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sábado, 23 de abril de 2016

''La ganadería colonial rioplatense en un período transición: de las vaquerías tradicionales a las estancias de cría. Una caracterización de las prácticas y los establecimientos productivos desde década de 1720'', en II Jornadas de estudiantes y graduados de Historia, UNGS, 26 y 27 de agosto de 2015

La ganadería colonial rioplatense en un período transición: de las vaquerías tradicionales a las estancias de cría. Una caracterización de las prácticas y los establecimientos productivos desde década de 1720.

Resumen
  Desde los primeros años de la fundación definitiva de Buenos Aires, la economía ha girado fundamentalmente a las prácticas productivas rurales. En primera instancia, se fue consolidando a partir de la dispersión de los animales que habían venido con los conquistadores y colonizadores españoles, el ganado vacuno cimarrón,  fuente principal de las cacerías ganaderas conocidas como vaquerías, las cuales consistían básicamente en expediciones organizadas por las autoridades y los vecinos hacendados con el objetivo de obtener los cueros (principal producto pecuario de exportación) y otros derivados del animal para el mercado local y regional.
  Hacia fines del siglo XVII y comienzos del siguiente el ganado salvaje fue escaseando y extinguiéndose progresivamente en la campaña bonaerense, ante lo cual tanto vecinos como gobernantes tuvieron que buscar soluciones y alternativas. Este proyecto de investigación tiene como eje las políticas encabezadas por el Cabildo de Buenos Aires (principal órgano político a nivel local) sobre la regulación del ganado vacuno cimarrón antes de su desaparición, la administración de nuevas formas productivas (recogidas de ganado alzado, explotación de los cimarrones disponibles en la Banda Oriental, etc.), y la redistribución de las cabezas obtenidas para diversos fines económicos. A su vez, se intentará una descripción de dichas recogidas, las cuales fueron reemplazando a las vaquerías tradicionales en la campaña bonaerense. Por último, se ha tomado como objeto de estudio hacer una caracterización de los establecimientos productivos rurales que se desarrollaron durante el período que podría denominarse de ‘‘transición’’ (a partir de la década de 1720) entras las cacerías de cimarrones, las recogidas organizadas y la consolidación de las estancias de cría. Para trabajar los objetivos planteados se analizaron fuentes como las actas y acuerdos de los cabildos de Santa Fe y Buenos Aires -para tener un panorama local aunque también más regional- (ACSF, AECBA), el Archivo del Ayuntamiento Bonaerense (AC) y datos importantes obtenidos de padrones y sucesiones de algunos vecinos destacables de la misma jurisdicción.

La extinción de las vaquerías y la transición hacia las recogidas de ganado
  Podría decirse que desde los primeros tiempos de la fundación definitiva de Buenos Aires (1580), y a lo largo de todo el siglo XVII, las vaquerías predominaron como forma de explotación pecuaria en las áreas rurales correspondientes a la banda occidental del Río de la Plata. Éstas consistían, básicamente, en la organización, por parte de los vecinos y autoridades, de expediciones grupales destinadas a cazar al ganado cimarrón que se encontraba pastando libremente por los campos. El recurso más interesante para los productores eran las pieles de toro, mientras que una considerable parte de la carne animal se desperdiciaba, sobre todo cuando las faenas se realizaban campaña adentro muy lejos del matadero urbano.
  Desde comienzos del siglo XVII, se sabe que el ganado vacuno cimarrón era abundante en los campos bonaerenses. El mismo tuvo su origen en los animales que habían llegado con los españoles conquistadores que fundaron Buenos Aires, los cuales posteriormente se fueron dispersando y huyendo, siendo considerado un bien de todos los vecinos de la jurisdicción que tenían estancia poblada[1]. Desde muy tempranamente, se encontraba al Cabildo interviniendo en dichas prácticas pecuarias, para evitar la matanza indiscriminada del vacuno salvaje.
  En primera instancia, el Cuerpo solía dar acción a los vecinos criadores sobre el ganado disponible, es decir, que generalmente solo los propietarios de cabezas tenían acceso al usufructo del cimarrón. ‘‘Estos vecinos accioneros fueron representados a partir de 1609 por el Cabildo, que corrió con la legitimación de sus títulos, la autorización de las expediciones de caza o vaquerías y la venta de cueros en las embarcaciones que se presentaban en el puerto. Los cimarrones se convirtieron, en suma, en un bien de administración comunal pero de propiedad individual’’[2]. Esto fue lo normal en la región, puesto que en otros puntos como Santa Fe de la Vera Cruz se puede hallar al municipio organizando las vaquerías desde al menos 1594[3].
  Con respecto a la intervención capitular, vale aclarar que la primera vaquería documentada en Buenos Aires data de 1609,  cuando el vecino don Francisco Maciel fue nombrado como accionero para recoger el ganado alzado y usufructuarlo[4], lo cual nos habla de cierta propiedad de dicho sujeto sobre el mismo. La pregunta sería, ¿por qué se preocupaba el gobierno municipal por nombrar este tipo de accioneros? Si bien los ganados y las tierras abundaban y eran de fácil acceso en la campaña, justamente por dichas características estructurales era muy complicado para los estancieros y las autoridades controlar a una población y un stock ganadero naturalmente disperso y móvil, lo cual fue fuente de innumerables conflictos por la propiedad y el usufructo de los recursos. Como bien sostenía Carlos Mayo, estos rasgos hicieron posible el desarrollo de una ganadería extensiva a campo abierto en estancias sin cerco, en las cuales el ganado se alzaba o se iba en busca de fuentes de agua hacia el interior de la campaña[5], la cual tenía un problema existencial: cazaba y no criaba al vacuno[6]. Por eso es que, para evitar la progresiva desaparición de este recurso, el Ayuntamiento decidía intervenir en la organización previa a las cacerías y faenas.
  Desde inicios del siglo XVII, como se ha mencionado, los alcaldes ya intervenían activamente en la concesión de acciones para vaquear y hacer corambre. Por ejemplo, en 1626 recibieron licencias para hacer vaquerías los vecinos Juan López, Domingo Griveo y el capitán Bartolomé López[7]. Y esto fue oficial no solamente en la jurisdicción del Cabildo porteño, sino también en otras regiones del Litoral como Santa Fe, cuyo gobierno se encargaba de las vaquerías desde muy temprano: ya en 1594, el Cuerpo pidió autorización para recolectar ganado cimarrón dentro de la jurisdicción de Buenos Aires[8]. Sin embargo, las acciones entraron en un bache temporal hasta 1619, cuando se comenzaron a conceder con mucha mayor regularidad, desde que se intervinieron las vaquerías que Juan Cano de la Cerda, santiagueño, estaba realizando sin control en Santa Fe[9].
  Sin embargo, los esfuerzos del Cabildo por evitar la extinción del ganado fueron insuficientes, puesto que debido a la depredación el mismo llegó a su fin entre fines del siglo XVII y comienzos del siguiente. Esto debido a la explotación desmedida por parte de los vecinos, las incursiones que llegaban de otras regiones y se llevaban ganado y los arreos realizados por grupos de nativos que acechaban las fronteras rurales hicieron que los cimarrones fueran escasos y su aprovechamiento cada vez más complicado[10]. Por otra parte, debido a que los vecinos se confiaron de la abundancia que había desde los primeros tiempos, hacia comienzos del XVIII el stock de ganado doméstico disponible era considerablemente reducido si comparamos con otros períodos posteriores: en 1713 se registraron 18.100 cabezas en la zona norte de la campaña y 12.950 hacia el sur[11].
Cuadro Nº 1: Stock de ganado doméstico en la campaña bonaerense (1713)[12]
Región Norte
18.100
Región Sur (Matanza y Magdalena)
12.950

  A su vez, es necesario aclarar que los alcaldes ordinarios no solamente se encargaban de nombrar vecinos accioneros, sino que había otros asuntos como el abasto de carne, el cual era moneda corriente en el siglo XVII. En 1696, para ejemplificar, se ve a los miembros del Cabildo nombrando a los encargados del abasto de carne y ordenando que se hicieran matanzas en los corrales de la ciudad solamente tres veces a la semana[13]. Se profundizará sobre éstas medidas y su relación con el mercado más adelante. Lamentablemente para los habitantes de la jurisdicción, hacia comienzos del siglo XVIII ya no se encontraban los suficientes animales salvajes para satisfacer las demandas de carne y cueros, por lo que se tuvieron que buscar otras alternativas productivas. La crisis del cimarrón ya era muy notoria a comienzos de dicho siglo: en los períodos 1700-1704, 1709-1710 y 1715-1719 las vaquerías fueron prohibidas por el municipio porteño, mientras que la última expedición de caza fue registrada en 1718 y finalmente en 1732 la Corona quitó al Cabildo el derecho de realizar ajustes de cueros, lo cual no es un dato menor[14].
  Empero, pese a los especificado por Harari y otros autores como Garavaglia, quien hace hincapié en las recogidas de ganado ‘‘invernado’’ en la Banda Oriental desde por lo menos 1719[15], hemos encontrado aquí algunos casos dispersos de este tipo de prácticas productivas todavía hacia 1723: ese mismo año se nombró a doña Bárbara Casco puntualmente como ‘‘una de las accioneras del ganado cimarrón’’[16]; a su vez, también se hacía mención por esos tiempos de la falta de ganados salvajes, por ejemplo cuando se presentó ante el Cabildo una petición por procurador general don Juan de Ribas en la cual hacía referencia al estado de la campaña en ese momento y la escasez de ganado vacuno, pidiendo que se hiciera una corrida general en las pampas. Teniendo en cuenta que las tierras se encontraban en tiempos de cultivo, el Cabildo no vio conveniente hacer dicha corrida. Se prefirió mandar a 5 personas (3 españoles y 2 indios) para que reconocieran las campañas y que luego informasen sobre su estado[17]. O también cuando el vecino Diego Ramírez Flores presentó una petición solicitando acción sobre el ganado cimarrón, la cual fue mandada a discusión entre las partes interesadas[18], debido a la poca disponibilidad del mismo.
  A partir de situaciones problemáticas como éstas, tanto las autoridades como los productores rurales comenzaron a enfocarse en otro tipo de prácticas productivas: las estancias de cría –sobre las cuales luego se desarrollará- y las recogidas de ganado.

Organización y finalidades de las recogidas
  Pero entonces, ¿cómo hicieron las autoridades y los vecinos criadores para solucionar la falta de ganado vacuno cimarrón?, sería la pregunta indicada aquí. Como sostiene Enrique Barba, ‘‘la situación de los rebaños salvajes provocó el directo perjuicio de los ganaderos y por consiguiente también de los indios. La disminución primero y la desaparición luego del ganado cimarrón obligaron a los dos sectores que hasta entonces lo habían aprovechado, a modificar sus modelos de actividad económica’’[19]. Como respuesta a ello, se intentó concentrar el ganado donde más o menos era posible su cuidado, dando así origen a la estancia colonial. Para otros autores como Enrique Wedovoy, en cambio, ya en el siglo XVII existía en la campaña bonaerense un sistema de pastoreo nómade a campo abierto y basado fundamentalmente en el aprovechamiento de los pastos disponibles, y en el cual el ganado era regularmente recogido, marcado y castrado[20]. Por su parte, otros autores como Mayo y Emilio Coni sostuvieron que la estancia se fue consolidando poco a poco mientras se extinguía el ganado cimarrón[21]. Se profundizará sobre las características de las estancias más adelante.
  Sin embargo, parece ser que la cría del doméstico no fue la única alternativa posible ante la desaparición del ganado salvaje disponible. Como bien descubrió Juan Carlos Garavaglia, al menos de 1719 se habla de ganado invernado para hacer referencia a las cabezas que eran recogidas en las áreas rurales de la Banda Oriental (pertenecientes a la jurisdicción de Buenos Aires) con el objetivo de abastecer el mercado de carne, entre otras cuestiones[22]. Dentro de las mismas estaban las faenas para hacer cueros, sebo y grasa para el mercado local y la exportación, y la comercialización de ganado en pie hacia los mercados del norte[23]. Según Azcuy Ameghino, ya desde el siglo XVII se había introducido el ganado vacuno en la Banda Oriental, el cual comenzó a ser explotado con mayor intensidad desde comienzos del siguiente, mediante las vaquerías que autorizaba el Cabildo de Buenos Aires, estimuladas por la creciente demanda de cueros por los Asientos de esclavos de Francia e Inglaterra y por el comercio de contrabando, favorecido por los portugueses instalados en Colonia del Sacramente desde 1680[24].
  Como en el caso de las vaquerías tradicionales, el Cabildo de Buenos Aires también se encargaba de organizar las recogidas en la Banda Oriental. Por ejemplo, en 1726 se presentó una petición en nombre de don Andrés López Pintado, en la que informaba al Cabildo que se encontraba realizando una recogida de ganado en la campaña en virtud de una aparcería que tenía con don Juan de Rocha, rematador de las vaquerías, el cual finalmente fue aprobado por la Sala Capitular[25]. Las mismas se hacían, también, dentro de las tierras ubicadas al oeste del Río de la Plata, como cuando en  1749 los vecinos del pago de La Matanza salieron a la campaña a hacer la recogida de los ganados que allí se hallaban dispersos. Éstos recogieron porciones considerables sin marcas ni señales y el Cabildo nombró al teniente Domingo Díaz para que cuidara quienes eran los vecinos que entraban a la campaña a hacer la recogida de ganado y hacerles declarar con qué licencia la habían realizado[26]. En estos dos casos vemos al cuerpo municipal encargándose de nombrar encargados de las vaquerías y dando permisos para realizarlas, como fue el caso de don Juan de Rocha en la Banda Oriental y de los vecinos de La Matanza en estos pagos.
  Además de ordenar y regular su realización, el Ayuntamiento debía ocuparse de otras cuestiones de suma importancia, como el reparto del ganado recogido, la administración de permisos, las faenas que se realizaban, y el abasto de carne, entre otras. Con respecto a las cantidades de ganado, el Cabildo trataba de ocuparse de que no fueran excesivas, y como consecuencia de ello perjudiciales para la población: en 1723 se trató sobre la vaquería que se quería realizar en el Uruguay, considerando perjudiciales las 30.000 cabezas de ganado puestas en Santa Fe establecidas en la concordia con la Compañía de Jesús, por la posibilidad de que hubiese fraude para conseguirlas y reunirlas, se asignaron 10.000 al rematador de refacción sobre las otras 30.000 y se decidió proceder esa misma tarde al remate de dicho ganado, citando a las partes para que estuvieran presentes, el rematador y los representantes de la Compañía[27]. En ese ejemplo, se lo ve mediando por la propiedad del ganado alzado entre los jesuitas, los vecinos de Buenos Aires y la jurisdicción de Santa Fe, con el fin de que no se agotaran los recursos y de que no hubiese excesos en las recolecciones organizadas. Años más tarde, el Gobernador había denunciado irregularidades en otras recogidas en la Banda Oriental, declarándose un total de 4.909 vacas faltantes, para lo cual los alcaldes ordenaron que no salieran más vecinos a hacer recogidas momentáneamente[28].
  Otro tema importante era la concesión de licencias. El gobierno municipal solía controlar la cantidad de permisos que daba a los vecinos para recoger ganado y la frecuencia de los mismos. En 1743, para mencionar un caso, cuando se mencionó una extracción de ganados hacia el Paraguay, la cual no tenía licencia reconocida por el Cabildo. Se establece que la saca de ganados y las faenas para hacer cueros no debían hacerse en perjuicio del abasto de la Ciudad, a menos que hubiera una Real Cédula que lo permitiera, lo cual no podría discutirse sino solamente obedecerse. Se nombró como diputados a los regidores Juan Vicente Betolasa y Carlos Narváez para que hicieran todo lo posible para el bien de la Ciudad y rogaran al Gobernador para que se presentara ante el Cabildo y diera la providencia que creyera conveniente[29]. En pocas palabras, los cabildantes no permitían las recolecciones sin permiso para no arriesgar el abasto de carne de la ciudad y mantener el control sobre los diferentes efectos pecuarios de importancia. Tenía la capacidad de ser el órgano político exclusivo que daba este tipo de licencias a nivel local y de prohibirlas, a menos que una orden de la Corona dijera lo contrario. También se ocupaban, como lo hicieron con un pedido presentado por los vecinos de Santa Fe (quienes pidieron 6.500 en vez de 6.000 vacas, lo cual fue concedido)[30], de especificar el número de animales que se juntarían, según lo que creyeran conveniente para el bien público.
  Un interrogante interesante aquí sería, ¿era regla común que el Cabildo se ocupara, a nivel local, de todos esos asuntos? La respuesta es afirmativa, al menos en el caso de otros puntos de la región conocida como Litoral Rioplatense. Por ejemplo, en 1723 el Cabildo de la Ciudad de Santa Fe mandó a revisar que las personas que hiciesen recogidas y matanzas sin licencias fueran castigadas con el embargo de los animales, las herramientas y útiles de tropas[31]. Más tarde, en 1728 se suspendieron las vaquerías y recogidas por 3 años, sin excepciones, y en particular para los vecinos de Corrientes que habían causado varios desórdenes en las faenas de sebo y grasa[32]. En 1737 se lo ve nombrando encargados de hacer las notificaciones de las vaquerías y dar razón de los animales recogidos en las mismas[33]. En síntesis, el cuerpo santafesino actuaba en forma similar a su par porteño, en cuanto a la organización de las recogidas, el impedimento de las mismas en caso de ser necesario, el control del stock ganadero, etc.
  Por otra parte, es preciso aclarar en este momento que las vaquerías a las que se hace referencia desde el decenio de 1720 son las que aquí llamamos recogidas de ganado (en las fuentes aparecen bajo las dos nomenclaturas), puesto que –al menos en la Banda Occidental de Buenos Aires y la Ciudad de Santa Fe-, el cimarrón se había extinguido o al menos escaseaba. Resulta oportuno tener en cuenta la diferenciación hecha por Garavaglia hace ya algunos años: los ganados domésticos eran aquellos que estaban bajo control de los hombres; los alzados eran los que ocasionalmente y como consecuencia de las sequías se dispersaban; mientras que los cimarrones eran los ganados salvajes, que se alimentaban y reproducían libremente[34]. La diferencia relevante para esta investigación está en que, por lo general, las vaquerías tradicionales se practicaban sobre ganado salvaje, y luego de la extinción de éste se consolidaron las recogidas organizadas sobre los alzados. Esto último resulta válido para el lado oeste del Río de la Plata, mientras que en la parte del Uruguay continuaron existiendo rebaños salvajes que de allí se traían periódicamente para repoblar las estancias porteñas y santafesinas[35]. De ahí que en alguno de los casos anteriormente citados se hablara de expediciones organizadas que partían directamente hacia la Banda Oriental para buscar recursos pecuarios.

Administración del ganado recogido
  Resulta central hablar ahora sobre el destino de los alzados y cimarrones recolectados. Como bien propone Garavaglia, existían distintas orientaciones mercantiles para los productos pecuarios: por un lado estaba el abasto de carne de la ciudad y su inmediata campaña, y también las faenas para hacer sebo y grasa, los cueros para exportar y el ganado en pie que se destinaba a al mercado peruano, al igual que otras actividades que se desarrollaron con la misma orientación, como la cría de mulas[36]. Asimismo, hay que destacar la producción de cueros, acaso el producto ganadero más importante en cuanto a las exportaciones que salían desde el puerto de Buenos Aires, sin tener en cuenta la plata altoperuana que correspondía a prácticamente el 80% del total de las mismas[37]. Se debería tratar aparte el tema de las faenas de cueros y los niveles de producción, aunque resulta valioso observar, por lo menos, las cantidades producidas en el período correspondiente a este trabajo, a modo de ver la importancia de dicho producto para el mercado porteño y cómo fueron creciendo en número a la largo del siglo XVIII:

Cuadro Nº 2: Exportaciones anuales de cueros desde el puerto de Buenos Aires[38]
Período
Nº de unidades
1700-1725
75.000
1725-1750
50.000
1756-1778
130.000

  Por otro lado, pero también con una importancia destacable, estaba el abasto de carne para la jurisdicción. Sin dudas, el Cabildo estuvo siempre atento a que no se pusiera en duda el abastecimiento suficiente a la hora de planificar las recogidas y demás faenas. Por ejemplo, en 1723 ya podemos encontrar a los alcaldes ordinarios sacando a remate una vaquería anual destinada exclusivamente al abasto de carne[39]; tres años más tarde, cuando se encontraron sin repartir de las vaquerías de Juan de Rocha unas 1.780 cabezas sobre un total de 6.500, y que al ser esto para los cabildantes muestra de que la población de Buenos Aires contaba ya con ganado suficiente para su manutención, decidieron repartir esos animales entre instituciones religiosas[40]; ese mismo año, se trató sobre las diligencias formadas por don Gaspar de Bustamante para hacer conteo de los vacunos que se había recogido en la campaña de la Banda Oriental, y se decidió de común acuerdo que se diera voz al procurador general sobre dichas diligencias y que informara lo más rápido posible al gobernador, para evitar que se sigan recogiendo vacas antes de que trajeran las que estaban en exceso[41]. En estos casos, vemos claramente como el gobierno municipal accionaba sobre el ganado disponible de diferentes formas, según la coyuntura: si el stock juntado no era suficiente para alimentar a la población, se hacían vaquerías directamente para eso, o se evitaba continuar con las mismas para que no hubieran excesos, y cuando el ganado abundaba, se repartía para otros fines como lo era en ese caso el repoblamiento de las estancias de diversas órdenes religiosas.

Cuadro Nº 3: Abasto anual de vacunos en Buenos Aires (por cabezas de ganado[42]
1722
18.000
1748
25.000

  Ahora bien, resulta importante el control sobre las licencias, las marcas y la penalización en caso de no cumplir. En 1726  el Cabildo ordenó que los encargados de las dos vaquerías en la Banda Oriental reintegraran el ganado que había recogido de más[43]. Citando otro caso, se sabe que el encargado de las vaquerías en 1734, don Juan de Rocha, no había cumplido con las 12.000 cabezas solicitadas, por lo que los capitulares lo enviaron de nuevo a la campaña y además se le aplicaron 2.000 pesos de multa[44]. Volviendo al caso de los vecinos de La Matanza que mencionamos en alguna oportunidad, los mismos habían salido a hacer recogidas en la campaña, encontrando porciones considerables sin marcas ni señales, ante lo cual el Cabildo nombró al teniente Domingo Díaz para que cuidara quienes eran los hombres que entraban a la campaña a hacer la recogida de ganado y hacerles declarar con qué licencia la habían realizado. En caso de no tener licencia, se ordenó que se embargaran las cabezas de ganado recogidas[45].
  En cuanto a la misma institución pero correspondiente a Santa Fe, para comparar y hacer un análisis de carácter más regional, habría que decir que las marcas, señales y licencias también eran problemáticas consideradas. Ya en 1723, los miembros de la sala designaron al capitán Andrés de la Bastida evitar los desórdenes que había en las faenas de sebo y grasa y para que además verificara que las recogidas se hicieran en la cantidad autorizada y que impidiera las clandestinas, aclarándose además que el otorgamiento de licencias correspondía exclusivamente al Cabildo[46]. Con respecto a ese mismo caso, días después explicitaron que los excedentes de las vaquerías y los animales recogidos sin licencias serían embargados[47]. En 1737, en relación a los excesos que estaban cometiendo los vecinos correntinos en las recogidas y faenas, debido a que las mismas se encontraban suspendidas, se encargó al Alcalde 1º para que actuara sobre cualquier tropa que estuviera en esas condiciones, se tomara registro y diera razón de los animales recogidos[48]. Casos como estos hay muchos, pero no resulta necesario citarlos a todos aquí, lo cual sería inabarcable y tedioso para el lector.
  Lo que importa resaltar es que en ambos lugares el Ayuntamiento actuaba en forma similar, actuando sobre las recogidas que eran excesivas o se hacían directamente sin permiso oficial. Con respecto a la marcación, éstas solían hacerse en las estancias de los propietarios, y junto con la castración comprendían las faenas más importantes[49], aunque en realidad, como vimos, resultaba difícil controlarlas y escapar a las irregularidades entre las mismas.
  Otro tema derivado de las recogidas era el repoblamiento de estancias en la jurisdicción, hacia lo cual también se orientaban. No era extraño, tampoco, que surgieran conflictos por el ganado para repoblar, como el que tuvo lugar desde 1722 entre el Cabildo porteño y la Compañía de Jesús por unos vacunos encontrados en la Banda Oriental[50]. También solía ocurrir que el Ayuntamiento sacara a remate público los animales recogidos entre los vecinos criadores de sus territorios, como cuando en 1726 ordenó que se informara a los estancieros de toda la jurisdicción sobre el remate del ganado obtenido por las vaquerías, puesto que Juan de Rocha ya se encontraba con el ganado reunido[51].
 Además, el Cuerpo se ocupaba de nombrar delegados para que controlaran los procesos de recolección y redistribución del ganado recogido. Un buen caso para ilustrar esto es el de unas recogidas que se realizaron en la región sur de la campaña bonaerense en 1749: durante las mismas, el vecino Domingo Díaz envío una carta en la cual informaba sobre que se había encontrado con un tal Gutiérrez en una de las estancias del difunto Juan De Rocha. Gutiérrez traía el ganado recogido en presencia de ‘‘buenas personas’’, argumentando que había entrado a la campaña a hacer la recogida por orden de Gaspar de Bustamante, Alcalde Provincial. Para demostrarlo, le mostró a Domingo Díaz la orden de dicho Alcalde. Se hallaron 700 cabezas de ganado vacuno entre grande y chico, además se registraron 130 orejanos, y el resto eran animales con diferentes marcas y señales, las cuales no se identificaron todas debido a su variedad. El Capitán Tomas Billoldo, que había venido con su gente del pago de la Magdalena, recogió 134 cabezas que les correspondían a él y a otros vecinos según sus marcas, presentando las órdenes que le dieron los mismos para que las recogiera. Se le obligó a dar cuenta de ello[52]. Por otra parte, ese mismo año Juan Gutiérrez de Lea, Alcalde de la Santa Hermandad, recordó que Gaspar de Bustamante, Alcalde Provincial de la Santa Hermandad, no tenía la facultad ni jurisdicción para dar licencias ni mandar a que los vecinos hiciesen recogidas de ganado, y que dichas facultades eran del Cabildo[53].
  Resulta interesante también cómo procedían concretamente las autoridades cuando los actores violaban el orden establecido. A modo de caso, en 1749 el Cabildo nombró un comisionado para que controle a aquellos que especulaban con las marcas y señales para recoger ganado. Se estableció una pena de 50 pesos para los españoles, 100 azotes para los negros, mulatos, esclavos y libertos[54]. De esta manera, vemos que el municipio se encargaba de que los infractores recibieran ciertas penas o castigos, pero a su vez estos no eran iguales para todos. Aquí juega, claramente, la estructura social jerarquizada de la época, característica del Antiguo Régimen, según la cual los españoles y sus descendientes directos eran considerados superiores a los nativos americanos, el resto de las castas, y obviamente los esclavos.
  En otros lugares como Santa Fe esta regla también se cumplía, y ya desde más tempranamente, lo cual puede apreciarse cuando en 1673 la Sala Capitular prohibió hacer faenas de cueros, sebo y grasa en la otra banda del río Carcarañá, especificando que a los infractores se les darían por perdidos los animales recogidos, cabalgaduras, carretas y bueyes, mientras que a los indios, mestizos y mulatos se los castigaría con 200 azotes[55]. En pocos términos, podría sostenerse que las autoridades municipales lejos estaban de ausentarse ante problemas como la organización de las recogidas, el control de marcas, la administración de los alzados, etc.



Los establecimientos productivos durante la transición
  Durante este período que podríamos llamar de ‘‘transición’’ entre las vaquerías tradicionales y otras formas de explotación como las distintas recogidas, existían establecimientos productivos en la campaña. Respecto a las características de los mismos, habría que sostener que eran diversas. Bien podría establecerse la división marcada por Juan Carlos Garavaglia entre quintas, chacras y estancias. Generalmente, las primeras eran establecimientos más pequeños, ubicados más bien cerca del ejido de la ciudad, en los cuales predominaba la producción forrajera y hortícola para el mercado local; por su parte, las chacras eran unidades productivas con mayor tendencia a la producción agrícola, aunque en las mismas la ganadería no era inexistente; por último, estaban las estancias, ubicadas en pagos más alejados del centro urbano, en las cuales cobraba mayor importancia la cría de ganados, sobre todo mular durante los primeros años del siglo XVIII[56].
  Si bien las fuentes utilizadas para el período de esta parte de la investigación no son lo suficientemente contundentes, sirven para realizar algunas comparaciones con la idea expuesta y describir a los establecimientos. En 1726, 61 establecimientos fueron registrados como chacras y 143 como estancias[57]. En ambos tipos de establecimientos se encontraron esclavos o trabajadores rurales en distintas formas de dependencia: sobre el total de chacras contabilizadas, 10 tenían esclavos (es decir, el 16,39%), mientras que entre todas las denominadas estancias, solamente se encontraron de este tipo de trabajadores en 7 de ellas (4,89%). Respecto a las chacras, habría que coincidir con el autor anteriormente citado, ya que la gran mayoría estaba ubicada más cerca del ejido de la ciudad que las estancias, salvo algunos casos más bien puntuales como la perteneciente a Joseph Rodríguez en La Matanza[58].
  Por su parte, las propiedades más extensas se ubicaban más bien lejos de la ciudad, aunque lamentablemente faltan los datos suficientes como para ver qué producían, cómo y para qué. Podría ser útil centrarnos en un análisis local para poder describir un poco mejor a este tipo de unidades, como el caso de Magdalena. A diferencia de otros pagos, éste estaba compuesto casi exclusivamente por estancias extensas, dentro de las cuales y en torno a las mismas existían distintas explotaciones, tipos de mano de obra y condiciones en general. Allí aparecen 6 grandes establecimientos, dentro de los cuales había agregados, otras explotaciones más pequeñas, familias, esclavos, libertos, etc.[59]. Por ejemplo, en la que estaba a nombre de Joseph de Arregui (difunto), estaban Lázaro de Ortega con su mujer, su hija, una sobrina y 2 pequeños; el mismo era oriundo del Paraguay, y estaba allí como capataz de la estancia, sobre otros 14 peones que se dividían entre ‘‘españoles’’, mulatos, indígenas conchabados y negros (de éstos últimos había 4 pequeños); a su vez, en la misma hacienda vivía un mulato llamado Felipe, el cual estaba casado y tenía 2 hijos, otro indio casado, una india asistente, otro mestizo casado y con 1 hijo, y un total de 34 personas entre peones, ‘‘sueltos’’ y casados[60]. De esta manera, puede verse la existencia de distintas realidades a partir de las grandes explotaciones.
  Respecto a lo que se producía y la mano de obra, algunas sucesiones permiten aproximarnos más a ello. Un ejemplo significativo en este sentido es el de las posesiones de don Miguel de Riblos en Areco (1719). Allí poseía 4 estancias, donde se pueden apreciar varias cosas importantes en relación a lo planteado en este trabajo. Por un lado, se destaca la presencia de ‘‘peones conchabados’’: entre las deudas, figuraban 12 pesos que se le debían a Juan Cabezas por 3 yerros de ganados correspondientes a la estancia[61]; por otro lado, se encontraron herramientas de trabajo como hachas, azadas, cuchillos y marcas, lo cual supone la presencia de trabajadores rurales. A su vez, fueron anotados 2 pesos que debían abonarse a un capataz, y diversas cantidades de yerba y tabaco para abastecer al consumo interno de los establecimientos[62].
  También hay indicios de la existencia de distintas prácticas agropecuarias en las estancias de Riblos, lo cual pone en discusión la idea de que los grandes establecimientos eran exclusivamente para la cría de ganado. Por ejemplo, se encontraron 23 caballos y 10 bueyes (animales utilizados fundamentalmente para el transporte y tareas agrícolas), hachas, azadas, entre otras herramientas agrícolas[63]. Al mismo tiempo, puede notarse la presencia de diversos actores sociales entre la mano de obra, lo cual fue también señalado para el caso de Magdalena: entre los peones había indios, como Francisco Videla, conchabado por 2 años en 1727, quien recibió un salario compuesto por paños, 4 pesos en plata, hilo, seda, 4 libras de tabaco, 2 pesos en yerba, unas espuelas grandes, un sombrero, un par de medias, etc. [64]. Sin embargo, parece que, aunque fueran de distintos grupos sociales, no había mayores diferencias entre los asalariados, al menos en cuanto a la cantidad y la forma de pago: Jacinto de Rocha (mulato) y Estanislao Ferreira (‘‘español’’ de  Córdoba), para citar algunos casos, también recibieron una porción muy menor de su salario en plata sellada, camisas, platilla, espuelas, yerba y tabaco, hilo, entre otros efectos[65]. En este sentido, la diferencia entre los trabajadores con salario no era por su grupo social, sino más bien por la función que desempeñaran dentro de la explotación: Juan López Camelo, capataz mayor, cobraba 80 pesos al año, y Juan de Rocha, trabajador en casa del capataz, recibió 13 pesos y 3 reales en plata solamente durante 3 meses[66].
  En cuanto a las características de la producción misma, hay varios datos de utilidad. Entre el ganado, se encontraron varias especies: burros hechores, potros, caballos mansos, yeguas, burros, y vacunos[67]. A su vez, la fuente resulta más que valiosa, en cuanto describe prácticas productivas muy importantes para las estancias como la cría de mulas y las recogidas de ganado. Ante la falta de burros hechores, potros y caballos como consecuencia de la mala administración de Pedro Saavedra, se decidió comprar más burros para poner en funcionamiento a las yeguas alzadas[68], las cuales aparentemente eran muchas más que los reproductores, lo cual no era demasiado favorable para la producción mular. Vale la pena resaltar que la cría de mulas era una actividad muy costosa y riesgosa, pero a su vez importante: destinadas fundamentalmente al mercado peruano, conformaba desde el siglo XVII una de las riquezas de la región, así como también en lugares como Santa Fe y Córdoba[69].
  Algunos datos obtenidos de las actas capitulares santafesinas pueden ayudar a ilustrar la importancia de este último tipo de ganado. Entre los daños y robos que causaron los indios ‘‘en las puertas mismas de la ciudad’’, se encontraban vacas, caballos y mulas[70]. También se encontraban entre los bienes de las poblaciones que debían ser trasladadas, por motivos de seguridad, desde la otra banda del Paraná[71]. Algunos años antes, se podía ver al Cabildo tomando iniciativas sobre los impuestos de cada producto, entre los que figuraban las mulas: por cada una que se quisiera entrar o sacar de la jurisdicción, los comerciantes debían pagar un real[72]. Es preciso también tener en cuenta la idea planteada por Zacarías Moutoukias, quien siguiendo la tesis del espacio económico peruano, destaca el papel de Santa Fe como productora de mulas y como paso estratégico para pasar las tropas desde Buenos hacia los mercados del norte sin tener que pasar por Córdoba[73].
  Otro aspecto importante que se puede describir en este caso es el de las recogidas organizadas por la estancia. El capataz y los peones debían ocuparse de las faenas y además convocar a demás estancieros de aquellas tierras para poder salir a recoger tanto vacunos como equinos y yeguarizos, debiendo matar a los potros grandes y yeguas más viejas, llevando consigo todo lo que les fuera posible y agregando potrancas y yeguas para que ayudaran a sujetar a las crías[74]. A partir de esto puede apreciarse cómo funcionaba internamente una recogida de ganado alzado, y cómo en las mismas participaba el personal de la estancia, y que además las mismas no eran solamente sobre vacunos (tema central de este trabajo), sino también de caballos y yeguas. Por otra parte, vale la pena remarcar la importancia innegable de la producción de mulas, al menos en los establecimientos analizados, en una época en la cual las estancias todavía no estaban mayormente dedicadas a la cría de bovinos.

Conclusiones provisionales
  Luego a analizar algunas actas capitulares y demás fuentes de Buenos Aires, y en segunda instancia documentos similares de Santa Fe como complemento, podrían sacarse algunas aproximaciones en relación al Cabildo, las recogidas de ganado y las unidades productivas durante la época en la cual llegaban a su fin las vaquerías tradicionales. A partir del objeto de estudio planteado para este capítulo, el cual consistía en identificar las causas que llevaron a la progresiva extinción del ganado cimarrón en la campaña bonaerense, y por otra parte analizar las diferentes medidas tomadas por los cabildantes en relación a las transformaciones que se fueron dando en las prácticas ganaderas, podría establecerse lo siguiente:
  Con respecto a las vaquerías y el ganado salvaje: 1) El principal objetivo de las vaquerías tradicionales era la extracción de pieles de toro para exportación, y en menor medida para el mercado local; 2) La progresiva desaparición de los cimarrones se fue dando a partir de la caza excesiva por parte de los distintos actores sociales en la campaña; 3) Como respuesta a la escasez –y luego casi total ausencia- del ganado cimarrón disponible en los campos de la Banda Occidental, las autoridades coloniales y los vecinos ganaderos buscaron recursos en otras partes de la jurisdicción, como la Banda Oriental.; 4) Desde la crisis de las vaquerías fueron consolidándose otro tipos de prácticas productivas pecuarias, las cuales ya existían con menos fuerza, como la cría de animales en las estancias y las recogidas organizadas en donde sí había planteles de vacunos más fuertes.
  Sobre el accionar del Cabildo en las recogidas de ganado y la administración de las mismas: 1) La intervención de los alcaldes ordinarios en las actividades productivas de la época era, al menos, activo; 2) Durante la época de las vaquerías tradicionales, los cabildantes eran los encargados de otorgar licencias para hacerlas y de nombrar a los vecinos accioneros que se beneficiaban con los frutos de las faenas. Asimismo, había otras materias importantes como los ajustes de cueros y sacar a remate el abasto anual de carne; 3) A partir de la decadencia de los planteles de salvajes, comenzaron a organizarse las recogidas de ganado, principalmente en la Banda Oriental, donde el número de cabezas era mucho más abultado; 4) En el marco de las recolecciones grupales, el Cabildo se encargaba de dar permisos para su realización, especificar el número de cabezas que debían traerse, limitar las faenas, asegurarse de que los ganados sirvieran y fueran los suficientes para el abasto urbano, entre otras cosas; 5) Además, se nombraban encargados de encabezar las vaquerías, comisionados para que evitaran los excesos en las mismas, o para dar razón de las cantidades juntadas, controlar las marcas y señales, impedir robos, etc.; 6) Con respecto a las infracciones, se castigaba a los vecinos u otros hombres que robaran o que hicieran fraudes en las recogidas o con las marcas de los animales, con multas en plata o con castigos físicos en el caso de los individuos que pertenecieran a alguno de los sectores subalternos; 7) En lo que toca al ganado vacuno en sí mismo, vale la pena resaltar que existían diferentes alternativas mercantiles y de consumo: el abasto de carne local, la producción de otros géneros para el mercado urbano, las faenas de sebo y grasa, los cueros que eran muy valiosos para el mercado internacional (aunque también circulaban a escala local y regional, tanto en la ciudad como en el campo), y los ganados que eran trasladados a pie hacia las ferias del Norte (para abastecer a las unidades productivas mineras del Potosí y los centros comerciales de la región, como Lima); 8) Queda claro que las medidas del Cabildo estaban orientadas a garantizar la producción de dichos efectos y que nunca escasearan o faltaran, lo cual llevaba a suspensiones en la concesión de licencias, o la prohibición por meses e incluso por años de las recogidas, vaquerías y faenas, como observamos que sucedía en Santa Fe desde el siglo XVII.
  Por último, hay que aclarar que las recogidas estaban vinculadas a otro tipo de prácticas ganaderas, como la cría en las estancias y otros establecimientos productivos, los cuales serán analizados más detalladamente en otro capítulo. A su vez, las medidas capitulares no se limitaban exclusivamente a la organización de las expediciones vaqueras o la regulación de los ganados y sus frutos. Como se intentará describir y analizar, había más iniciativas puntuales vinculadas directamente al mercado local, el abasto de carne, el control de precios, la exportación, la administración de justicia (fundamental para la economía en las zonas rurales), la mano de obra, entre otras. Asimismo, resulta preciso distinguir y analizar por separado a las recogidas de alzados en la parte occidental de Buenos Aires y las de cimarrones en la Banda Oriental para diversos fines.

Bibliografía
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·         BIROCCO, C. M. (2003). Alcaldes, capitanes de navío y huérfanas. El comercio de cueros y la beneficencia pública en Buenos Aires a comienzos del siglo XVIII. Ponencia presentada en las III Jornadas de Historia Económica. Montevideo, 9 al 11 de julio de 2003.
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Fuentes
·         AGN, AECBA.
·         AGN, AC.
·         AGN, Tribunales, Sucesiones.
·         ANH, Padrón de 1726.
·         AGPSF, ACSF.




[1] BIROCCO, C. M. (2003). Alcaldes, capitanes de navío y huérfanas. El comercio de cueros y la beneficencia pública en Buenos Aires a comienzos del siglo XVIII. Ponencia presentada en las III Jornadas de Historia Económica. Montevideo, 9 al 11 de julio de 2003, p. 1.

[2] Ídem.  
[3] AGPSF, ACSF, Tomo II, Primera Serie, folios 181-182b.
[4] HARARI, E.F. (2003). Las vaquerías a comienzos del siglo XVIII: una aproximación desde el marxismo. Ponencia presentada en las III Jornadas de Historia Económica. Montevideo, 9 al 11 de julio de 2003, p. 2.
[5] MAYO, C. (2004). Estancia y sociedad en la pampa (1740-1820). Buenos Aires, Editorial Biblos, p. 35.
[6] HALPERÍN DONGHI, T. (2010). Historia contemporánea de América Latina. Buenos Aires, Alianza Editorial, p. 41.
[7]AZCUY AMEGHINO, E. (1995).El latifundio y la gran propiedad colonial rioplatense. Buenos Aires, Fernando García Cambeiro, p. 32.
[8] AGPSF, ACSF, Tomo II, Primera Serie, folios 181-182b.
[9] AGPSF, ACSF, Tomo I, Segunda Serie, folios 258-259b.
[10] BARBA, F.E. (2007). ‘‘Crecimiento ganadero y ocupación de tierras públicas, causas de conflictividad en la frontera bonaerense’’, Revista ANDES, Nº 18: Universidad Nacional de Salta, p. 1.
[11]  CONI, E. (1979). Historia de las vaquerías en el Río de la Plata. Buenos Aires, Platero, pp. 24-26.
[12] Ibídem, p. 24.  
[13] AGN, Sala IX, AC, 1690-1728, 19-1-7, p. 70.
[14] HARARI, E.F. (2003). Ídem.
[15] GARAVAGLIA, J.C. (1999). Pastores y labradores de Buenos Aires. Una historia agraria de la campaña bonaerense 1700-1830. Buenos Aires, Ediciones de la flor, p. 216.
[16]AGN, AECBA, Serie II, Tomo V: Libros XVIII y XIX, p. 223.
[17] Ibídem, p. 59. 
[18] Ibídem, p. 214.
[19] BARBA, F.E. Op. Cit., p. 1.
[20] WEDOVOY, E. (1990). La estancia argentina. Explotación capitalista o bárbara. Buenos Aires, Mimeo, p. 29. Citado por MAYO, C. (2004). Op. Cit., p. 39.
[21] CONI, E. (1979). Op. Cit., p. 21; MAYO, C. (2004). Op. Cit., Ibídem.
[22] GARAVAGLIA, J.C. (1999). Op. Cit., p. 216.
[23] Ibídem, pp. 216-217.
[24] AZCUY AMEGHINO, E. (1995). Op. Cit., p. 39.
[25] AGN, AECBA, Serie II, Tomo V: Libros XVIII y XIX, p. 620.
[26] AGN, Sala IX, AC, 1747-1750, 19-2-3, p. 302.
[27] AGN, AECBA, Serie II, Tomo V: Libros XVIII y XIX, pp. 89-90.
[28] Ibídem, pp. 597-598.
[29] AGN, AECBA, Serie II, Tomo VIII: Libros XXIV y XXV, p. 509.
[30] AGN, AECBA, Serie II, Tomo V: Libros XVIII y XIX, p. 652.
[31] AGPSF, ACSF, Tomo IX, folios 82-82b.
[32] AGPSF, ACSF, Carpeta Nº 14 A, folios 74-75b.
[33] AGPSF, ACSF, Tomo X B, folios 369-369b.
[34] GARAVAGLIA, J.C. (1999). Op. Cit., p. 26.
[35] Ibídem, p. 27.
[36] Ibídem, pp. 216-218.
[37] HALPERÍN DONGHI, T. (2010), Op. Cit., p. 40.
[38] GARAVAGLIA, J.C. (1999). Op. Cit., p. 221.
[39] AGN, AECBA, Serie II, Tomo V: Libros XVIII y XIX, p. 75. 
[40] Ibídem, p. 616.
[41] Ibídem, p. 533.
[42] GARAVAGLIA, J. C. (1999). Op. Cit., p. 218.
[43] AGN, AECBA, Serie II, Tomo V: Libros XVIII y XIX, p. 636.
[44] AGN, AECBA, Serie II, Tomo VII: Libros XXIII y XXIV, p. 106.
[45] AGN, Sala IX, AC, 1747-1750, 19-2-3, p. 302.
[46] AGPSF, ACSF, Tomo IX, folios 9-9b.
[47] Ibídem, 13-15b.
[48] AGPSF, ACSF, Tomo X B, folios 367-369b.
[49] MAYO, C. Op. Cit., p. 48.
[50] AGN, AECBA, Serie II, Tomo V: Libros XVIII y XIX, p. 45.
[51] Ibídem, p. 567.
[52] AGN, Sala IX, AC, 1747-1750, 19-2-3, p. 303.
[53] Ibídem, p. 303b.
[54] Ibídem, p. 305b.
[55] AGPSF, ACSF, Tomo IX, folios 319-319b.
[56] Garavaglia, J. C. (1999). Op. Cit., pp. 156-161.
[57] ANH, Padrón de 1726, pp. 143-187.
[58] Ibídem, p. 175.
[59] Ibídem, pp. 177-187.
[60] Ibídem, p. 187.
[61] AGN, Tribunales, Sucesiones, 8122, p. 1.
[62] Ibídem, p. 1b.
[63] Ibídem, p. 2.
[64] Ibídem, 5b-6.
[65] Ibídem, pp. 6b-7.
[66] Ibídem, pp. 9-9b y 14.
[67] Ibídem, pp. 15-16b.
[68] Ibídem, p. 15b.
  La cría de mulas comprendía un proceso muy complejo en el cual se criaban burros entre las yeguas (cubiertos con el cuero de potrillos) para que funcionaran posteriormente como reproductores entre las manadas. La hembra era estimulada por algún caballo retajado (animal que podía entrar en celo pero no copular con la yegua), y luego el proceso era finalizado por el hechor.
[69] Garavaglia, J. C. (1999). Op. Cit., pp. 217-218.
[70] AGPSF, ACSF, Tomo IX, folios 269-271b.
[71] Ibídem, folios 319-321b.
[72] AGPSF, ACSF, Tomo VIII, folios 379-381b.
[73] MOUTOUKIAS, Z. (1993). Contrabando y control colonial en el siglo XVII. Buenos Aires, el Atlántico y el espacio peruano. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, p. 30.
[74] AGN, Tribunales, Sucesiones, 8122, p. 16b. 

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