736, el escribano capitular dio cuenta de los pregones para el abasto de carne, los cuales se sacaron a remate con citación del procurador general, el postor y el fiel ejecutor; también se acordó que sacaran a remate los pregones para el cuartillo de mulas para el día 31 de enero[25]. En 1737 el Cabildo dio concesión para abastecer de carne al mercado a don Luis  Giles, quien nombró como fiador a don Esteban Gómez[26]. Al año siguiente el mismo Luis Giles hizo postura al abasto de carne por término de un año[27]. Casos como estos son casi innumerables, y no es la idea central mencionarlos a todos ahora, sino más bien ver que existía cierto grado de intervención por parte del Cabildo en la provisión de carne.
  Para explicarlo de una manera sencilla, la concesión del derecho de abasto de carne anual funcionaba de la siguiente manera: a) los alcaldes ordinarios de ocupaban de sacar a pregón el derecho (es decir, a remate público); b) los vecinos criadores presentaban sus posturas (la cantidad de animales que podían vender y a qué precio; c) las autoridades evaluaban las proposiciones y decidían a quien darle la tarea. Este proceso podría verse más concretamente con algunos ejemplos: en 1740 Antonio Orencio del Águila, Alcalde Mayor de la Santa Hermandad, ofreció hacer postura por 2 años, lo cual fue aprobado[28], aunque luego el Alférez Real Francisco Díaz Cubas presentó un pedido en el cual hacía mejora en la postura para el abasto de carne. Al haber varias posturas hechas, se mandó a colocar dicha petición con los autos para enviarlos al Gobernador y Capitán General para que decidiera lo más conveniente[29]. Luego se acordó, teniendo en cuenta el remate  del abasto de carne por 2 años que había recaído en dicha persona, y que se lo habían dado con la condición de repartirlo entre los vecinos criadores cada 6 meses, que el susodicho debía presentar el repartimiento lo antes posible[30]. En 1742 Joseph Correa de Sa hizo postura al abasto de carne para el corriente año. Se admitió dicha postura admitiendo la posibilidad de mejoras sobre la misma[31]. A los pocos días hizo postura por 2 años el Teniente Pedro Clemente, la cual fue admitida y se continuó con los pregones[32].
  En el caso santafesino, parece ser que también se le daba importancia a la carne. Inclusive, se lo puede ver accionando desde muy temprano: ya en 1618 se registró la primera designación para el abasto, cuando el fiel ejecutor nombró al Alcalde Primero por no haber postores en condiciones de hacerlo[33]. En cuanto al mismo período aquí abordado, hay que decir que los cabildantes de Santa Fe se ocupaban del abasto de carne tomando diferentes medidas. Por ejemplo, en 1724 se autorizó al Sargento Mayor Fuentes a recoger 500 animales, de los cuales 100 debían ser para los costos de zanjeo y 200 para el abasto local[34]. Con respecto a los pregones, resulta significativo una situación que se dio en 1744, cuando  ante la escasez de abasto de carne a la población, el Teniente de Gobernador propuso rematar el matadero, y que, en caso de no haber postor, se obligarae a ello a los vecinos hacendados, prohibiéndose a cualquier persona que no sea el rematador hacer dichas matanzas y ventas. Los pregones del remate se encargan al Alcalde 1º y al Fiel Ejecutor[35]. En este caso, vemos una notoria similitud con los procesos de Buenos Aires, aunque las coyunturas fueron diferentes para las dos jurisdicciones, por faltas de ganado disponible en distintos momentos. Entre otras cosas, porque en el caso de Santa Fe, los ataques indígenas de las fronteras comenzaron a hacerse sentir con fuerza desde comienzos del siglo XVIII, lo cual llevó a despoblar gran parte de las mismas[36].

Los precios del mercado
  Otro tema que resulta fundamental a la hora de intentar comprender las consideraciones del Cabildo a la hora de implementar políticas económicas, es el de los precios para el mercado local. Este apartado parte de la idea de que los precios eran regulados por las autoridades citadinas para controlar el consumo y en cierta forma impedir los excesos en las faenas, debido a que, como ya se vio, era indispensable mantener el abasto de carne.
  Siguiendo esta línea de pensamiento, no era para nada extraño encontrarse al Cuerpo fijando los precios a los cuales se venderían los diversos efectos en los puestos de la ciudad.  A modo de ejemplo, en 1725 se mandó a que se matara a cada vaca por 10 reales, el ganado en pie valdría 12 reales por cabeza y a 14 para los navíos, la grasa y el cuero a un real por pieza[37]. Por otro lado, también evaluaba y controlaba los precios a la hora de recibir las mejores posturas para el abasto, como cuando en 1734 Francisco Díaz Cubas la hizo ofreciendo la carne a 2 reales por cuarto, el cuero a 4, el sebo y la grasa a 6, y 3 lenguas a medio real. Finalmente le concedieron dicho abasto[38]. O también, como era la regla general, solían fijarse directamente los precios de los productos del abasto urbano. Esto se hacía todos los años, como se puede ver en las actas, casos como el de 1735 que se dispuso de la siguiente manera:

Cuadro Nº 4: Aranceles del abasto de Buenos Aires (año 1735)
Productos
Precios (en reales)
Pan blanco (3 libras)
1
Pan bazo (6 libras)
1
Semillas (6 libras)
1
Vino añejo (frasco)
10
Vino ordinario (frasco)
8
Aguardiente (frasco)
11
Miel (frasco)
12
Yerba (1/2 libra)
1
Tabaco de hoja (1 libra)
4
Azúcar rubia (1 libra)
2
Azúcar blanca (1 libra)
3
Azúcar negra (1 libra)
1 ½
Tabaco de media hoja (1 libra)
3
Ají (1 almud)
5
Porotos (1 almud)
3
Lentejas (1 almud)
2
Garbanzos (1 almud)
8
Maní (1 almud)
3
Pasa de higo (1 libra)
1
Pasa de uvas (1 libra)
1
Velas (8 unidades)
1
Huevos (8 unidades)
1
Jabón blanco (2 panes)
1
Jabón negro (2 panes)
1
Grasa (2 ½ libras)
1
Sebo (1 arroba)
4
Aceite (frasco)
12
Vinagre (frasco)
4
Sal (1 almud)
5
Queso (1/2 libra)
1
Fuente: AGN, AECBA, Serie II, Tomo VII: Libros XXIII y XXIV, pp. 175-176.

  Pues bien, si se observa el cuadro anterior, pueden apreciarse algunas cosas no menores:
1)      El alto precio de los productos de elaboración artesanal con respecto a los bienes menos trabajados.
2)      El bajo costo de los productos derivados de la ganadería vacuna.
3)      No aparecen en ninguna parte del listado los precios de la res en pie, el cuarto de animal o el precio por kilos.
  Con relación al punto 1, habría que decir que es lógico pensar en un mayor precio para los géneros artesanales porque dependían directamente de un grado más complejo (y costoso) de empleo de la mano de obra disponible. En cuanto al segundo punto, hay que argumentar que todos los productos sin demasiada elaboración valían poco, por las razones recientemente expuestas: por ejemplo, la arroba de sebo costaba 4 reales contra 12 correspondientes a cada frasco de miel. Por último, no es extraño que no aparezcan los precios de la carne, puesto que, como ya se ha dicho, éstos eran fijados entre el Cabildo y los hacendados a la hora de definir el abasto de carne, mientras que el valor monetario de los cueros de exportación era establecido en las transacciones entre los alcaldes ordinarios, el Real Asiento de Gran Bretaña y los productores porteños. Se ahondará más sobre este último bosquejo más adelante en otro capítulo. En otros casos similares tampoco aparecen explícitos los precios de esos géneros, como cuando se establecieron los aranceles de 1736, donde se menciona a las mismas mercancías[39].
  En el caso de Santa Fe, se puede pensar que era algo distinto, al menos en la frecuencia de las fijaciones y los productos que se valoraban: para citar un caso, en 1727 se presentaron los precios la carne, el pan, yerba, tabaco, azúcar blanca y morena, vino y aguardientes[40]. Por otra parte, no se hacían todos los años. Hay baches entre 1715-1722, 1722-1727, 1728-1730, 1730-1735 y 1735-1739[41]. Esto se debe, sin dudas, a las diferencias regionales entre las economías pecuarias de un punto y el otro. Por lo que puede apreciarse, la producción ganadera vacuna y las faenas eran más estables y regulares en el territorio de la jurisdicción capitular de Buenos Aires.

El matadero
  Otra de las cuestiones que corresponde desarrollar aquí es la organización y regulación del matadero urbano por parte de las autoridades municipales. Según Fradkin, el abasto de carne representaba un destino fundamental para la producción ganadera[42]. Éste se concentraba fundamentalmente en el mercado de la ciudad, cuyos mataderos se organizaban, al menos en el siglo XVIII, en varios corrales donde se efectuaban las faenas de carne y demás productos[43]. Según las fuentes, una de las funciones relevantes del Ayuntamiento se basaba, justamente, en el control de dichos corrales: por ejemplo, en 1725 se leyó una carta presentada por el general don Joseph de Arellano, la misma del 2 de julio, en la cual mencionaba un matadero en construcción, anta la cual los miembros del Concejo reconocieron a dicho matadero y nombraron diputado a don Lucas para que traiga razón de dicha obra[44].
  Por otra parte, estaba la concesión del derecho de matadero que recaía sobre algunos vecinos criadores que podían llevar animales para los corrales citadinos: en 1726 los miembros del Ayuntamiento nombraron de común acuerdo como diputado al alcalde de segundo voto, para que se hiciese responsable de los mataderos y que el fiel ejecutor se hiciera cargo de las vacas que debían traerse para el matadero, las cuales serían sacrificadas entre diciembre y febrero los días lunes, miércoles y viernes[45]; ese mismo año se presentó un memorial de don Josep Ruiz de Arellano en el que pedía que se le recibiera la carnicería, la cual finalmente fue reconocida por el Ayuntamiento[46]; en 1736 los vecinos Lozano y Matías se ofrecieron como encargados del matadero de la primera y segunda semana del año, respectivamente[47]. Además de otorgar el derecho de matanzas, el Cuerpo se encargaba de fijar los precios de la carne: en 1725 el Cabildo dio la orden de matar el ganado reunido por el encargado de reunir el ganado para el abasto de la ciudad. Además se fijaron precios: que se mate a cada vaca por 10 reales, el ganado en pie valdría 12 reales por cabeza y a 14 para los navíos, la grasa y el cuero a un real[48]; ya en 1734 el fiel ejecutor, don Pedro Zamudio, dio cuenta ante el Cabildo que se estaba alterando medio real el precio de cada cuarto de carne, ya que si bien se había establecido que se vendiera el cuarto a 2 reales y medio, se estaba vendiendo a 3. Con respecto a esto, se dijo que dicho medio real no beneficiaba a los estancieros sino a los regatones que sacaban las reses en pie[49].
  Otras medidas muy importantes fueron las que se tomaban en el control del ganado reunido y los fines para los cuales se los pasaría por el matadero. Con el fin de ilustrar eso, podría mencionarse la ocasión en la cual los cabildantes, hacia 1723, designaron 12.000 cabezas que tenían reunidas exclusivamente para el abasto urbano[50]; en 1735 se presentó un decreto firmado por el gobernador al memorial presentado por Francisco Serrano, que pretendía hacer matanza en el barrio del Alto de San Pedro, en el que mandaba que la Ciudad informara en el primero acuerdo siguiente, ante lo cual el Cabildo acordó aprobar que Serrano hiciera matanza en dicho barrio, ya que los pobres vecinos se encontraban lejos del mercado de Buenos Aires, a más de 12 cuadras y con la zanja de por medio, por lo que llegar era muy difícil para ellos sobre todo en invierno y los días lluviosos[51];  por último, en 1742 el Procurador General, debido a los desórdenes generados en la campaña por las extracciones de ganado a otros lugares fuera de Buenos Aires, pidió al Cabildo y al Gobernador que el remate del abasto de carne se hiciese repartiendo los ganados entre los vecinos criadores para que cada uno realizara las matanzas en el matadero según lo que le correspondiera. El día siguiente se acordó en forma unánime que todo lo expresado por el Procurador General era conveniente y necesario para el bien público[52].
  Ahora bien, ya se ha mostrado que el abastecimiento de carne era más que necesario, al menos en la consideración de capitulares y demás funcionarios. Habría que comparar dicha actitud con el consumo de dicho producto dentro de la ciudad de Buenos Aires.

Cuadro Nº 5: Abasto anual de carne en Buenos Aires
Año
Nº de cabezas
1722
18.000
1748
25.000/30.000
Fuente: GARAVAGLIA, J.C. (1999), Pastores y labradores de Buenos Aires. Una historia agraria de la campaña bonaerense 1700-1830, Buenos Aires, Ediciones de la flor, p. 218.

  Pese a que éstas confiables estadísticas elaboradas por Garavaglia nos permiten ver la cantidad de animales ingresados al matadero solamente para los años 1722 y 1748, permiten apreciar un rasgo no menor: el alto número de animales destinados a la carne que se consumía dentro de la jurisdicción. Si bien dicho elemento era clave en la dieta de los porteños, tanto como el cereal, resulta significativo que el consumo fuera tanto considerando la población que había en ese entonces: recuérdese que, por ejemplo, en 1744 la población rural bonaerense estaba comprendida por 6.035 habitantes[53], mientras que hacia la misma fecha la ciudad contaba con 11.600 personas[54]. Esto nos daría como resultado un promedio bastante considerable de vacas consumidas por persona en un solo año. Asimismo, eso explicaría la importancia de administrar la carne dentro de las iniciativas capitulares del período, y no solo en Buenos Aires, sino también en otros puntos como la ya mencionada Santa Fe.
  También hay que hacer mención de que el mercado representaba una estructura bastante más compleja de lo que se cree, en donde ya a comienzos del siglo XVIII actuaban los ya citados encargados del abasto (vecinos criadores que proveían a la ciudad de vacunos), los carniceros (encargados de las faenas),  y los reseros o corraleros (que se ocupaban de conducir a los animales hacia el lugar)[55].



Aproximaciones finales
  Luego de analizar las fuentes capitulares de Buenos Aires (y compararlas en algunos temas con sus pares santafesinas) y ponerlas en discusión con opiniones de especialistas en ganadería colonial y destacadas estadísticas tomadas de los mismos, se han alcanzado algunas conclusiones provisionales sobre el papel del Cabildo en el mercado local:
ü  La intervención de los alcaldes ordinarios en cuestiones vinculadas al abasto fue regular y abundante durante todo el período tomado para este estudio.
ü  La carne era un elemento fundamental en la dieta diaria de los porteños, siendo que decenas de miles de bovinos entraban anualmente a las plazas comerciales de la ciudad para ser destinados a dicho alimento.
ü  Otros géneros pecuarios, como el sebo y la grasa, tuvieron un rol para nada despreciable en el mercado porteño: fundamentalmente como materia prima para la elaboración de jabones y velas, productos de uso cotidiano.
ü  Las medidas del Cabildo en torno a la carne fueron de diversa índole: fijación de precios, concesión de los derechos anuales (o en algunos casos bianuales) del abasto y las carnicerías, regulación del stock ganadero disponible para distintos fines, control sobre las faenas, etc.
ü  El control de precios y de los niveles de producción se implementaron también sobre las explotaciones de cueros, sebo y grasa. También se establecían los precios de todos los efectos que entraban en las transacciones comerciales locales, incluso los que venían de otras regiones del Virreinato del Perú.
ü  La limitación de las licencias para hacer distintas piezas fue una herramienta usada por el Gobierno Municipal para impedir (o intentar) la explotación desmedida de los vacunos recogidos.
ü  La situación no era idéntica en toda la región rioplatense: si bien las intervenciones fueron activas tanto en Buenos Aires como en Santa Fe, las suspensiones en las faenas y la falta de ganado para el consumo interno se vieron en períodos más frecuentes en el último caso, pese a que en la Banda Occidental bonaerense el cimarrón se extinguió a comienzos de la centuria en cuestión.
  A partir de estas ideas, sería interesante continuar con otras problemáticas como la relación entre los miembros del Cuerpo y la propiedad del ganado, las características de las unidades productivas, su vinculación a las vaquerías y recogidas de ganado, los grupos sociales que intervenían en la producción y el comercio, y los rasgos de las demás orientaciones mercantiles para los productos pecuarios como las ferias regionales y el mercado externo (cueros).


Bibliografía
·         AZCUY AMEGHINO, E. (1995). El latifundio y la gran propiedad colonial rioplatense, Buenos Aires, Fernando García Cambeiro.
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·         FRADKIN, R. y GARAVAGLIA, J.C. (2009). La Argentina colonial. El Río de la Plata entre los siglos XVI y XIX, Buenos Aires, Siglo XXI Editores.
·         GARAVAGLIA, J.C. (1989). ‘‘El pan de cada día: el mercado del trigo en Buenos Aires, 1700-1820’’ en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana ‘‘Dr. E. Ravignani’’, Tercera Serie, Nº 4, pp. 7-29.
·         GARAVAGLIA, J.C. (1999). Pastores y labradores de Buenos Aires. Una historia agraria de la campaña bonaerense 1700-1830, Buenos Aires, Ediciones de la flor.
·         MAYO, C. (2004). Estancia y sociedad en la pampa (1740-1820), Buenos Aires, Editorial Biblos.
·         MILLETICH, V. (2000). ‘‘El Río de la Plata en la economía colonial’’, en TANDETER, E. (Director), Nueva Historia Argentina. Tomo II: la sociedad colonial, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, pp. 189-240.
·         MORENO, J.L. (1989), ‘‘Población y sociedad en el Buenos Aires rural a mediados del siglo XVIII’’, en Desarrollo Económico, Vol. 29, Nº 114, pp. 265-282.

Fuentes
·         Archivo General de la Nación (AGN). Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires (AECBA). Serie II, Tomo V: Libros XVIII y XIX; Tomo VII: Libros XXIII y XXIV; Tomo VIII: Libros XXIV y XXV.
·         Archivo General de la Provincia de Santa Fe (AGPSF). Actas del Cabildo de Santa Fe (ACSF). Tomos I Segunda Serie, IV, IX, XI y Carpeta Nº 14 ‘‘A’’.




[1] MORENO, J.L. (1989), ‘‘Población y sociedad en el Buenos Aires rural a mediados del siglo XVIII’’, en Desarrollo Económico, Vol. 29, Nº 114, p. 266.
[2] GARAVAGLIA, J.C. (1989). ‘‘El pan de cada día: el mercado del trigo en Buenos Aires, 1700-1820’’ en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana ‘‘Dr. E. Ravignani’’, Tercera Serie, Nº 4, p. 8.
[3] Ibídem, p. 9.
[4] AZCUY AMEGHINO, E. (1995). El latifundio y la gran propiedad colonial rioplatense, Buenos Aires, Fernando García Cambeiro, p. 35.
[5] GARAVAGLIA, J.C. (1999). Pastores y labradores de Buenos Aires. Una historia agraria de la campaña bonaerense 1700-1830, Buenos Aires, Ediciones de la flor,  p. 217.
[6] FRADKIN, R. (2000). ‘‘El mundo rural colonial’’, en TANDETER, E. (Director), Nueva Historia Argentina. Tomo II: la sociedad colonial, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, p. 270.
[7] GARAVAGLIA, J.C. (1999) Op. Cit., pp. 216-217.
[8] MAYO, C. (2004). Estancia y sociedad en la pampa (1740-1820), Buenos Aires, Editorial Biblos, p. 40.
[9]AGN, AECBA, Serie II, Tomo V: Libros XVIII y XIX, p. 424.
[10] AGN, AECBA, Serie II, Tomo V: Libros XVIII y XIX, pp. 368-369.
[11] AGN, AECBA, Serie II, Tomo V: Libros XVIII y XIX, p. 363.
[12] AGN, AECBA, Serie II, Tomo V: Libros XVIII y XIX, p. 461.
[13] AGN, AECBA, Serie II, Tomo V: Libros XVIII y XIX, p. 653.
[14] AGN, AECBA, Serie II, Tomo V: Libros XVIII y XIX, p. 687.
[15] AZCUY AMEGHINO, E. (1995). Op. Cit., p. 36.
[16] AGN, AECBA, Serie II, Tomo VIII: Libros XXIV y XXV, p. 136.
[17] AGN, AECBA, Serie II, Tomo VIII: Libros XXIV y XXV, p. 329.
[18] AGPSF, ACSF, Tomo IV, Folios 318-319b.
[19] AGPSF, ACSF, Tomo IX, Folios 9-9b.
[20] AGPSF, ACSF, Tomo IX, Folios 23-31b.
[21] AGPSF, ACSF, Tomo IX, Folios 378-381b.
[22] AGPSF, ACSF, Carpeta Nº 14 ‘‘A’’, Folios 94-95b.
[23] AGN, AECBA, Serie II, Tomo V: Libros XVIII y XIX, p. 696.
[24] AGN, AECBA, Serie II, Tomo V: Libros XVIII y XIX, p. 629.
[25] AGN, AECBA, Serie II, Tomo VII: Libros XXIII y XXIV, p. 285.
[26] AGN, AECBA, Serie II, Tomo VII: Libros XXIII y XXIV, p. 387.
[27] AGN, AECBA, Serie II, Tomo VII: Libros XXIII y XXIV, p. 448.
[28] AGN, AECBA, Serie II, Tomo VIII: Libros XXIV y XXV, p. 127.
[29] AGN, AECBA, Serie II, Tomo VIII: Libros XXIV y XXV, p. 135. 
[30] AGN, AECBA, Serie II, Tomo VIII: Libros XXIV y XXV, pp. 257-258
[31] AGN, AECBA, Serie II, Tomo VIII: Libros XXIV y XXV, p. 318.
[32] AGN, AECBA, Serie II, Tomo VIII: Libros XXIV y XXV, p. 320.
[33] APSF, ACSF, Tomo I, Segunda Serie, Folios 175-175b.
[34] APSF, ACSF, Tomo IX, Folios 201-202b.
[35] AGPSF, ACSF, Tomo XI, Folios 241-242b.
[36] FRADKIN, R. y GARAVAGLIA, J.C. (2009). La Argentina colonial. El Río de la Plata entre los siglos XVI y XIX, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, p. 100.
[37] AGN, AECBA, Serie II, Tomo V: Libros XVIII y XIX, p. 455.
[38] AGN, AECBA, Serie II, Tomo VII: Libros XXIII y XXIV, p. 148.
[39] AGN, AECBA, Serie II, Tomo VII: Libros XXIII y XXIV, p. 292.
[40] AGPSF, ACSF, Tomo IX, Folios 370-371b.
[41] Ver ACSF correspondientes a este período.
[42] FRADKIN, R. (2000). Op. Cit., p. 271.
[43] GARAVAGLIA, J.C. (1999). Op. Cit., p. 226.
[44] AGN, AECBA, Serie II, Tomo V: Libros XVIII y XIX, p. 486.
[45] AGN, AECBA, Serie II, Tomo V: Libros XVIII y XIX, p. 696.
[46] AGN, AECBA, Serie II, Tomo V: Libros XVIII y XIX, p. 629.
[47] AGN, AECBA, Serie II, Tomo VII: Libros XXIII y XXIV, p. 272.
[48] AGN, AECBA, Serie II, Tomo V: Libros XVIII y XIX, p. 455.
[49] AGN, AECBA, Serie II, Tomo VII: Libros XXIII y XXIV, pp. 91-92.
[50] AGN, AECBA, Serie II, Tomo V: Libros XVIII y XIX, p. 91.
[51] AGN, AECBA, Serie II, Tomo VII: Libros XXIII y XXIV, p. 165.
[52] AGN, AECBA, Serie II, Tomo VIII: Libros XXIV y XXV, pp. 329-330.
[53] MAYO, C. (2004). Op. Cit., p. 31.
[54] MILLETICH, V. (2000). ‘‘El Río de la Plata en la economía colonial’’, en TANDETER, E. (Director), Nueva Historia Argentina. Tomo II: la sociedad colonial, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, p. 225.
[55] GARAVAGLIA, J.C. (1999). Op. Cit., p. 236.