Introducción
Estamos de acuerdo que la ganadería fue una
rama productiva de fundamental importancia para la campaña de Buenos Aires y el
Litoral Rioplatense en líneas generales. La misma se fue desarrollando a lo
largo de todo el Período Colonial pasando por distintas e importantes
transformaciones en cuanto a la producción se refiere (organización de las faenas
y unidades productivas, tipos de ganado más relevantes, etc.).
El objetivo de esta ponencia se centra en el
análisis de los cambios que se fueron produciendo en las prácticas y
establecimientos productivos ganaderos durante los primeros decenios del Siglo
XVIII. Se ha elegido dicho período para hacer el repaso analítico por varias
razones: a) la extinción de un recurso privilegiado como lo fuera (desde la
fundación de Buenos Aires y durante toda la centuria anterior) el ganado vacuno
cimarrón; b) el crecimiento demográfico dentro de la jurisdicción, sobre todo
llegando a mediados de Siglo; c) la división territorial (y con esto, de las
zonas rurales), en distintas jurisdicciones (desde 1726 con el Cabildo de
Montevideo y efectivamente a partir de 1759 con el de Luján); d) la
consolidación de nuevas explotaciones pecuarias y la conformación de
establecimientos productivos más concentrados en la cría de ganados.
Partiremos de la base de que fue la extinción
del ganado vacuno salvaje la que ayudó a la consolidación de nuevas prácticas
en torno a dicho tipo de animales: las recogidas organizadas y las estancias de
cría más orientadas en este sentido. A su vez, la ganadería vacuna supo
coexistir con otra variante de la actividad pecuaria, la cual tuvo mucha mayor
relevancia hasta bien entrado este período: la cría y comercialización de
mulas, destinadas fundamentalmente hacia el Alto Perú. Asimismo, la
agricultura, sobre todo la del cereal (para los productos de consumo en el
mercado local), no estuvo ausente en los establecimientos de cría,
contradiciendo la visión ‘‘tradicional’’ de que la producción de cereales
carecía de importancia en las estancias. Por eso es que se toma en el análisis
la idea de establecimientos ‘‘mixtos’’.
Todas estas caracterizaciones se
profundizarán a partir del análisis de distintas fuentes correspondientes al
período 1723-1759: testimonios extraídos de las medidas tomadas por el
principal órgano político a nivel local (Acuerdos del Cabildo de Buenos Aires),
más descripciones y estadísticas armadas desde los datos brindados por los
padrones rurales (1726, 1738 y 1744) y las sucesiones (inventarios, tasaciones
de bienes, testamentarias) que representan a aquellos establecimientos que
poseían ganados.
La ganadería bonaerense durante el
Siglo XVIII
La ganadería en el Litoral Rioplatense
colonial constituye un tema que ha sido abordado desde múltiples perspectivas,
fuentes y objetos de estudio planteados. En lo que toca a los intereses de esta
investigación, habría que concentrarse particularmente sobre dos ejes
temáticos: a) las prácticas pecuarias y sus características; b) los diferentes
mercados coloniales a los cuales se dedicaban.
En cuanto al primer punto destacado, resulta
preciso resaltar los aportes de autores como Emilio Coni y Enrique Wedovoy. El
primero, en su famoso libro sobre las vaquerías en el Río de La Plata, sostuvo
que la extinción del ganado cimarrón fue lo que condujo a los cambios en las
formas de explotación del vacuno, puesto que mientras hubo este tipo de
animales disponibles, la cría ocupaba un lugar secundario.
Por su lado, el segundo de estos autores relaciona a la aparición de las
estancias de cría con la tendencia natural de los animales a reunirse cerca de
los cursos de agua, formándose una especie de sistema de pastoreo a campo
abierto que permitía a los criadores juntar al ganado, castrarlo y marcarlo,
entre otras cosas.
Siguiendo esta misma línea, Carlos Mayo agregó que a medida que se acababan los
planteles salvajes se fue imponiendo la cría en las estancias por sobre la mera
caza.
La extinción del recurso en cuestión ha sido
un tema que mantuvo cierta importancia en la historiografía colonial hasta hace
unas décadas atrás. Tulio Halperín Donghi definió con mucha simpleza la
situación hacia comienzos de la centuria, cuando la naturaleza destructiva de
las vaquerías condujo a la inevitable extinción del cimarrón, puesto que la
caza exclusiva no permitía la cría. Dicho
agotamiento, que se percibe desde los años 20 del Siglo XVIII, fue causante,
según Garavaglia, no solamente de cambios en las actividades productivas, sino
de las nuevas orientaciones seguidas por las incursiones indígenas que
empezaron a intensificarse sobre las estancias,
como consecuencia lógica. De esta forma, se trató de un condicionante
importante no solamente para la producción rural, sino para la situación social
de la campaña en general.
En cuanto a las formas que fue tomando la
explotación pecuaria, existen distintos puntos de vista al respecto. Hacia
comienzos del período que aquí nos toca, las vaquerías tradicionales
llegaban a su fin como actividad vacuna por excelencia. Una vez extinto el
cimarrón, la ganadería vacuna fue consolidándose en las recogidas y las
estancias de cría. Respecto a las primeras, Carlos Mayo, luego de analizar las
instrucciones planteadas en el Siglo XIX por Juan Manuel de Rosas, argumenta
que las recogidas, el pastoreo y vigilancia del ganado representaban, todavía
en ese entonces, una de las actividades más regulares, incluso dentro de los
establecimientos.
A su vez, las recogidas presentaban sus variantes: por un lado estaban las que
se hacían sobre los ganados alzados que se escapaban de las unidades
productivas en los campos del margen occidental del Río de la Plata, con el
objetivo de repoblar las tierras de cría; por otro lado, las que se efectuaban
sobre los todavía abundantes cimarrones de la Banda Oriental (en la tierras
pertenecientes a la jurisdicción capitular de Buenos Aires), los cuales servían
para hacer faenas diversas. Se profundizará más adelante sobre estas prácticas.
En cuanto a los establecimientos de
producción pecuaria, éstos fueron caracterizados de diferentes maneras por los
especialistas teniendo en cuenta fundamentalmente fuentes protocolares como las
sucesiones, inventarios de estancias, tasaciones de bienes, etc. Tomando el
período 1740-1820, Carlos Mayo, parándose desde una perspectiva de análisis
regional (lo que él denomina la ‘‘pampa’’ bonaerense), analizó 66
establecimientos identificados como estancias, sobre los cuales pudo obtener
algunas conclusiones de importancia: en primer término, el ganado representaba
lo principal entre las inversiones, teniendo fundamental papel dentro del mismo
el vacuno (presente en 59/66 establecimientos), al igual que el mular (presente
en el 93,92% de los mismos, desde la apreciación de los sitios que contaban con
caballos y yeguas de cría), mientras que las ovejas tuvieron una presencia poco
despreciable (63%) pese a su poco valor monetario, pudiéndose desprender de
todo esto la diversificación del stock
ganadero como una realidad; en segundo lugar, los cuantiosos gastos que se
hacían en esclavos, fundamentales como mano de obra estable, y tierras
(abundantes pero baratas); en lo que corresponde a las condiciones materiales
de vida, se produjo una aproximación a viviendas más bien modestas, al igual
que su mobiliario, las cuales solían contar con capillas en su interior; por su
parte, las herramientas no representaban un gasto demasiado abultado (10% del
capital total invertido), siendo importantes para apreciar la presencia de prácticas
agrícolas (atahonas), ganaderas (marcas, yerros, etc.), y de un sector textil
doméstico en base a la utilización de la lana.
Garavaglia, analizando el recorte extendido
de 1750-1815, pudo elaborar un modelo teórico definido como ‘‘establecimiento
típico’’, el cual se caracterizaba por el fuerte peso de los vacunos y de los
animales destinados a la producción mular, llamando la atención que el promedio
de extensión territorial sea de 2.500 hectáreas. Más precisamente, se componía
de 790 vacas, 490 ovejas, 300 equinos y 40 mulares
(vale aclarar que éstos aparecen muy pocas veces definidos como tales en las
fuentes). De esta manera, el autor mantiene una postura elaborada similar a la
de Mayo, al menos en cuanto a la importancia de bovinos y mulas, destinados a
los mercados ya mencionados al principio.
Asimismo, estudios anteriores, aunque
distintos en perspectiva de análisis y metodologías, muestran que la presencia
de vacunos y mulares en los establecimientos no es exclusiva de la segunda
mitad del siglo XVIII. Rodolfo González Lebrero, quien analizó sucesiones correspondientes
al lapso 1602-1640, período en el cual las vaquerías tradicionales tenían mucho
más auge en la campaña bonaerense, arribó a conclusiones muy interesantes: a)
tanto las chacras como las estancias desempeñaban prácticas agrícolas (en ambos
tipos de establecimientos se encontraron atahonas, percheles y molinillos,
destacándose herramientas como hachas, hoces y otros instrumentos como carretas
y amasadores; b) respecto al ganado, el 93% de las unidades contaban con ganado
vacuno, mientras que en las chacras primaban las lecheras; c) el resto de las
especies eran de menor importancia cuantitativa, llamando la atención el alto
porcentaje de cerdos registrados (78%), y la poca relevancia que le otorga el
autor a los mulares. Estos
puntos serán puestos en discusión para las fuentes correspondientes al período
1723-1759.
Por otro lado, existen estudios elaborados
desde la historia local-regional, los cuales resultan muy interesantes para
desarrollar algunas cuestiones. Analizando la estancia betlemita de Fontezuela
(1753-1809), Tulio Halperín Donghi demostró a nivel de estudio de caso la
importancia que radicaba en la complementación existente entre la mano de obra
libre y la esclava (los representantes de esta última significaban uno de los
gastos más pesados según los libros de cuentas del establecimiento); el segundo
gran aporte está en lo desarrollado acerca de la producción pecuaria y su
relación con los mercados, destacándose principalmente la cría de mulas (para
los mercados del Norte minero) y el ganado vacuno con sus distintas
alternativas (cueros y novillos para el abasto de carne).
Respecto a este último tema, el cual no
carece para nada de importancia para los intereses de esta exposición, Juan
Carlos Garavaglia sostiene, a partir del análisis de los inventarios, diezmos,
cartas y testimonios del Cabildo, que existieron diferentes corrientes
mercantiles para la ganadería bonaerense: el mercado local (carne, grasa, sebo,
etc.), las diversas ferias regionales (vacas y mulas enviadas a pie) y el
mercado exterior (cueros).
Estas bases teóricas son tenidas en cuenta a la hora de analizar y elaborar los
datos de la primera mitad del siglo XVIII.
Por último, se deben tratar los
establecimientos productivos siguiendo algún tipo de clasificación. En este
sentido, sirve mucho la distinción hecha por Garavaglia en quintas, chacras,
estancias de cercanías y estancias. Las primeras eran las ubicadas en el ejido
de la Ciudad, y se dedicaban más que nada a la producción agrícola-forrajera.
Las segundas, cercanas a la zona urbana, también se caracterizaban por la
fuerza de la agricultura, aunque no se descarta la presencia de ganados. Las
estancias de cercanías eran aquellos establecimientos ‘‘mixtos’’, en cuanto
complementaban agricultura con ganadería. Por último, las estancias eran
explotaciones más extensas y alejadas del mercado citadino, mayormente
especializadas en la cría de animales. Partiendo
de esta clasificación, se analizarán y caracterizarán los establecimientos
productivos del período seleccionado, haciendo hincapié en la ganadería y sus
alternativas mercantiles más importantes: los bovinos y las mulas. Asimismo, no
se abandona la idea de la producción mixta, en el sentido de complementación
entre los diferentes tipos de ganadería y la agricultura.
El ganado vacuno: explotación y
cría
Ya se ha dicho que el estudio de las
prácticas pecuarias centradas en el ganado vacuno deben ser distinguidas en dos
partes: los distintos tipos de recogidas (de alzados y de cimarrones) y los
establecimientos productivos.
En cuanto a las primeras, hay que señalar la
diferencia, en cuanto a características y procedimientos, de las recolecciones
de alzados organizadas por los vecinos criadores, autoridades rurales y el
Cabildo de Buenos Aires para buscar los animales que se escapaban de las
tierras en busca de agua de las planificadas para realizar sobre los planteles
de salvajes que todavía abundaban en las campañas de la Banda Oriental
correspondientes a la misma jurisdicción capitular.
Las recogidas de alzados consistían en salir
a juntar ganados que se alzaban o que se internaban en la campaña para buscar
agua. Los criadores iban a buscarlos y solían identificarlos por las marcas y/o
señales, lo cual trajo muchos problemas. El objetivo central era más que las
faenas, el devolver los ganados a las unidades productivas. Estas recolecciones
a campo abierto de alzados y sus crías, más el reparto de orejanos en prorratea
entre los vecinos ganaderos eran algo común a comienzos del siglo XVIII.
La abundancia del ganado cimarrón en el Río de la Plata había permitido,
durante el siglo anterior, el desarrollo de una empresa recolectora-cazadora.
Pronto, algunos vecinos lograron hacerse de la propiedad de los ganados,
diferenciándose así del ganado cimarrón, que pertenecía a los vecinos
accioneros, pero que dejaría de existir en algunos puntos de la región hacia
comienzos del siglo XVIII, dando paso a otras explotaciones como las estancias
de alzados. En las mismas, las reservas de rodeo manso servían como fuentes de
grasa, sebo y cueros, y dichos animales se criaban con libertad, teniendo esto
como consecuencia la dispersión de los mismos durante el alzamiento (por causas
de motivos naturales como las sequías y la consecuente partida en busca de
aguas). Según Osvaldo Pérez, estas prácticas productivas tuvieron como elemento
dinamizador fundamentalmente la producción de cueros para el mercado externo,
cuyo crecimiento en la demanda se dio antes del boom causado por la apertura del Libre Comercio desde 1778, y que
dicha demanda fue amortiguada en primera instancia por los alzados y orejanos
más que por el ganado manso de las estancias.
Los testimonios que se desprenden de las
reuniones del Cabildo porteño permiten apreciar el funcionamiento de estas
expediciones de búsqueda y captura de los alzados. Aparentemente, el
Ayuntamiento se encargaba de dar los permisos, organizarlas y de fijar cómo se
haría la redistribución del recurso obtenido. En este sentido, hay un caso
correspondiente al pago de la Matanza que resulta ilustrativo: en los vecinos salieron a la campaña a hacer la
recogida de los ganados que allí se hallaban dispersos. Éstos recogieron
porciones considerables sin marcas ni señales. El Cuerpo
Capitular nombró al Teniente
Domingo Díaz para que cuidara quienes eran los vecinos que entraban a la
campaña a hacer la recogida de ganado y hacerles declarar con qué licencia la
habían realizado. En caso de no tener licencia, se ordenó que se embargaran las
cabezas de ganado recogidas.
Ese mismo año, el mismo designado comunicaba a los capitulares que ya se encontraba en la estancia de Antonio
Gutiérrez del pago de La
Matanza para llevar adelante el cumplimiento de la comisión
que se le había otorgado por el Alcalde de Primer Voto Juan
Gutiérrez de Paz.
En este caso, puede apreciarse el accionar del Cabildo en cuanto a las
licencias y su control, el nombramiento de comisionados para que se ocuparan de
prever problemas y el ordenamiento de sanciones contra posibles infracciones
sobre el ganado.
Hay
casos que son más explicativos para otras cuestiones, como la conformación de
estancias de alzados. El ya nombrado Domingo Díaz envío una carta en la cual informaba sobre que se había
encontrado con Gutiérrez en una de las estancias del difunto Juan De Rocha.
Gutiérrez traía el ganado recogido en presencia de ‘‘buenas personas’’,
argumentando que había entrado a la campaña a hacer la recogida por orden de
Gaspar de Bustamante, Alcalde Provincial. Para demostrarlo, le mostró a Domingo
Díaz la orden de dicho Alcalde. Se hallaron 700 cabezas de ganado vacuno entre
grande y chico, además se registraron 130 orejanos, y el resto eran animales
con diferentes marcas y señales, las cuales no se identificaron todas debido a
su variedad. Con este ejemplo, puede apreciarse cómo hubo
vecinos que repoblaban sus planteles de ganado con alzados, como fue el caso de
don Juan de Rocha, quien años antes había actuado como Alcalde de la Hermandad,
encargado de recogidas en varias oportunidades y también ocupándose del abasto
de carne.
Asimismo, puede notarse la distinción entre el ganado mayor y los orejanos,
aquellos que por ser muy jóvenes no poseían aún marcas ni señales, por lo que
eran repartidos en prorratea.
Por otra parte, el Cabildo eran quien se
ocupaba de que se controlaran las licencias, como cuando en 1749 el Capitán Tomas Billoldo, que había venido con
su gente del pago de la
Magdalena, recogió 134 cabezas que les correspondían a él y a
otros vecinos según sus marcas, presentando las órdenes que le dieron los
mismos para que las recogiera. Se le obligó a dar cuenta
de ello. Otros
casos ayudan a considerar cómo había ciertas facultades correspondientes
exclusivamente a la Sala Capitular: en ese mismo año Juan Gutiérrez de Lea, Alcalde de la Santa Hermandad, recordó que
Gaspar de Bustamante, Alcalde Provincial de la Santa Hermandad, no tenía la
facultad ni jurisdicción para dar licencias ni mandar a que los vecinos
hiciesen recogidas de ganado. Dichas facultades eran del
Cabildo. El mismo que cada uno de los vecinos de Areco saliera
a recoger sus ganados y se mandó a juntar todas las licencias y autos que se
hubiesen dado sin su permiso.
Otro
punto primordial era el nombramiento de vecinos con comisiones especiales para
determinados asuntos que involucraban a las prácticas pecuarias, como cuando en octubre de ese mismo año de
1749, se nombró un comisionado para que controle a
aquellos que especulaban con las marcas y señales para recoger ganado. Se
estableció una pena de 50 pesos para los españoles, 100 azotes para los negros,
mulatos,
esclavos y libertos.
Al
mismo tiempo, existieron otras problemáticas en torno a las recogidas de
ganados, tal como podían ser los traslados de poblaciones en las zonas rurales
de frontera, causadas fundamentalmente por las incursiones indígenas, las
cuales fueron muy intensas en la región desde el decenio de 1740. En 1746 se registró un caso
interesante, cuando el
Gobernador de Buenos Aires estableció que los vecinos de Santa Fe que querían
trasladar sus haciendas hasta San Nicolás de los Arroyos por la amenaza de los ‘‘indios’’, tenían la obligación de estar al servicio de
la Ciudad con
sus armas, sus caballos, sus personas y su ganado. El ganado sería pagado a los
vecinos con puntualidad siempre y cuando se contara con dinero en la Caja de Arbitrios. Podrían enumerarse
otros casos en los cuales se ve la relación entre las recogidas de alzados y la
situación de la frontera abierta: por ejemplo, en 1739 el encargado de las expediciones armadas, Juan de Sa Martín,
propuso ante el Ayuntamiento que ya era tiempo para que se le dieran las
providencias necesarias para hacer las recogidas de ganado y caballadas contra
los ‘‘indios infieles’’.
Aquí puede deducirse el carácter armado de las salidas de vecinos, además de la
interacción entre encargados, vecinos y cabildantes por estos problemas. Según
Garavaglia, las tensiones con los ‘‘infieles’’ se intensificaron en la campaña
bonaerense, sobre todo en las zonas de frontera, a partir de la extinción del
ganado cimarrón visible desde los años 20 de la centuria en cuestión, lo cual
condujo a un cambio de orientación de las malocas al saqueo de estancias.
Sin embargo, dichas prácticas anteriormente
mencionadas y descriptas predominaron en la Banda Occidental de la campaña
bonaerense y en las cercanías de la ciudad de Santa Fe. Por otro lado estaban
las vaquerías que se realizaban sobre los abundantes cimarrones disponibles en
la Banda Oriental. Sobre éstas, también correspondían al Cabildo porteño las
principales atribuciones. Para Juan Carlos Garavaglia, al menos desde 1719 ya
existía un ganado denominado ‘‘invernado’’ en Buenos Aires, haciendo referencia
a los animales alzados que se recogían en la parte occidental y sobre todo a los
cimarrones que todavía abundaban en el otro margen del Plata.
En este sentido, las vaquerías tradicionales quedaron concentradas en los
campos entrerrianos y orientales, en donde la actividad fue tan importante que
fue necesario el repoblamiento ganadero. Con
respecto a la finalidad de estas recogidas y vaquerías que tenían lugar en las
zonas rurales en donde todavía abundaba ese tipo de vacunos, es más que
evidente que estuvieron orientadas a más de una necesidad y a diversas rutas
mercantiles. Entre ellas se destacaron la obtención de animales para el abasto
de carne, las faenas para hacer cueros y piezas de grasa y sebo, los envíos de
animales en pie hacia el Alto Perú argentífero y el repoblamiento de estancias
de cría en donde hacían falta los animales.
Son muchos los casos útiles para ejemplificar
esos rasgos de las recogidas en ‘‘la otra banda’’. Por ejemplo, 1726, se presentó una petición de Don Gerónimo
de Escobar para hacer 100 piezas de sebo y grasa en la Banda Oriental en el plazo de
dos meses. Se le concedió licencia con la condición de que trajera dicha
cantidad de sebo y grasa para el abasto de la Ciudad de Buenos Aires. También se le concedió
una licencia con las mismas condiciones a Don Alonso Suárez, quien no
especificó la cantidad de piezas que quería realizar;
ese mismo año se concedió licencia
a Domingo Monzón para hacer piezas de sebo y grasa en la Banda Oriental con la condición
que sirviera al abasto de esta jurisdicción.
Al mismo tiempo que se ocupaba de las faenas para producir sebo y grasa, debía
encargarse de regularlas en determinadas situaciones y de imponer autoridad
para evitar excesos que perjudicaran desde su óptica al bien público: en 1733 se mencionaba como, a causa de la falta
de ganados y como consecuencia de grasa y sebo, había vecinos que no
encontraban las velas y el jabón que
necesitaban;
7 años más tarde se mandó a
los comisionados a que prohibieran la saca de sebo y grasa por los perjuicios
que seguirían de no evitarse la misma.
Sin dudas, lo que más les interesaba a los
vecinos y las autoridades era el vacuno para hacer cueros y para el abasto de
carne de la jurisdicción. En este sentido, el Cabildo también se encargaba de
dar las licencias correspondientes, de organizar y de regular las prácticas
productivas. En esos casos, el Cabildo también era el encargado de dar los
permisos y administrar los recursos. En 1723, por ejemplo, se dio lugar para
hacer 25.000 cueros en tierras de la Banda Oriental, los cuales fueron fijados
a 11 pesos por pieza, contra los 13 que valían los de la Banda Occidental,
donde para esa misma partida se consiguieron 15.000;
mucho más avanzado el período, en 1749, Juan de Vargas solicitaba mediante
comprar cueros producidos en la Jurisdicción de Buenos Aires y cargarlos en el
navío ‘‘Nuestra Señora de la Luz’’, ya que no había los suficientes en otros
lugares, para lo cual creía necesario que se les permitiera a los vecinos hacer
las matanzas suficientes para que pudieran venderle todos los que necesitaba;
ese mismo año, Gabriel Antonio Gómez pidió permiso para despachar desde Buenos
Aires a dos navíos que aguantasen hasta 350 toneladas, el cual se le concedió con
algunas condiciones: para cargar el navío con productos de la Jurisdicción, que
sean los más convenientes; que pagara los derechos correspondientes por dicha
acción; y que los pagara en todas las ciudades de la Provincia en las cuales
cargara productos.
Aquí pueden notarse otras atribuciones capitulares relevantes en relación a las
recogidas, vaquerías y producción de cueros:
·
El Cabildo daba permisos para hacer
cueros a los vecinos criadores de la ciudad.
·
El mismo se encargaba de fijar los
precios a los cuales debían venderse dichos efectos.
·
También debía autorizar la carga de los
navíos compradores de cueros.
Al mismo tiempo, otra de las finalidades más
destacadas era la del abasto de carne, para lo cual se utilizaban aquellos
animales del ‘‘ganado invernado’’ que menciona Garavaglia como traído desde la
Banda Oriental para suplir las necesidades de la población. Por
ejemplo, en 1726 se presentó un
auto proveído por el Gobernador, en el cual hacía referencia a los pregones
otorgados al abasto de carne en virtud de la postura del Capitán Juan de Rocha,
encargado de las vaquerías en la Banda Oriental, por el que mandó que se hiciera cuanto antes el remate de dicho
abasto en la persona que fuera más conveniente para ese fin.
Más
adelante ese mismo año se
presentó un auto del día anterior por el Gobernador en vista de los autos
presentados anteriormente sobre la carnicería anual, por lo que los miembros
del Ayuntamiento nombraron de común acuerdo como diputado al alcalde de segundo
voto, para que se hiciese responsable de los mataderos y que el fiel ejecutor
se hiciera cargo de las vacas que debían traerse para el matadero, las cuales
serían sacrificadas entre diciembre y febrero los días lunes, miércoles y viernes.
En este caso, puede apreciarse como había algunos casos en los cuales el ganado
era recogido en la otra banda para ser invertido en el abasto de carne local.
Sin embargo, el procedimiento más común
consistía en que el Cabildo convocara y se encargara de difundir el remate
público del derecho al abasto de carne anual, el cual se realizaba entre los
vecinos criadores de Buenos Aires. El caso de 1734 sirve mucho para ilustrar
este proceso: el 5 de
abril el Ayuntamiento mandó a pregonar el abasto de carne anual de la Ciudad;
el 4 de mayo los miembros
de la Sala acordaron, una vez
dados los pregones, que se saquen a remate y se dieran a quienes le fuera más
favorable al bienestar de la República,
y que se informara de todo al Gobernador; cinco
días después este último mandó a que avisaran a los vecinos sobre el
remate del abasto de carne en las juntas que solían hacerse en las capillas de
Areco, Luján, Magdalena y el pago de Las Conchas para que algunos vecinos que
pudiesen hicieran sus posturas al respecto.
De esta forma, se pueden diferenciar 3 etapas fundamentales: convocatoria,
remate y divulgación. Finalmente, el derecho recaía en quien hiciera la mejor
postura posible, tanto en cuanto a la cantidad de animales y su precio.
Por otra parte es preciso analizar los
establecimientos productivos, que desde bien temprano en la Época Colonial
tuvieron cierta dedicación a la cría de vacunos. Tras el análisis de 34
sucesiones, González Lebrero demostró la existencia de chacras y estancias ganaderas
a principios del Siglo XVII, donde se destacaron el ganado vacuno, ovino y
porcino.
Por su parte, Azcuy Ameghino, sosteniendo una postura distinta a partir del
estudio de Actas Capitulares, que en las primeras explotaciones ganaderas comenzaron
con una clara orientación al ganado mular, lo cual está directamente
relacionado con el engarce con el espacio peruano. Este
punto será discutido con los padrones y sucesiones.
En lo que toca al ganado vacuno durante la
primera mitad del siglo XVIII, se pueden decir varias cosas. En primer lugar,
la existencia de establecimientos clasificados como chacras y estancias, en el
sentido de más orientadas a la agricultura del cereal (ver último apartado) o a
la ganadería, con superioridad de las últimas por sobre las primeras, al menos
en líneas generales (Ver gráfico 1). Por otra parte, es innegable la existencia
de distintas especies de ganado dentro de los establecimientos: en las unidades
productivas analizadas hemos tenido datos sobre vacas, bueyes, caballos,
yeguas, burros y ovinos. Según los padrones, los principales animales de cría
fueron los vacunos y los involucrados en la cría de mulas (yeguas y caballos),
lo cual no es un dato menor (Ver gráfico 2). Sin lugar a dudas, se trató de las
especies más importantes, en cantidades y en salidas mercantiles. Por eso, se
debe analizarlas a partir de otros datos más precisos brindados por las
sucesiones del período seleccionado, para establecer una relación entre ambos.
Los establecimientos productivos:
el ganado
Ahora bien, ¿qué describen las fuentes
consultadas acerca de los establecimientos productivos que poseían ganados? A
partir del análisis de 60 UP correspondientes al período 1726-1759, se pudieron
elaborar importantes datos y caracterizaciones sobre la organización de las mismas,
los tipos de ganado que predominaban y la relación entre la ganadería y la
agricultura.
Yendo más puntualmente a las características,
habría que decir que las explotaciones pecuarias lejos estaban de ser
homogéneas, sino que aparecen diferentes realidades. Por ejemplo, había grandes
estancias como las que habían quedado de don Miguel de Riblos en Areco: dentro
de las mismas se encontraron burros hechores, caballos, 14 bueyes, 869 mulas,
más de 4000 yeguas de cría, 806 vacas, 410 terneros, 30 caballos mansos, 800
reses herradas, entre otras cosas.
Otro caso aproximado es el de don Lorenzo Rodríguez, quien también presentaba
un stock ganadero bastante robusto y
diversificado: en 1745 se contaron entre sus propiedades 1280 vacas, 50
terneras, mulas, yeguas madrinas, 80 caballos, 50 bueyes, 1500 ovejas y otras 6
manadas de yeguas. En este punto, los datos brindados por los
padrones resultan útiles e ilustrativos: por ejemplo, en 1738 Antonio Gelves,
vecino de Arrecifes, declaró tener 500 cabezas de vacuno, 300 yeguas, 30
caballos y 400 ovejas;
don Fernando Quintana poseía 1000 vacas, 2000 yeguas y 20 caballos; Tomás
de Arroyo, criador de Magdalena, en 1744 registró 1500 vacas y 3000 ovejas
entre sus tierras de estancia y chacra.
Al mismo tiempo, tenían lugar en la campaña
otros establecimientos también orientados hacia la ganadería, pero que eran de
menor tamaño. Tal fue el caso de don Joseph de Esquivel, que si bien tenía 800
varas de tierras, acusó tener 3 vacas, 5 bueyes mansos, 6 caballos y 2 novillos; el
Capitán Antonio Barragán, de Luján, solo tenía 50 vacas y 50 yeguas,
en 1744, Pedro Gómez y Gonzalo Cabrera, ambos de Magdalena, vivían de los 50
vacunos que poseía cada uno.
Por último, no hay que olvidarse de los pequeños
pastores, es decir, aquellos que, ya fuesen propietarios de tierras o no, se
mantenían de la cría de algunas pocas cabezas, destinadas más que nada al
mercado local o el autoconsumo. Los ejemplos son muy numerosos, pero no viene
al caso citar aquí más que algunos representativos de la situación: la viuda
del difunto Lagos, de Cañada de la Cruz, únicamente tenía ‘‘algunas vacas’’,
mientras que Gregorio Pereira, vecino suyo, unos pocos caballos;
Juan de Bustos, de Pesquería, vivía gracias a sus ‘‘pocos animales’’, al igual
que Faustino Coello.
Lo que interesa de todos estos casos, tiene
que ver principalmente con dos realidades: a) las diferentes situaciones que
vivían los distintos grupos de la campaña; b) la diversificación de la
producción pecuaria en todos los niveles, respondiendo a la idea ya planteada
de las alternativas mercantiles dentro del espacio colonial y de una economía
insertada en un ‘‘mercado mundial’’.
En cuanto a las alternativas mercantiles, éstas
son visibles si uno se pone a analizar tanto los datos brindados por los
padrones como las descripciones del ganado que aparecen en las sucesiones. Como
quedó sentado en los gráficos anteriores, dentro de los establecimientos
ganaderos y ‘‘mixtos’’ predominaban los vacunos y los animales vinculados a la
producción de mulas. Si uno revista los datos de las UP, se vuelve a comprobar
esta idea. Sobre un total de 60 establecimientos con ganado, 34 (56,7%) tenían
tanto vacas como mulares (mulas, yeguas y/o burros hechores), mientras que
solamente uno tenía únicamente vacunos y otro se dedicaba solo a las yeguas.
Esto nos dice algo fundamental: la complementación entre ambos tipos de
animales. A su vez, el 100% de los establecimientos con ganado tenían alguna de
estas especies.
Por otra parte, vale la pena señalar que
tanto bovinos como mulares (sumando yeguas de cría, mulas y burros), aparecen
en grandes cantidades. Los números dan como cifras totales 12520 vacunos y 9629
cabezas en la producción mular. Esto quiere decir, que tomando la primera mitad
del siglo XVIII y algunos años más, se puede ver cómo los establecimientos se
van orientando progresivamente hacia la cría de vacunos, pero que la de mulas
sigue teniendo un papel muy importante hasta bien entrada dicha centuria por lo
menos. Estos números dan un promedio de 160,5 ‘‘mulas’’ y 208,7 vacunos por UP.
En cuanto a la relación entre ambas tipos de ganado, la misma es de 1,3 vacas
por cada ‘‘mular’’, siendo por lo tanto muy pareja en este período. Es preciso
señalar que la cría de mulas era una práctica que requería una inversión de
capitales y especialización mucho mayores, así como también era más arriesgada
en cuanto a pérdidas de crías. A su vez, dentro del proceso de la
‘‘fabricación’’ de este híbrido entraban en juego varias especias: yeguas de
cría, caballos y burros hechores. El proceso consistía en la reproducción
manipulada por el hombre entre las yeguas y los burros hechores, aquellos que
eran acostumbrados desde sus primeros días a convivir con las yeguas. Para eso,
era preciso sacrificar crías de caballo y colocar las pieles sobre el burrito
cubriéndolo con la misma, para que de esta manera pudiera ser integrado en las
manadas. De esta forma, no solamente era complejo y costoso, sino que también
el ganado mular se veía condicionado por el stock
de ganado equino y sus variaciones.
Resulta interesante hablar un poco de esta
última actividad antes de cerrar el apartado, ya que la misma tuvo mucha
importancia para la economía rioplatense colonial desde comienzos del siglo
XVII, lo cual se ve reflejado todavía en las fuentes trabajadas para esta
ponencia. Ya en el siglo XVI existía un ‘‘espacio peruano’’ (tomando las
palabras de Carlos Assadourian) centrado en Lima y Potosí como principales
centros económicos. ‘‘Este espacio, que abarcaba desde Quito hasta el Río de La
Plata, estaba articulado por el capital mercantil generado en esos dos centros,
sobre todo por la minería potosina’’. Para autores como Assadourian y Gustavo Paz, la región
pampeana formaba parte de este ‘‘espacio peruano’’, cuya característica
principal era que ‘‘la demanda de mercancías por parte de Lima y Potosí
generaba una especialización regional de la producción de las diferentes
subregiones dentro del espacio peruano. La consecuencia fundamental fue la
formación de un mercado interno de mercancías provistas por las diferentes
regiones y consumidas dentro del espacio peruano, en particular en los dos
centros de desarrollo’’.
Para Gustavo Paz, la importancia de la cría y comercialización de mulas desde
la subregión rioplatense fue que su circulación ‘‘articuló un espacio económico
entre Buenos Aires y el Perú desde comienzos del siglo XVII que perduró hasta
fines del período colonial’’.
Con respecto al
origen de la cría de mulas destinadas al mercado limeño-potosino, existen
diferentes opiniones. Para Assadourian, ésta actividad comenzó a desarrollarse
en forma importante por primera vez en el área de Córdoba hacia comienzos del
siglo XVII (entre 1610-1630), naciendo como adaptación a las necesidades del
mercado peruano, que necesitaba de estos híbridos como elementos de transporte
(sobre todo en las minas del Potosí, cuya superficie es de muy difícil
adaptación para otros tipos de animales de carga, como por ejemplo los bueyes).
Paz sostiene que comenzó a consolidarse recién hacia fines del siglo XVII, y
Salta se transformó en un centro de acumulación de mulas en donde se compraban
y vendían estos animales.
Según esta hipótesis, las mulas se criaban mayoritariamente en Córdoba y se
concentraban en el mercado salteño, para luego se llevadas por quienes las
compraban hacia diferentes puntos del Alto Perú.
Además, se
trataba de una actividad compleja, mucho más que el usufructo del ganado vacuno
cimarrón, puesto que, a diferencia de éste último, ‘‘es un animal doméstico que
exige ciertas técnicas para su reproducción y una especial dedicación en las diferentes
etapas que llegan hasta su venta: seleccionar y separar los conjuntos
reproductores, cuidar de la alimentación de las pequeñas crisis, capar los
machos, marcar los animales con el hierro, amansados’’.
Por suerte para los productores y comerciantes, ‘‘estas nuevas especies
incorporadas al ecosistema pampeano por el proceso colonial europeo se adaptaron ventajosamente
a las condiciones ambientales de esta región’’.
Ahora, se harán
algunas aproximaciones a la economía rural ‘‘mixta’’, con la idea de poder ver
si se daba o no cierta relación complementaria entre la ganadería y la
producción agrícola.
Los establecimientos ‘‘mixtos’’
Partiendo del análisis de inventarios para el
período 1750-1815, Juan Carlos Garavaglia supo demostrar, entre otras cosas, la
existencia prácticas agrícolas en las denominadas estancias, y en definitiva
una relación de complementariedad más que de contraposición entre la producción
de cereales y animales.
En este apartado se parte de la idea de que, además, las chacras, reconocidas
como UP fundamentalmente agrícolas, también se concentraban, aunque en menor
medida, en la cría de animales para distintos fines.
¿Cómo hacer para notar la presencia o no de
agricultura en las estancias? Como bien sostiene el autor, podría ser mediante
la presencia de bueyes (para carretas y arados), o de herramientas agrícolas en
los inventarios.
Esta relación se daba tanto en las grandes estancias ganaderas como en las
pequeñas y medianas explotaciones: entre las tierras de estancias de don
Francisco Casco se encontraron herramientas agrícolas y varias fanegas de trigo; Joseph
de Esquivel tenía estancia y además una chacra de 800 varas de frente, donde
había 7 fanegas de trigo, 7 palas, una fuente de estaño, 8 hoces y carretillas; don
Lorenzo Rodríguez, quien contaba con cuantiosas haciendas, también tenía
arados, azadas, tachos, 2 carretones, 3 carretas, un molino de tiro, caballos y
bueyes.
Casos como los anteriores permiten pensar en
que había UP reconocidas como estancias dedicadas en menor medida a la
agricultura. A su vez, existían las chacras y pequeñas explotaciones que
complementaban ambas ramas de la economía colonial. Por ejemplo, José Díaz de
Adorno, un pequeño productor de Las Conchas, complementaba la cría de ovejas
con la de bueyes y el uso arados para explotaciones agrícolas; Miguel
Díaz, de Luján, poseía algunas vacas lecheras y ovejas, sirviéndose además de
bueyes para arar;
Joseph Jufré criaba bueyes y caballos pero además sembraba;
Julio Celiz tenía vacas y ovejas, y además una tahona;
ya en 1744, Juan de Valdivia, chacarero de La Matanza, se dedicaba también a la
cría de vacas y yeguas; Diego
de Videla se mantenía de sus vacas lecheras y los productos de su chacra; Juan
Manuel de Arce (1734) tenía una chacra con árboles frutales, donde además se
encontraron herramientas agrícolas, 60 mulas, 27 mansas, 10 bueyes, 2 yeguas
madrinas y 4 caballos mansos; en
las chacras del Capitán Francisco Cordero había yeguas, mulas, vacas, terneras,
caballos y esclavos. Todas
estas descripciones permiten apreciar que en UP medianas o menores, o en las
más especializadas en la producción agrícola, también había cría de animales
diversificada para los distintos mercados.
Respecto a la importancia de la agricultura,
habría que sostener que esta se concentraba más que nada en la de cereales, y
entre estos la del trigo. Este era un elemento fundamental para la elaboración
de panificados, central en la dieta de los porteños y bonaerenses de aquella
época. Sin ir más lejos, el Cabildo estimaba en 1721 que se necesitaban entre
15.000 y 16.000 fanegas anuales para alimentar a todos, mientras que a fines de
la centuria la cifra superaba las 80.000 y a comienzos de la siguiente oscilaba
entre 96.000 y 120.000 por año. En
lo que respecta a nuestro período, algunos datos pueden ser de utilidad:
Cosechas de trigo en Buenos Aires
|
Año
|
Diezmo
|
Cosecha
|
1724
|
1.938
|
22.674
|
1738
|
5.097
|
59.634
|
En definitiva, las fuentes consultadas
permiten percibir la presencia de agricultura en las UP ganaderas y de
ganadería en las más agrícolas. Sería interesante profundizar más esta relación
y el protagonismo de los cereales a partir de la interacción entre diferentes
fuentes.
Conclusiones
Luego de analizar diferentes fuentes
(Acuerdos y Archivos Capitulares, Sucesiones, Padrones rurales), se han
alcanzado algunas conclusiones provisionales en lo que respecta a las prácticas
y formas productivas de la primera mitad del Siglo XVIII:
·
El ganado vacuno y las prácticas
productivas en torno al mismo fueron sufriendo transformaciones a lo largo de
este recorte: a) la caza condujo progresivamente a la extinción del cimarrón;
b) a partir de ello se consolidaron otras formas de aprovechar los derivados de
estos animales: las recogidas de ganado y las estancias cría; c) se
configuraron diferentes tipos de recogidas: las de alzados para repoblar
estancias (Banda Occidental) y las destinadas a faenar o a ‘‘importar’’
cimarrones (Banda Oriental).
·
El Cabildo, sus funcionarios y vecinos
designados intervenían activamente en problemáticas vinculadas a las vaquerías,
redistribución de los animales recogidos, control de licencias, marcas y
señales, permisos o prohibiciones para las distintas faenas, abasto de carne,
etc.
·
Las estancias bonaerenses se
concentraron fundamentalmente en dos tipos de ganado: vacuno y mular. Los
mismos respondían a diversos intereses mercantiles: cueros (mercado exterior),
grasa, sebo y carne (mercado local y transacciones regionales), animales en pie
(para abastecer de carne a los mercados del Norte minero, y de mulas para los
trabajos en las explotaciones argentíferas).
·
Dentro de los ‘‘hacendados’’ (en cuanto
propietarios de ganado, en cualquier medida), existieron realidades dispares:
había desde grandes propietarios y terratenientes (los menos) y un importante
sector de medianos y pequeños propietarios (pastores y labradores).
·
Un porcentaje considerable de las UP que
contaba con ganados diversificaban sus stocks
por las razones económicas y explicadas, indistintamente de si se trataba de
terratenientes estancieros o campesinos de poca monta.
·
La mayoría de los establecimientos
analizados presentaban una producción ‘‘mixta’’, en el sentido de que
complementaban, con mayor pesos de la ganadería, a esta última con la
agricultura, fundamentalmente del cereal (vista a través de los utensilios y
las fanegas de trigo).
·
La producción agrícola parecía ser, al
menos teniendo en cuenta los datos elaborados más los brindados por el Cabildo
y los diezmos de 1724 y 1738, bastante importante, casi exclusivamente para el
consumo local.