La diferenciación social en una
sociedad del Antiguo Régimen: el papel de las mujeres y los sectores
subalternos en el Río de la Plata hacia el siglo XVIII
Mauro Luis Pelozatto Reilly[1]
Resumen (Abstract)
Lo que esta investigación se propone resolver es qué
características tuvo la cuestión de género en la sociedad rioplatense del siglo
XVIII, y qué papel desempeñaron tanto las mujeres como los sectores subalternos
en la misma. Lo que interesa analizar son las diferentes funciones dentro de
las actividades productivas y las relaciones sociales y de trabajo dentro del
espacio. Las mismas fueron muy importantes para el orden colonial y muy
diversas, en cuanto iban desde las producciones textiles hasta la cría de
ganados, pasando por la siembre y la cosecha de cereales. A su vez, se
observará cómo los miembros de éstos grupos sociales hicieron para ascender
socioeconómicamente en una sociedad claramente patrilineal y estratificada.
Para eso se tendrán en cuenta mecanismos como el matrimonio, alianzas, buen
desempeño laboral, buena conducta, y relaciones interétnicas mediante el
análisis de testimonios capitulares oficiales de la época y casos particulares
a nivel local.
Palabras clave
Sociedad
colonial; diferencias sociales; mujeres; esclavos; nativos americanos.
Introducción
Las diferencias sociales se han estudiado
desde diferentes enfoques para el período colonial. El papel que uno tendría
dentro de la sociedad estaba marcado, en primera instancia, por el nacimiento y
la familia. Ésta diferencia se hacía notar fundamentalmente entre los grupos
conocidos como ‘‘blancos’’ (españoles y criollos), los cuales serían mayoría
entre los sectores política y económicamente dominantes. A su vez, existían
otros rasgos distintivos señalados por el color de la piel, la religión, el
sexo (sociedad patrilineal), los grupos culturales y la libertad jurídica (libres
o esclavos).
A partir de todos esos distintivos, lo que se
plantea problematizar y analizar gira en torno a: ¿cuál era el papel que les
correspondía a los miembros de los sectores subalternos?, ¿qué importancia
tenía la mujer en esta sociedad claramente dominada por los hombres?, ¿qué
grado de representatividad política y civil se les concedía?, ¿qué lugar
ocupaban los esclavos, indígenas, mujeres y demás grupos en los procesos de
producción rural y el comercio? Esas y otras problemáticas, son tenidas en
cuenta para el análisis de las fuentes.
Se han tomado documentación perteneciente al
cabildo, por ser éste el principal órgano político a nivel local, y por ser la
misma una rica y variada para apreciar los problemas sociales. Por otra parte,
se ha tomado el siglo XVIII para poder
ver las continuidades y las diferencias en el papel que jugaban estos grupos, y
las transformaciones político-económicas que se fueron dando en el Litoral. Por
ser imposible abarcar todas las jurisdicciones capitulares de la región (que
iba desde Buenos Aires hasta el Paraguay y una parte importante del sur de
Brasil), se eligieron las ciudades de Buenos Aires y Santa Fe, acaso dos de las
más importantes.
También se pondrán en juego las opiniones de
diferentes especialistas, para luego contrastarlas con las fuentes y algunos
casos particulares. Entre éstos, se destaca el de doña Juana Montenegro, esposa
y luego viuda de don Juan de Rocha, un hacendado de Buenos Aires durante las
primeras décadas de la centuria, la cual mantuvo un complicado litigio con una parda
liberta por la posesión de un esclavo. Este caso permite ver a escala local las
distintas funciones que podían llegar a tener las mujeres y cómo podían moverse
dentro de la estratificación social. En síntesis, se partirá desde diferentes
cuestiones generales hasta llegar a un caso puntual en el cual entran en juego
las autoridades coloniales, las mujeres y miembros de los grupos sociales relegados.
Las mujeres de la sociedad colonial
en el marco del ‘‘espacio peruano’’: diferentes situaciones regionales, locales
y sociales
Antes que nada habría que partir de la
división entre las mujeres que integraban los sectores más acomodados (familias
de comerciantes, estancieros, funcionarios, etc.) y las de los de una condición
de vida bastante más baja, fundamentalmente pequeñas y medianas productoras rurales.
Con respecto a éstas últimas, su
participación en la sociedad y dentro de la economía, la familia y el trabajo
cambiaban según la región que se tome para la observación. Por ejemplo, Juan
Carlos Garavaglia y Raúl Fradkin, al estudiar el Paraguay desde la fundación,
encontraron como rol fundamental de las indígenas el funcionar como bienes de
intercambio entre españoles y guaraníes, más o menos de la siguiente manera:
los ‘‘indios’’ les daban mujeres a los peninsulares, lo cual éstos últimos recompensaban
con regalos para los jefes. Además, eran utilizadas como mano de obra en los
hilados y la labranza de la tierra[2].
Esta función femenina fue común en el mundo hispano colonial entre los siglos
XVI-XVIII. En Córdoba, por ejemplo, las nativas eran empleadas como fuerza de
trabajo dentro de las pequeñas parcelas que acumulaban los españoles mediante mercedes,
para la elaboración de ropa de algodón que los encomenderos recibían como
tributo[3].
Hasta el siglo XIX, las campesinas eran todavía reconocidas como ‘‘tejedoras’’,
por su desempeño como criadoras de ovejas, además de que lavaban la lana,
hilaban, tejían y teñían[4].
En la región pampeana, tuvieron un relevante
papel en diversos sentidos por su relación con los ‘‘indios infieles’’[5]:
por un lado, se dedicaban a la elaboración de productos casi exclusivos del
género, como lo eran los ponchos, valiosos dentro de las redes de intercambios
interétnicos, los cuales suponían un proceso lento y laborioso[6];
además, hay que destacar su lugar como cautivas desde ambas partes para obligar
a la negociación entre ellas y el intercambio de diferentes productos como
ropa, ganado, maíz, sobreros, mantas, ponchos, metales, etc.). Esta situación
podría asimilarse en cierto sentido con la del Paraguay a comienzos de la Época
Colonial, en cuanto las mujeres funcionaban como mecanismos de negociación entre
‘‘españoles’’ y naturales.
Es indispensable resaltar que los
intercambios no implicaron solamente a ‘‘indios’’ y españoles-criollos, sino
que la región rioplatense así como también otros puntos del Interior formaban
parte de un amplísimo espacio económico que giraba en torno al punto más rico y
productivo de toda la jurisdicción del Virreinato del Perú: las minas de plata
del Potosí[7]. ‘‘Llamamos
‘espacio peruano’ a todo el inmenso territorio que la minería altoperuana fue
creando a su alrededor como polo de atracción ordenamiento regional’’[8].
Por esa característica de la economía colonial, es preciso tener en cuenta a
las indígenas y campesinas de las regiones que integraban a la misma, ya que
‘‘cada una de las regiones fue especializándose progresivamente en una o dos
mercancías que tenían un precio competitivo en los mercados mineros’’[9].
Por eso es que puede vérselas produciendo diferentes costas para tributar,variando
según el caso. Las descripciones pueden ser múltiples: en Santiago del Estero,
desde muy temprano hilaban algodón para los alpargateros y calceteros[10]; en
la región de Cuyo se registró la existencia de ‘‘contratos’’ de trabajo entre
mujeres y sus amos, como fue el caso de la ‘‘india’’ Úrsula y el suyo, el
capitán Jorge Gómez de Araujo: éste se comprometía a darle ‘‘2 pesos de a 8
reales cada peso en plata, ropa, otros géneros para el cobro y vestuario de su
persona y sacar la bula de cruzada[11]
(…)’’, a cambio de lo cual la muchacha debía brindar su servicio personal,
‘‘asistirle y servirle según está obligada’’[12]. Las
mujeres del Alto Perú, en donde la producción regional de alimentos y bebidas
era fundamental por su cercanía a las minas argentíferas, se destacaron en la
producción y venta de chicha y coca, para a partir de eso traficar toda clase
de productos desde sus pequeñas tiendas y puestos callejeros, llegando en
algunos casos a ahorrar el metálico suficiente para invertir en solares y
viviendas[13].En
el actual territorio de Catamarca, se encontraban ocupadas en los tejidos de
algodón que se consumían en distintos puntos del interior y el Tucumán[14].
Todos
estos puntos a mencionados entraban dentro del área de circulación de productos
textiles, en cuya elaboración las mujeres tenían un papel muy destacado. Los
textiles se distinguían por una ‘‘división sexual del trabajo muy peculiar, en
la cual las mujeres hilaban y los hombres tejían’’[15].
Durante el siglo XVIII el poncho fue el más difundido en cuanto involucraba a
diferentes regiones para su elaboración y comercialización: las plantaciones de
algodón de las misiones jesuitas, los pueblos de Cuyo y Tucumán donde se usaban
lana y algodón, los centros de piezas más pequeñas en San Luis y Córdoba, y la
producción en telares de madera ‘‘a pala’’ con un acabado mucho más detallado
en manos de las campesinas santiagueñas. Todos éstos circulaban por todo el espacio
peruano, incluyendo hasta Chile y hasta
el Río de la Plata[16]. En
este contexto, en las zonas rurales era común la ausencia de los hombres por
determinados períodos en donde migraban a otros lugares para ofrecer su fuerza
de trabajo o como integrantes de las milicias fronterizas, en los cuales las
mujeres quedaban a cargo de la casa, la labranza de la tierra y la cría de
animales (fundamentalmente mulas y ganado vacuno, aunque también ovejas como
fuentes de carne y lana). ‘‘De ahí la enorme importancia que tendría la
jefatura femenina en los hogares campesinos, papel que llega hasta nuestros
días’’[17].
Se tratará más sobre este punto en el siguiente apartado.
Muy distintas a las mujeres campesinas,
estaban las señoras de la élite. Dentro de las alianzas matrimoniales entre los
privilegiados, eran un elemento fundamental para tejer alianzas. Además de ser
llamadas ‘‘doñas’’, eran las principales candidatas que se buscaban en el
mercado matrimonial. De esta forma, el matrimonio y la maternidad estaban
ligados a un mandato social, cultural e ideológico cuyo resultado era la
subordinación femenina al mundo masculino’’[18].
Era lo más normal que los estancieros, alcaldes y mercaderes de las ciudades
buscaran casarse con las descendientes de los colonizadores, con el objeto de
salvaguardar el patrimonio familiar, ser considera un vecino feudatario, y en
algunos casos hasta para llegar a la riqueza[19].
Solían buscar un buen casamiento para consolidar su status de vecinos y
emprender el ascenso social, y ya desde comienzos del siglo XVII se notaba el
interés de algunos de estos vecinos por llegar a la acumulación de varias
mercedes de tierras a partir de matrimonios[20].
Existen innumerables casos sobre ello: a comienzos del siglo XVIII, don Joseph
de Sosa (estanciero), contrajo matrimonio con Paula Casco de Mendoza, hija de
un hacendado criador de mulas y diezmero de Exaltación de la Cruz; a su vez
Agustina, otra de sus hijas, fue casada con Pablo Delgado, regidor del Cabildo
de Buenos Aires[21].
Puede verse el interés del hacendado en posicionar bien a sus hijas casándolas
con estancieros o funcionarios públicos, al mismo tiempo que estos buscaban
salvaguardar su patrimonio. Según Carlos Mayo, una característica de los
estancieros en la época colonial era la tendencia a casarse con mujeres del
mismo estrato social, preferentemente hijas de otros estancieros[22]. Es
importante resaltar la mentalidad de los hombres de la élite y de los estancieros:
estaban ‘‘imbuidos en una ideología señorial, cimentada en el poder de
explotación de la tierra y los hombres que la trabajaban propia del estrato
nobiliario’’[23].
Para esa mentalidad, en el Río de la Plata los sectores subalternizados
representaban un elemento fundamental en su papel de productores rurales en una
economía basada principalmente en la ganadería y la agricultura.
Las mujeres en las explotaciones
agropecuarias: hacendadas y pequeñas productoras
Se ha elegido analizar el ámbito rural
fundamentalmente porque hasta por lo menos bien entrado el siglo XVIII el campo
superaba en población y producción de recursos a las ciudades, dedicadas más
bien a los negocios y la residencia de la élite. Se intentará ver qué
importancia tuvieron las mujeres en los procesos de producción rural, y en qué
condiciones se involucraron.
Durante los primeros años del siglo, en el
Litoral predominaron como principal práctica productiva, las vaquerías
tradicionales[24].
Consistían en expediciones de caza organizadas por el cabildo de la ciudad y
los vecinos, con el fin de extraer los cueros de los vacunos que ‘‘vagaban por
la campaña, y que prácticamente durante un siglo proveyeron gran parte de los
cueros exportados’’[25].
El cabildo solía nombrar accioneros, es decir, propietarios matriculados, sobre
este ganado para evitar su caza indiscriminada[26],
aunque el sistema era en su naturaleza destructivo, ya que cazaba y no criaba
al vacuno[27],
lo cual llevó progresivamente a su extinción durante la primera mitad de la
centuria. El rol de las mujeres fue bastante diverso: en mayo de 1723 doña
Gregoria de Herrera presentó un pedimento de postura a la vaquería en nombre de
su marido, lo cual fue considerado por el cabildo[28];
ese mismo año, doña Lucía Flores también lo hizo por su marido Francisco
Navarro[29]; doña
Bárbara Casco de Mendoza, presentó una copia del testamento de su marido don
Silverio Casco y las demás diligencias que se habían ejecutado. El cabildo
aprobó dicha petición y la declaró como una de las accioneras del cimarrón[30].
Se puede ver a algunas mujeres vinculadas con las vaquerías llegando a ser
nombradas como accioneras, aunque con la particularidad de que accedían como viudas o con el testamento de
sus maridos, lo que muestra la subordinación en relación a los hombres, quienes
aparecen como accioneros en la gran mayoría de los casos.
Con la extinción de las vaquerías en el
margen occidental del Río de la Plata, fueron consolidándose otras formas de
explotación pecuaria como la cría de vacunos en las estancias (las mismas
habían nacido desde el siglo XVII para la cría de mulas destinadas a los
mercados del norte[31]).
Existen casos de mujeres dedicadas a la cría, y no solamente pequeñas cantidades:
en 1723 se hizo mención de la posesión de 12 mil cabezas de ganado por parte de
doña Gregoria de Herrera[32],
lo cual hace pensar en que se trataba de una gran propietaria; en 1794 doña
Francisca López dejó 496 pesos en arrendamientos a sus hijos, ‘‘varias
haciendas de consideración’’, unas cuantas fanegas de trigo y campesinos en
diversos estados de dependencia[33].
A su vez, es posible encontrarlas de otro nivel socioeconómico, como fueron
Gregoria Gómez y la viuda de Villalba fueron arrendatarias[34]. En 1744 se registraron 16 mujeres que
trabajaban en tierras ajenas, y 12 en propias, mientras que 34 vivían solas con
sus hijos, 24 se agregaron en casas de parientes y otras 8 adquirieron esclavos[35].
Ya en 1789, 87 mujeres (distribuidas por los partidos de Areco, Pilar,
Magdalena y Pergamino) conformaban el 8,5% del total de hacendados de, siendo
la mayoría españolas y criollas viudas, además de propietarias de ganado vacuno
con marca propia, caballar y ovinos[36].
Datos como éstos permiten subrayar que en el mundo rural rioplatense estaban
lejos de ser un actor pasivo, ya que se las encuentra cultivando la tierra,
ordeñando, cuidando del ganado, tejiendo e invirtiendo en diversos sectores de
la economía[37].
Existía un contraste entre las hacendadas y las trabajadoras rurales, muchas de
las cuales laboraban en parcelas, o se sumaban a las estancias como
arrendatarias y agregadas, las cuales vivían en peores condiciones.
Esclavos, mulatos, pardos e
‘‘indios’’ en la campaña rioplatense
Los esclavos y las castas se desempeñaron
como mano de obra en distintas tareas. Empezando por los esclavos, desde muy
temprano se los encontraba trabajando en las explotaciones agropecuarias y
también en obras urbanas: a comienzos de 1725 los cabildantes porteños
acordaron buscar un esclavo para que sirviera de pregonero y para otros cargos
que se ofrecían en Buenos Aires[38]; entre los gastos de 1735 figuraban, además de
lo invertido en la construcción de casas capitulares y el pago de salarios a
los peones que en ella trabajaron, 5 pesos invertidos en la curación del mulato
Ventura, siendo el total de 47 pesos y 4 reales[39]; en
1747, el cabildo eclesiástico de Santa Fe solicitó al Ayuntamiento permiso para
utilizar esclavos en la construcción de la iglesia matriz[40]; en
1793, se los destacaba entre las posesiones de las Temporalidades, que poseían
estancias por 60.000 pesos[41].
Al parecer eran más importantes en el trabajo rural, ya que sobre un total de
450 trabajadores rurales registrados en la campaña bonaerense (1744), 206 eran
esclavos y 244 peones libres[42],
con la diferencia de que éstos últimos comprendían la mano de obra itinerante
que entraba y salía de las estancias, muchos de ellos siendo a su vez
cuatreros, o pequeños y medianos productores sin acceso a la
propiedad de la tierra que se concentraban en la producción de cereales y el
pastoreo[43].
Fradkin y Garavaglia destacan la posesión de esclavos entre los grandes y
medianos propietarios como elemento de estabilización de la mano de obra, ya
que la ayuda de los jornaleros y peones migrantes eran ocasionales (en las
yerras y siegas, por ejemplo)[44].
Sus tareas eran variadas, y no todos gozaron
de la misma condición. Éstos desollaban ganado, estaqueaban cueros, extraían la
carne, eran domadores, se dedicaban a la yerra, la siega y la trilla, entre
otras cosas[45].
Algunos se distinguían como buenos trabajadores y lograron ascender posiciones,
como los casos de Patricio de Belén quien llegó a ser capataz en la estancia
Las Vacas (Banda Oriental)[46],
y de Tadeo Ojeda, un pardo capataz de doña Isabel Gil Campana en Cañada de la
Cruz hacia 1789, administrando 500 varas de tierra de frente, una legua y media
de fondo, 2000 vacunos, 500 ovejas, 1000 yeguas y 60 caballos[47].
En cuanto a los indígenas, habría que definirlos
a partir de su relación ambivalente con los españoles y criollos de la campaña:
las relaciones de ‘‘amistad’’ y los duros enfrentamientos. Muchos de ellos
llegaron a ofrecer su fuerza de trabajo en las chacras y estancias, funcionando
como peones, pero también otros se destacaron por encabezar incursiones,
saqueos y destrozos en las explotaciones rurales. Esta doble realidad puede
apreciarse a través de las fuentes: en 1723 el cabildo de Buenos Aires envió a
3 españoles y 2 indios a hacer una recorrida por la campaña para informar el
estado del ganado cimarrón[48];
ese mismo año se los encontraba recogiendo granos en las salinas[49]; hacía
1733 en Santa Fe, los indios de Santo Domingo Soriano vaqueaban junto a los
vecinos de Corrientes y los jesuitas[50],
tal y como solían hacerlo en la región chaqueña los de las reducciones de
abipones y mocovíes desde los primeros contactos con los españoles[51];
cuatro años más tarde se mencionaba la presencia de los indios de Itatí en las
vaquerías y faenas[52]. Además,
se los podía hallar como fuerza de trabajo, algo natural hacia fines de siglo:
en 1789, se registraron en el partido de Cañada de la Cruz 1 ‘‘indio’’, 3
mestizos y 9 pardos los cuales sumaban entre todos 1950 varas de tierra, 695
vacas, 759 ovejas, 296 yeguas, 197 caballos y 49 bueyes[53],
lo cual da a entender que se trataba de pequeños productores que trabajaban en
parcelas (como libres o arrendatarios), y que a su vez parece ser que producían
para diferentes mercados (carne, sebo y grasa para el abasto local, cueros para
la exportación, mulas para el Alto Perú, textiles con lana para los mercados
regionales, etc.).
Al mismo tiempo, había una visión muy
negativa sobre los que generaban
pérdidas humanas y materiales para los productores. Existen muchos ejemplos: en
1723 el alcalde de primer voto
propuso designar alguien para recoger a la gente que
se encontraba en los campos del otro lado del Río de la Plata y controlar a los indios minuanes[54];
dos años después el capitán
Juan Pascual González se quejaba de que los minuanes habían causado varios
daños a los vecinos que se encontraban en la Banda Oriental haciendo cueros[55];
en 1740 el alcalde primero informaba que el gobernador había decidido mandar al sargento
mayor Pablo Barragán con 130 hombres a la frontera
de la nueva población, cerca de los pagos de Matanza y Magdalena, por alguna
acechanza de los ‘‘indios infieles’’[56];
hacia finales de esa década los vecinos de Santa Fe pidieron permiso para
trasladar sus estancias desde Coronda hasta San Nicolás de los Arroyos debido a
las incursiones que estaban realizando los indios, lo cual fue
acordado[57]. En Santa Fe, también
los veían como preocupación: en 1729 se acusó al ‘‘indio’’ Antonio del pueblo
de Santo Domingo por encabezar robos de sebo, grasa y cueros en la otra banda
del Paraná[58];
en 1741 una incursión de charrúas causó la muerte de tres vecinos españoles que
estaban instalados aquellas tierras[59];
una década después el teniente de gobernador informaba que luego de una
represalia contra los charrúas había conseguido matar a 8 varones, 5 mujeres y
aprehender a 53 de ellos[60];
todavía por 1790 se mencionaba a los ‘‘infieles del chaco’’ como peligrosos
porque entraban en las estancias produciendo daños y su desalojo[61].
Luego de haber visto diferentes casos y
algunas estadísticas, podría sostenerse que tanto ‘‘indios’’ como esclavos eran
considerados inferiores a los ‘‘blancos’’, y que sirvieron a éstos principalmente
como trabajadores. A su vez, existió una clara diferenciación entre los
esclavos (trabajadores más estables), y los demás (mayoría de pequeños labradores,
campesinos libres, o bien como ‘‘enemigos’’ que causaban destrozos). Aparte es
importante subrayar que desempeñaban distintas funciones en torno a la
ganadería y la agricultura, y que algunos de ellos llegaron a escalar
posiciones como capataces de sus amos.
El caso de doña Juana Montenegro:
una productora en la campaña bonaerense
Se ha elegido hacer una descripción de un
caso particular, el de doña Juana Montenegro. El motivo fue que dentro del
mismo entran en juego los distintos temas que se han tratado en el artículo
representados por una situación cotidiana del siglo XVIII en la campaña
bonaerense. Doña Juana había sido esposa de don Juan de Rocha, un destacado
vecino porteño vinculado a la ganadería, a funciones públicas como alcalde de
la hermandad y al cabildo de la ciudad. Podría decirse que se trataba de un
hacendado característico comienzos de siglo: en 1725 se lo nombró como
rematador de dos vaquerías anuales, llegando a reunir 13000 cabezas para
rematar cerca de Areco[62];
al año siguiente encabezó por orden del cabildo una recogida de 6500 animales[63]; en
1734 fue nuevamente encargado de las vaquerías para juntar 12000 cabezas[64];
y en 1749, varios años después de su fallecimiento, se registraron varias
estancias de su propiedad en La Matanza, donde encontraron 700 cabezas de ganado vacuno entre grande y
chico, 130 orejanos, y el resto eran animales con diferentes marcas y señales,
las cuales no se identificaron todas debido a su variedad[65].
En pocas palabras, se trataba de un hombre que había estado muy vinculado a la
recolección de alzados, y que probablemente a partir de eso haya consolidado
sus haciendas, lo cual era moneda corriente entre los propietarios de ganado[66].
Lo cierto es que Juana había contraído
matrimonio con Rocha, y como viuda de éste, administraba sus bienes, entre lo
cual se encontraba un esclavo. Por el mismo iba a tener un conflicto en 1743
con una parda libre, quien decía que el éste le pertenecía a ella, argumentando
que era una posesión de don Juan de Rocha, quien se lo había vendido. Por otra
parte, doña Juana era en ese momento tutora de sus hijos, y que por poseer
dicha condición administraba los bienes del difunto, lo cual estaba expreso en
su testamento[67].
En contra de las pretensiones de Pascuala de Ortega (parda), decía que no tenía
fundamentos concretos y que la supuesta venta no figuraba entre las cuentas de
su marido[68].
Por su parte Pascuala, sostenía que a ella se le debía ‘‘amparar en la posesión
inmemorial, quita y pacífica de dicho negro’’[69]. Era
fundamental la tenencia de dicho esclavo porque lo necesitaba para la
producción de alimentos para la mantención de su familia[70].
En pocas palabras, está indicando que no se encontraba en condición de gran
propietaria ni mucho menos, sino que más bien parece tratarse de una pequeña
productora, debido a que su explotación está destinada fundamentalmente a los
alimentos.
Otras particularidades son que todas las
cartas presentadas por ambas son firmadas por hombres, y que las autoridades se
comprometen a brindar la justicia necesaria para ambas partes[71]. Por
otro lado, doña Juana demostró ante la justicia que el esclavo le pertenecía mediante
el testimonio y juramento de Pedro Cuello, vecino de la ciudad[72]. Aquí
se observa la importancia que tenían los hombres en la sociedad colonial, tanto
sobre la administración de los bienes como en los asuntos legales. Dicho señor
también aseguró que don Juan de Rocha había comprado esclavos al Real Asiento
de Gran Bretaña, vinculado directamente al comercio de cueros. Vale decir que las autoridades se basaron en
los interrogatorios a vecinos respetables para decidir sobre la querella, como
fue el caso de don Juan Cabrera, quien afirmó que el esclavo había sido Juan de
Rocha mediante la compra por Pedro Cuello[73].
Pascuala se definía como mujer ‘‘sola y
desamparada’’ que había comprado al negro Joseph Antonio con el dinero juntado
gracias a la venta de bizcocho, y que el mismo había estado más de 20 años bajo
su dominio[74].
Más adelante, se descubrió que había estado conchabado para dicha patrona en
los acarreos del trigo, lo cual confirma que se trataba de una pequeña
explotación agrícola[75]. A
partir de todas estas descripciones, se podría concluir con lo siguiente:
ü Los
esclavos tenían una fundamental importancia en la economía, lo cual queda de
manifiesto por el interés que le dan ambas partes.
ü Las
mujeres pardas que accedían a la libertad jurídica podían llegar a acumular
cierto capital desde la producción y el comercio para conseguir esclavos.
ü La
mujer siempre ocupaba un lugar inferior al de los hombres, cuyos testimonios
eran más valorados y además debían firmar todos los documentos oficiales.
ü En
el caso de doña Juana, se ve como se hacían cargo de los dominios una vez
muerto el esposo, siempre y cuando fuera una viuda con hijos menores.
ü Existía
un fuerte vínculo entre las recogidas de ganado, la exportación de cueros y el
comercio de esclavos, lo cual es indicio de que éstos eran usados para las
faenas. Además se los utilizaba en parcelas para producir ‘‘lo necesario para
la mantención de la familia’’.
ü Tomando
aparte el caso de Rocha, éste confirma la existencia de algunos hacendados
vinculados a la ganadería, la agricultura, el comercio de exportación y las
funciones públicas.
Conclusiones
Como conclusiones generales, luego de haber
analizado casos de mujeres, esclavos e indígenas que vivieron en la campaña
rioplatense, se podría establecer:
ü No
todas las mujeres gozaban del mismo status socio-económico.
ü La
especialización regional en torno al ‘‘espacio peruano’’ favoreció a las
diferencias locales sobre el trabajo femenino, aborigen y esclavo.
ü Los
esclavos estaba presentes en la gran mayoría de las unidades productivas.
ü Éstos
podía ascender mediante la compra de su libertad y los buenos desempeños como
peones.
ü Los
indígenas tenían una relación ambivalente con los hispanos criollos: muchos
trabajaban como peones, agregados o campesinos libres en la pampa, mientras que
otros tantos eran un peligro casi constante por sus incursiones y daños
frencuentes.
ü Las
mujeres de los sectores subalternos tuvieron importancia como trabajadoras
rurales, textiles y del hogar. Las de los grupos más acomodados fueron
relevantes en el mercado matrimonial para la conformación de alianzas y grandes
patrimonios.
ü Por
último podría definirse una especia de ‘‘sector medio rural’’ entre las mujeres
con los casos de doña Juana Montenegro y Pascuala Orrego, quienes pese a
pertenecer a status diferentes, eran, al menos en lo que puede verse, pequeñas
o medianas productoras.
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Los pagos de Luján en el siglo XVIII’’, en Revista
TEFROS, Vol. 6, Nº 2, Diciembre de 2008, pp. 1-20.
·
Pérez,
O. (1996), ‘‘Tipos de producción ganadera en el Río de la Plata colonial. La
estancia de alzados’’, en Azcuy Ameghino, E. (Dir.), Poder terrateniente, relaciones de producción y orden colonial,
Buenos Aires, Fernando García Cambeiro, pp. 151-184.
·
Piana
de Cuestas, J. (1992), ‘‘De encomiendas y mercedes de tierras: afinidades y
precedencias en la jurisdicción de Córdoba (1573-1610) ’’, en Boletín del Instituto de Historia Argentina
y Americana ‘‘Dr. Emilio Ravignani’’, Nº 5, 3º Serie, 1º semestre de 1992,
pp. 7-24.
·
Presta,
A.M. (2000), ‘‘La sociedad colonial: raza, etnicidad, clase y género’’, en
Tandeter, E. (Dir.), Nueva Historia
Argentina. Tomo II: la sociedad colonial, Buenos Aires, Editorial
Sudamericana, pp. 55-85.
[1]
Profesor en Historia egresado de la
Universidad de Morón. Actualmente se encuentra realizando las carreras de
posgrado de Especialización (tesis final en proceso de corrección) y Maestría
en Ciencias Sociales con mención en Historia Social.
[2] Fradkin, R. y
Garavaglia, J.C. (2009), La Argentina
colonial. El Río de la Plata entre los siglos XVI y XIX, Buenos Aires,
Siglo XXI Editores, p. 18.
[3] Piana de
Cuestas, J. (1992), ‘‘De encomiendas y mercedes de tierras: afinidades y
precedencias en la jurisdicción de Córdoba (1573-1610) ’’, en Boletín del Instituto de Historia Argentina
y Americana ‘‘Dr. Emilio Ravignani’’, Nº 5, 3º Serie, 1º semestre de 1992,
p. 15.
[4] Gelman, J.
(1998), ‘‘El mundo rural en transición’’, en Goldman, N. (Dir.), Nueva Historia Argentina. Tomo 3:
Revolución, República, Confederación (1806-1852), Buenos Aires, Editorial
Sudamericana, p. 78.
[6] Néspolo, E.
(2008), ‘‘Cautivos, ponchos y maíz. Trueque y compraventa, ‘doble coincidencia
de necesidades’ entre vecinos e indios en la frontera bonaerense. Los pagos de
Luján en el siglo XVIII’’, en Revista
TEFROS, Vol. 6, Nº 2, Diciembre de 2008, p. 15.
[7] El Río de la
Plata correspondió a dicha jurisdicción hasta la formación del Virreinato del
Río de la Plata en 1776, en el marco de las famosas Reformas Borbónicas.
[11] La bula de
la Santa Cruzada se daba a los españoles muchos privilegios a cambio de que
aportaran gastos para combatir a los ‘‘indios infieles’’, así como también
servicios religiosos.
[13] Presta, A.M.
(2000), ‘‘La sociedad colonial: raza, etnicidad, clase y género’’, en Tandeter,
E. (Dir.), Nueva Historia Argentina. Tomo
II: la sociedad colonial, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, pp. 76-77.
[14] Milletich,
V. (2000), ‘‘El Río de la Plata en la economía colonial’’, en Tandeter, E.
(Dir.), Nueva Historia Argentina. Tomo
II: la sociedad colonial, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, p. 214.
[20] Azcuy
Ameghino, E. (1995), El latifundio y la
gran propiedad colonial rioplatense, Buenos Aires, Fernando García
Cambeiro, p. 18.
[21] Birocco,
C.M. (1996), ‘‘Los dueños del pueblo’’ en Azcuy Ameghino, E. (Dir.), Poder terrateniente, relaciones de
producción y orden colonial, Buenos Aires, Fernando García Cambeiro, p. 66.
[22] Mayo, C.
(2004), Estancia y sociedad en la pampa
(1740-1820), Buenos Aires, Editorial Biblos, p. 61.
[24] Se las
denomina aquí como vaquerías tradicionales porque más adelante también se
llamaba vaquerías a las recogidas de ganado alzado organizadas por el Cabildo y
los vecinos para obtener carne para el abasto, grasa, sebo, cueros (para la
exportación) y para el repoblamiento de las estancias de la Banda Occidental
del Río de la Plata.
[26] Birocco,
C.M. (2003), ‘‘Alcaldes, capitanes de navío y huérfanas. El comercio de cueros
y la beneficencia pública en Buenos Aires a comienzos del siglo XVIII’’,
ponencia presentada en las III Jornadas de Historia Económica, Asociación
Uruguaya de Historia Económica (AUDHE), Montevideo, 9 al 11 de julio de 2003,
p. 1.
[27] Halperín
Donghi, T. (2010), Historia contemporánea
de América Latina, Buenos Aires, Alianza Editorial, p. 41.
[30] Ibídem, p. 223.
[32] AGN, AECBA, Serie II, p. 114.
[33] Gresores, G.
(1996), ‘‘Terratenientes y arrendatarios en la Magdalena: un estudio de caso’’,
en Azcuy Ameghino, E. (Dir.), Poder
terrateniente, relaciones de producción y orden colonial, Buenos Aires,
Fernando García Cambeiro, pp. 144-147.
[38] AGN, AECBA, Serie II, Tomo V, p.
442.
[43] Garavaglia,
J.C. (1999), Pastores y labradores de
Buenos Aires. Una historia agraria de la campaña bonaerense 1700-1830,
Buenos Aires, Ediciones de la flor, p. 145.
[47] Padrón de
‘‘hacendados’’ del partido de Cañada de la Cruz (1789), en Azcuy Ameghino, E.
(1996), Poder terrateniente, relaciones
de producción y orden colonial, Buenos Aires, Fernando García Cambeiro, p.
229.
[51] Lucaioli, C.
y Nesis, F. (2007), ‘‘Apropiación, distribución e intercambio: el ganado vacuno
en el marco de las reducciones de abipones y mocoví (1743-1767), en Revista Andes, Núm. 18, Universidad
Nacional de Salta, p. 6.
[53] Higa, M.
(1996), ‘‘Tierra y ganado en un pago bonaerense de antiguo poblamiento’’, en
Azcuy Ameghino, E. (Dir.), Poder
terrateniente, relaciones de producción y orden colonial, Buenos Aires,
Fernando García Cambeiro, p. 117.
[66] Ver Pérez,
O. (1996), ‘‘Tipos de producción ganadera en el Río de la Plata colonial. La
estancia de alzados’’, en Azcuy Ameghino, E. (Dir.), Poder terrateniente, relaciones de producción y orden colonial,
Buenos Aires, Fernando García Cambeiro, pp. 151-184.
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