La inmigración española y europea en la Argentina
(siglos XVI al XIX)
La inmigración en el territorio argentino no
es un proceso totalmente contemporáneo, si bien su período de auge tuvo lugar
entre 1880 y 1914, sino que en realidad se remonta a los primeros siglos de la
época colonial (siglos XVI y XVII), período en el cual muchos europeos llegaron
al territorio de la actual Argentina como funcionarios, administrativos o
comerciantes. Estos eran, en su gran mayoría (por no decir su totalidad), peninsulares,
y muchos de ellos llegaron como enviados por la Corona de los Austrias, para
que se desempeñaran como funcionarios públicos o miembros de la Iglesia
Católica, o bien como colonizadores, con el fin de poner en explotación los
recursos americanos en beneficio de la Corona, y sin dudas también para
beneficio de los mismos.
Recordemos que para muchos españoles, sobre
todo para los individuos pertenecientes a sectores socioeconómicamente no
privilegiados, la conquista y colonización del territorio americano significaba
una importante válvula de escape para su situación económica y social, en
cuanto tenían la posibilidad de conseguir extensas y ricas porciones
territoriales para explotar, y además les servía desde el punto de vista de que
un número considerable de los mismos hacían carrera política y militar como
funcionarios de la Corona o de la Iglesia. Estos eran designados por lo general
directamente por el poder central español con el fin de que sirvieran como
administradores públicos, explotadores territoriales y militares para proteger
las diversas posesiones ultramarinas. Además, vale la pena recordar que todo
español que llegaba y se instalaba en América era considerado automáticamente
un hidalgo, es decir, que adquiría un status nobiliario (condición de
privilegiado), aunque de menor rango del de un noble de ‘‘pura sangre’’, pero
privilegiado en fin.
Con estas intensiones de mejorar sus
condiciones de vida o bien de enriquecerse, llegaron los primeros europeos al
suelo americano, y también al territorio que
hoy conocemos como Argentina. Así, durante esta primera etapa,
comprendida entre los siglos XVI y XVII, la mayor parte de los foráneos que
llegaron a estas tierras eran de origen peninsular (sobre todo españoles). Sin
embargo, no hay que hablar de inmigrantes propiamente dichos durante este
período, ni tampoco durante el siglo XVIII, puesto que todavía nos encontramos
ante el período de la colonia en Hispanoamérica, en el cual todavía no existían
los Estados independientes, y los territorios pertenecían a la Corona española.
Es por eso que no podemos hablar de extranjeros ni de inmigrantes, sino de
peninsulares que se trasladaban por diversos motivos al suelo americano, suelo
del cual se apropiaron durante la conquista y la colonización.
Durante el siglo XVIII la cantidad de
europeos en suelo americano creció, sobre todo a partir de las Reformas
Borbónicas encabezadas por los nuevos reyes del Imperio español, los cuales
trataron de fortalecer la administración estatal en todos los sentidos, desde
la economía hasta la protección militar, pero sobre todo lo relacionado con el
fisco regio y la administración. De esta manera, con la introducción de nuevos
funcionarios públicos, muchos españoles llegaron al territorio como delegados
del Absolutismo. Este crecimiento ‘‘inmigratorio’’ de finales del siglo XVIII
se detuvo a principios del siglo XIX, a causa del estallido de las guerras
europeas en el marco de la expansión napoleónica (1804-1815), y luego con el
comenzar de las guerras de independencia hispanoamericanas. Como es lógico
pensar, los períodos de guerra, tanto en el contexto europeo como en el ámbito
americano, afectaron en forma considerable a la llegada de contingentes
foráneos, en cuanto muchos de los hombres europeos se vieron enrolados en el
ejército y las milicias de sus respectivos países durante esta época.
Podría decirse que este período de receso de
la inmigración en nuestro territorio comenzó a reactivarse a partir de las
décadas de 1830 y 1840, cuando las guerras de independencia ya habían
finalizado. Sin embargo, durante esos años, en estas tierras, este
resurgimiento de la llegada de europeos se vio algo limitado, sobre todo por
las Guerras Civiles (1810-1852) y el período del régimen rosista (1829-1852),
marcados por los conflictos de carácter político-económico entre Buenos Aires y
el resto de las provincias, y por la consolidación de un régimen autoritario
desde Buenos Aires bajo el mando de Juan Manuel de Rosas, mediante el uso de
facultades extraordinarias, la violencia y la represión, más los tratados entre
los diferentes Estados provinciales para mantenerse a la cabeza de la
Confederación. En este contexto, pese a que Rosas favoreció con algunos fondos
estatales al proceso de inmigración, éstos fueron realmente pocos, y el mismo
se vio limitado también por la violencia y la inestabilidad política del
momento.
A partir de la década de 1840, sobre todo
durante la decadencia del régimen rosista, entre 1845-1848, la llegada de
españoles se recuperó, al mismo tiempo que europeos de otras regiones
comenzaron a emigrar hacia América del Sur. Este fue el caso, por ejemplo, de
los franceses, vascos e irlandeses, sobre todo a partir de la gran crisis
política y económica de 1848. De esta forma, nos encontramos, hacia fines del
período rosista, con una inmigración europea más abundante y diversa, al mismo
tiempo que nos hallamos ante otro tipo de inmigrantes. Los europeos que arribaron
durante el siglo XVIII eran en su mayoría españoles, privilegiados desde el
punto de vista de que fueron los más beneficiados en el reparto de tierras y
cargos públicos; además, fueron protegidos por la Corona y por el monopolio
político-económico que esta ejercía a través de sus representantes. Los que
llegaron entre 1830-1850 fueron generalmente campesinos empobrecidos por las
sucesivas crisis económicas que se dieron durante este período, como por
ejemplo la gran Crisis de la Papa de 1848, que desencadenó en una importante
inmigración de irlandeses en estas tierras.
La concepción
del inmigrante y su status social no fue la misma en toda nuestra historia.
Durante el siglo XVIII, los españoles y los que no lo eran estaba bien
diferenciados de hecho, siendo los primeros los principales beneficiados por el
sistema colonial, en cuanto ostentaban los principales cargos públicos y
gozaban de un mayor nivel socioeconómico. Esta concepción cambiaría rotundamente
durante el siglo XIX, cuando la inmigración fue considerada –en la Argentina
más aún que en el resto de la América española- un instrumento esencial en la
creación de una sociedad y una comunidad política modernas. Además, los
inmigrantes del esa época habían llegado en otro contexto y desde otros puntos
de Europa, con el fin de escapar de una determinada realidad política y/o
económica muy adversa (en el marco de los levantamientos sociopolíticos que se
dieron en el ‘‘Viejo Continente’’ durante las décadas de 1820, 1830 y 1840, y
sobre todo con la Revolución de 1848 que estalló en Francia y la crisis
economía que se expandió a partir de 1845).
Muchos
de estos inmigrantes eran campesinos y obreros muy empobrecidos o exiliados
políticos. Sin embargo, un gran porcentaje de estos lograron mejorar su
condición, integrándose al sistema productivo de la economía agro-exportadora o
bien entrando en las filas del ejército, sobre todo a partir de la década de
1860. Así, muchos se convirtieron en arrendatarios, propietarios, ganaderos,
importantes militares y hasta llegaron a ocupar cargos públicos significativos.
Esto fue posible sobre todo a partir de 1850, gracias a la imagen del europeo
como agente ‘‘civilizador’’ e ‘‘ilustrado’’ que estaba muy impregnada en las
ideas de muchos pensadores liberales, como por ejemplo Sarmiento y Alberdi.
Luego de la caída de Juan Manuel de Rosas en
la Batalla de Caseros (febrero de 1852), durante el período 1852-1876 surge
otra noción del inmigrante, que se vio reflejada en la situación de los mismos
en la Argentina. Esta nueva concepción europeo está directamente relacionada
con las ideas liberales europeizantes de los miembros intelectuales de la
conocida como Generación del ’37, sobre todo Juan Bautista Alberdi y Domingo
Faustino Sarmiento, quienes les atribuían un fuerte carácter civilizatorio,
vinculado al ideal de progreso que tenían estos pensadores (en cuanto progreso
relacionado con la modernización política, económica, social, cultural y
tecnológica). Además, esta nueva corriente se apoyó en la Constitución de 1853,
y posteriormente con la Ley de inmigración y colonización lanzada en 1876,
durante el gobierno presidencial de Nicolás Avellaneda.
El período del gran auge de recepción de
extranjeros (1880-1914), estuvo caracterizado por la llegada principalmente de
europeos (sobre todo italianos y españoles), en el marco del modelo económico
agro-exportador en expansión y un importante proceso de urbanización que se
estaba dando sobre todo en los grandes centros portuarios (más que nada en
Buenos Aires y Rosario).
La mencionada ley fue la primera en dar por
primera vez en la Argentina una definición de inmigrante útil para reconocer
quiénes eran aquellos que tenían derechos de beneficiarse de la protección del
Estado Argentino y quiénes no. Según la misma, un inmigrante era el europeo,
todo aquel que llegara a nuestro territorio proveniente de los puertos de
Europa, o como dice el artículo 12, ‘‘todo extranjero que legase a la República
para establecerse en ella, en buques de vapor o vela’’. Así, claramente se
excluye de la concepción a las personas provenientes de los demás países
latinoamericanos, africanos y asiáticos. Aquí vemos esa preferencia hacia el
europeo, ya presente en las ideas de Alberdi y Sarmiento, vinculada con la idea
del agente civilizador, quien contribuiría a la modernización del país, y en
consecuencia al progreso, tras un período de ‘‘oscuridad’’ y ‘‘barbarie’’ como
lo había sido la época de la Confederación Rosista (según los pensadores
liberales).
Si bien amplia, esta concepción estaba
limitada en algunos aspectos. Por ejemplo, la ley de 1876 no consideraba
inmigrantes a los mayores de 60 años, ni tampoco a los que llegaban en segunda
o tercer clase. De esta manera, vemos una visión del inmigrante como fuerza de
trabajo especializada, en el marco de una economía agrícola-ganadera en
expansión, dentro de un modelo (el agro-exportador) que estaba consolidándose y
creciendo cada vez más (el crecimiento sería aún mayor a partir de la Campaña
al Desierto de 1879-1880 y la obtención de nuevas tierras productivas). De ahí
que se fomentara a la inmigración europea, sobre todo como fuerza de trabajo
para abastecer al modelo y como agentes civilizadores para contribuir al
proyecto de modernización y progreso. Así, millones de foráneos llegaron a
nuestro suelo a partir de 1880, siendo integrados como mano de obra dentro de
la economía rural agro-exportadora y en la creciente urbanización que se estaba
dando en las principales ciudades portuarias y productivas, en donde los referidos
tuvieron un papel fundamental a partir de esta época y durante comienzos del
siglo XX.
Autor: Mauro
Luis Pelozatto Reilly revistadehistoria.es
Referencias bibliográficas y Fuentes
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