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martes, 13 de septiembre de 2016

''La inmigración española y europea en la Argentina'', en Revista de Historia, España, 03/08/16. ISSN 2385-5312

La inmigración española y europea en la Argentina (siglos XVI al XIX)
  La inmigración en el territorio argentino no es un proceso totalmente contemporáneo, si bien su período de auge tuvo lugar entre 1880 y 1914, sino que en realidad se remonta a los primeros siglos de la época colonial (siglos XVI y XVII), período en el cual muchos europeos llegaron al territorio de la actual Argentina como funcionarios, administrativos o comerciantes. Estos eran, en su gran mayoría (por no decir su totalidad), peninsulares, y muchos de ellos llegaron como enviados por la Corona de los Austrias, para que se desempeñaran como funcionarios públicos o miembros de la Iglesia Católica, o bien como colonizadores, con el fin de poner en explotación los recursos americanos en beneficio de la Corona, y sin dudas también para beneficio de los mismos.
  Recordemos que para muchos españoles, sobre todo para los individuos pertenecientes a sectores socioeconómicamente no privilegiados, la conquista y colonización del territorio americano significaba una importante válvula de escape para su situación económica y social, en cuanto tenían la posibilidad de conseguir extensas y ricas porciones territoriales para explotar, y además les servía desde el punto de vista de que un número considerable de los mismos hacían carrera política y militar como funcionarios de la Corona o de la Iglesia. Estos eran designados por lo general directamente por el poder central español con el fin de que sirvieran como administradores públicos, explotadores territoriales y militares para proteger las diversas posesiones ultramarinas. Además, vale la pena recordar que todo español que llegaba y se instalaba en América era considerado automáticamente un hidalgo, es decir, que adquiría un status nobiliario (condición de privilegiado), aunque de menor rango del de un noble de ‘‘pura sangre’’, pero privilegiado en fin.
  Con estas intensiones de mejorar sus condiciones de vida o bien de enriquecerse, llegaron los primeros europeos al suelo americano, y también al territorio que  hoy conocemos como Argentina. Así, durante esta primera etapa, comprendida entre los siglos XVI y XVII, la mayor parte de los foráneos que llegaron a estas tierras eran de origen peninsular (sobre todo españoles). Sin embargo, no hay que hablar de inmigrantes propiamente dichos durante este período, ni tampoco durante el siglo XVIII, puesto que todavía nos encontramos ante el período de la colonia en Hispanoamérica, en el cual todavía no existían los Estados independientes, y los territorios pertenecían a la Corona española. Es por eso que no podemos hablar de extranjeros ni de inmigrantes, sino de peninsulares que se trasladaban por diversos motivos al suelo americano, suelo del cual se apropiaron durante la conquista y la colonización.
  Durante el siglo XVIII la cantidad de europeos en suelo americano creció, sobre todo a partir de las Reformas Borbónicas encabezadas por los nuevos reyes del Imperio español, los cuales trataron de fortalecer la administración estatal en todos los sentidos, desde la economía hasta la protección militar, pero sobre todo lo relacionado con el fisco regio y la administración. De esta manera, con la introducción de nuevos funcionarios públicos, muchos españoles llegaron al territorio como delegados del Absolutismo. Este crecimiento ‘‘inmigratorio’’ de finales del siglo XVIII se detuvo a principios del siglo XIX, a causa del estallido de las guerras europeas en el marco de la expansión napoleónica (1804-1815), y luego con el comenzar de las guerras de independencia hispanoamericanas. Como es lógico pensar, los períodos de guerra, tanto en el contexto europeo como en el ámbito americano, afectaron en forma considerable a la llegada de contingentes foráneos, en cuanto muchos de los hombres europeos se vieron enrolados en el ejército y las milicias de sus respectivos países durante esta época.
  Podría decirse que este período de receso de la inmigración en nuestro territorio comenzó a reactivarse a partir de las décadas de 1830 y 1840, cuando las guerras de independencia ya habían finalizado. Sin embargo, durante esos años, en estas tierras, este resurgimiento de la llegada de europeos se vio algo limitado, sobre todo por las Guerras Civiles (1810-1852) y el período del régimen rosista (1829-1852), marcados por los conflictos de carácter político-económico entre Buenos Aires y el resto de las provincias, y por la consolidación de un régimen autoritario desde Buenos Aires bajo el mando de Juan Manuel de Rosas, mediante el uso de facultades extraordinarias, la violencia y la represión, más los tratados entre los diferentes Estados provinciales para mantenerse a la cabeza de la Confederación. En este contexto, pese a que Rosas favoreció con algunos fondos estatales al proceso de inmigración, éstos fueron realmente pocos, y el mismo se vio limitado también por la violencia y la inestabilidad política del momento.

  A partir de la década de 1840, sobre todo durante la decadencia del régimen rosista, entre 1845-1848, la llegada de españoles se recuperó, al mismo tiempo que europeos de otras regiones comenzaron a emigrar hacia América del Sur. Este fue el caso, por ejemplo, de los franceses, vascos e irlandeses, sobre todo a partir de la gran crisis política y económica de 1848. De esta forma, nos encontramos, hacia fines del período rosista, con una inmigración europea más abundante y diversa, al mismo tiempo que nos hallamos ante otro tipo de inmigrantes. Los europeos que arribaron durante el siglo XVIII eran en su mayoría españoles, privilegiados desde el punto de vista de que fueron los más beneficiados en el reparto de tierras y cargos públicos; además, fueron protegidos por la Corona y por el monopolio político-económico que esta ejercía a través de sus representantes. Los que llegaron entre 1830-1850 fueron generalmente campesinos empobrecidos por las sucesivas crisis económicas que se dieron durante este período, como por ejemplo la gran Crisis de la Papa de 1848, que desencadenó en una importante inmigración de irlandeses en estas tierras.


La concepción del inmigrante y su status social no fue la misma en toda nuestra historia. Durante el siglo XVIII, los españoles y los que no lo eran estaba bien diferenciados de hecho, siendo los primeros los principales beneficiados por el sistema colonial, en cuanto ostentaban los principales cargos públicos y gozaban de un mayor nivel socioeconómico. Esta concepción cambiaría rotundamente durante el siglo XIX, cuando la inmigración fue considerada –en la Argentina más aún que en el resto de la América española- un instrumento esencial en la creación de una sociedad y una comunidad política modernas. Además, los inmigrantes del esa época habían llegado en otro contexto y desde otros puntos de Europa, con el fin de escapar de una determinada realidad política y/o económica muy adversa (en el marco de los levantamientos sociopolíticos que se dieron en el ‘‘Viejo Continente’’ durante las décadas de 1820, 1830 y 1840, y sobre todo con la Revolución de 1848 que estalló en Francia y la crisis economía que se expandió a partir de 1845).
  Muchos de estos inmigrantes eran campesinos y obreros muy empobrecidos o exiliados políticos. Sin embargo, un gran porcentaje de estos lograron mejorar su condición, integrándose al sistema productivo de la economía agro-exportadora o bien entrando en las filas del ejército, sobre todo a partir de la década de 1860. Así, muchos se convirtieron en arrendatarios, propietarios, ganaderos, importantes militares y hasta llegaron a ocupar cargos públicos significativos. Esto fue posible sobre todo a partir de 1850, gracias a la imagen del europeo como agente ‘‘civilizador’’ e ‘‘ilustrado’’ que estaba muy impregnada en las ideas de muchos pensadores liberales, como por ejemplo Sarmiento y Alberdi.
  Luego de la caída de Juan Manuel de Rosas en la Batalla de Caseros (febrero de 1852), durante el período 1852-1876 surge otra noción del inmigrante, que se vio reflejada en la situación de los mismos en la Argentina. Esta nueva concepción europeo está directamente relacionada con las ideas liberales europeizantes de los miembros intelectuales de la conocida como Generación del ’37, sobre todo Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento, quienes les atribuían un fuerte carácter civilizatorio, vinculado al ideal de progreso que tenían estos pensadores (en cuanto progreso relacionado con la modernización política, económica, social, cultural y tecnológica). Además, esta nueva corriente se apoyó en la Constitución de 1853, y posteriormente con la Ley de inmigración y colonización lanzada en 1876, durante el gobierno presidencial de Nicolás Avellaneda.
  El período del gran auge de recepción de extranjeros (1880-1914), estuvo caracterizado por la llegada principalmente de europeos (sobre todo italianos y españoles), en el marco del modelo económico agro-exportador en expansión y un importante proceso de urbanización que se estaba dando sobre todo en los grandes centros portuarios (más que nada en Buenos Aires y Rosario).
  La mencionada ley fue la primera en dar por primera vez en la Argentina una definición de inmigrante útil para reconocer quiénes eran aquellos que tenían derechos de beneficiarse de la protección del Estado Argentino y quiénes no. Según la misma, un inmigrante era el europeo, todo aquel que llegara a nuestro territorio proveniente de los puertos de Europa, o como dice el artículo 12, ‘‘todo extranjero que legase a la República para establecerse en ella, en buques de vapor o vela’’. Así, claramente se excluye de la concepción a las personas provenientes de los demás países latinoamericanos, africanos y asiáticos. Aquí vemos esa preferencia hacia el europeo, ya presente en las ideas de Alberdi y Sarmiento, vinculada con la idea del agente civilizador, quien contribuiría a la modernización del país, y en consecuencia al progreso, tras un período de ‘‘oscuridad’’ y ‘‘barbarie’’ como lo había sido la época de la Confederación Rosista (según los pensadores liberales).
  Si bien amplia, esta concepción estaba limitada en algunos aspectos. Por ejemplo, la ley de 1876 no consideraba inmigrantes a los mayores de 60 años, ni tampoco a los que llegaban en segunda o tercer clase. De esta manera, vemos una visión del inmigrante como fuerza de trabajo especializada, en el marco de una economía agrícola-ganadera en expansión, dentro de un modelo (el agro-exportador) que estaba consolidándose y creciendo cada vez más (el crecimiento sería aún mayor a partir de la Campaña al Desierto de 1879-1880 y la obtención de nuevas tierras productivas). De ahí que se fomentara a la inmigración europea, sobre todo como fuerza de trabajo para abastecer al modelo y como agentes civilizadores para contribuir al proyecto de modernización y progreso. Así, millones de foráneos llegaron a nuestro suelo a partir de 1880, siendo integrados como mano de obra dentro de la economía rural agro-exportadora y en la creciente urbanización que se estaba dando en las principales ciudades portuarias y productivas, en donde los referidos tuvieron un papel fundamental a partir de esta época y durante comienzos del siglo XX.



 Autor: Mauro Luis Pelozatto Reilly revistadehistoria.es

Referencias bibliográficas y Fuentes
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