La esclavitud en el Litoral Rioplatense
durante la primera mitad del siglo XVIII: entre las obras públicas y las
diferentes realidades en el contexto rural
Mauro Luis Pelozatto Reilly[1]
Resumen
La esclavitud ha sido muy estudiada para el
período colonial, y también puntualmente en el Litoral. Ya es sabido que en
esos tiempos había esclavos trabajando en las estancias y diferentes
establecimientos rurales. En ese sentido, fueron importantes para el desarrollo
productivo durante la primera mitad del siglo XVIII, en una economía fundamentalmente
rural donde la ganadería se destacaba en distintos mercados (abasto de carne
local, cueros de exportación, grasa y ganado en pie para el Norte minero,
etc.). Tanto en las explotaciones o afuera (una de las características de la
campaña era el fácil acceso a la tierra y la dispersión de la gente y los
ganados), supieron desempeñar trabajos como las vaquerías, recogidas de ganado,
yerras, faenas, explotaciones agrícolas, entre otras. Sin embargo, no solamente hay que pensarlos
como mano de obra rural, ya que de hecho solía utilizarse a los mismos para la
construcción de las obras públicas y demás tareas manuales en el ámbito de la
ciudad. Además, las mismas no eran reguladas solamente por particulares sino
también por autoridades como el gobierno local (Cabildo).
El objetivo principal es analizar las
diferentes funciones de los esclavos, tanto en el espacio rural como en el
urbano; apreciar los intereses de los capitulares y vecinos criadores por la
posesión de los mismos, y caracterizar las medidas que se tomaban desde el
Ayuntamiento para la regulación de este tipo de mano de obra. Para eso, se
tomarán distintos datos cuantitativos y cualitativos brindados por los Cabildos
de Buenos Aires y Santa Fe[2]
(actas capitulares y archivos), padrones de la ciudad y campaña de Buenos
Aires, y algunas sucesiones correspondientes a destacados cabildantes y
hacendados porteños, para apreciar la presencia de esclavos entre sus
explotaciones y los fines de dicha tenencia.
Introducción: los esclavos en la
sociedad colonial rioplatense
Antes que nada, es preciso al menos señalar que nos
encontramos ante una sociedad colonial, la cual tenía ciertas características
que no se pueden obviar a la hora de intentar analizar la cuestión de la
esclavitud en el Río de la Plata y diferentes problemáticas vinculadas a la
misma. Hay como mínimo dos elementos a tener en cuenta para comprender las
divisiones sociales características del orden colonial, a las cuales la región
estudiada aquí no escapa: por un lado, la existencia de una estratificación social
muy dura con base en una mentalidad señorial que se apoyaba en la posesión y
explotación de la tierra como recurso indispensable y de los hombres que las
trabajaban; y por el otro, la diferenciación por ‘‘razas’’ como construcción
cultural para capitalizar la exclusión y segregación social[3].
En este contexto, los esclavos representaban el último escalón de la pirámide
social, ya que a diferencia de otros sectores subalternizados como indios,
mestizos, mulatos, negros libres y pardos (estos últimos 3 subgrupos serán
mencionados y caracterizados en este artículo), eran objetos y no personas en
el sentido de que resultaban ser una mercancía que se compraba y vendía como
tal en el mercado, y que estaban subordinados a la voluntad del amo, que además
era dueño de su progenie y sus bienes. En este grupo en particular, lo que más
influía como fundamento de la diferenciación social era lo étnico y racial más
que la típica división por estratos, la cual tenía peso – y mucho- sobre todo
entre peninsulares y criollos.
Los esclavos se encontraban al margen de las
castas que accedían más rápidamente y con mayor facilidad a la lengua, religión
y costumbres españolas, y con ello a las profesiones que les permitían mayor
asimilación con los ‘‘blancos’’[4].
Sin embargo, es indudable que éstos ‘‘pasaron a formar parte de la sociedad
colonial e influyeron en su conformación demográfica, étnica y cultural’’[5]. A
su vez, siempre se los consideró fundamentalmente como mano de obra, tanto
urbana como rural, ya que durante largo tiempo en esta sociedad se consideró
como algo ‘‘infame’’ el que hispano-criollos desempeñaran ciertas tareas
manuales consideradas inferiores, idea que más adelante se discutirá.
La introducción de esclavos en el área
rioplatense data de las primeras décadas del siglo XVI, pese a que nunca se
trató de una región caracterizada por las economías basadas en las grandes
plantaciones. En 1534 la Corona autorizó por primera vez la introducción de
esclavos africanos y en 1595 se acordó el primer asiento de negros en manos de
un comerciante portugués[6].
La política asentista iría cambiando, pasando por manos de compañías
comerciales francesas y británicas durante el período en cuestión. Como es
lógico, los intercambios por los esclavos tomaron las características que les
permitió economía rural rioplatense durante la primera mitad del siglo XVIII,
con los cueros como principal producto pecuario de exportación.
Durante el período analizado en este trabajo,
las principales prácticas productivas vinculadas a la obtención de cueros
fueron las vaquerías tradicionales[7]
primero y las recogidas de ganado después (ya sean los alzados que se recogían
en la campaña de Buenos Aires y Santa Fe para devolverlos a las estancias, o
los que eran ‘‘importados’’ desde lugares como la Banda Oriental para
repoblarlas o hacer faenas). Sin embargo, también había establecimientos
productivos como las chacras y estancias, donde los esclavos comprendían la
mano de obra principal[8].
Asimismo, participaban en todo tipo de faenas rurales tanto dentro de las
explotaciones como en los rodeos[9],
además de que tuvieron distintas condiciones de vida y de trabajo.
En lo que toca al ámbito urbano, la presencia
de esclavos no fue, ni mucho menos, inexistente. De hecho, es sabido que los
vecinos de Buenos Aires (o de otros puntos como la Ciudad de Santa Fe), poseían
esclavos domésticos. Estos se destacan en las dotes y testamentarias de las
mujeres de la élite, con valores que generalmente rondaban entre los 350 y 500
pesos. Por otra parte, este artículo parte de la base de que no solamente se
destacaron en la ciudad como sirvientes domésticos, sino también en la práctica
de diversos oficios urbanos (zapateros, carpinteros, artesanos, etc.)[10].
El otro eje que se va a desarrollar
corresponde al interés de las autoridades locales (Cabildo) por el uso de la
mano de obra esclava para distintos fines, lo cual puede apreciarse en las
actas capitulares. En líneas generales, dicho cuerpo no fue importante
solamente como lugar de expresión de los intereses y las tensiones existentes
entre los miembros de los sectores dominantes, sino también porque controlaba
todo lo vinculado a los servicios, la organización y regulación de los
mercados, el abasto local y las obras públicas, además de sus funciones como
poder judicial dentro de su jurisdicción[11].
Se seguirá la idea de que funcionó activamente como órgano regulador de la mano
de obra forzada (y también de los grupos subalternizados libres) para distintos
objetivos, y a su vez tuvo incidencia como propietario de esclavos.
El contexto urbano y las
intervenciones capitulares
A partir del análisis de las fuentes del
Cabildo y los padrones bonaerenses, es innegable una realidad: los vecinos
poseían esclavos en sus propiedades urbanas. Si bien no corresponde directamente
al objetivo de esta investigación, hay que señalar que existían distintas
formas de obtenerlos: hipotecas, donaciones, testamentos, compra directa a los
comerciantes tratantes, etcétera[12].
Respecto a las funciones que los mismos
desempeñaban en la ciudad, el panorama parece ir bastante más allá del solo
trabajo servil (doméstico). Si bien las mismas no pueden apreciarse bien
directamente, podrían hacerse estimaciones a partir de los oficios y
actividades de los propietarios. Por ejemplo,
el español Juan Antonio de Ortega tenía un esclavo y se sabe que vivía
en ¼ de solar manteniéndose con lo que obtenía de su tienda[13];
Melchor Domínguez también tenía un esclavo y trabajaba en su pulpería[14];
por su parte, el Teniente Matías Flores también tenía uno en la tienda que
explotaba pero que pertenecía a otro vecino[15];
Petronila Asturiana tenía 2 esclavos trabajando en su tahona que tenía en ¼ de
solar, junto a un matrimonio con hijo viviendo con ella[16].
Por su lado, el Cabildo aparentemente tenía
intereses sobre los esclavos, no solamente por el ‘‘bien público’’, sino
también como propietario. Desde bien temprano en el tiempo puede hallárselo
comprando esclavos, como fue el caso de un negro de 25 años llamado Mateo, que
fue adquirido por la suma de 306 pesos y luego concedido al convento de Santo
Domingo con las condiciones de que sirviera de por vida a dicha institución y
que nunca fuera enajenado, vendido ni donado[17].
Si bien los intereses del Ayuntamiento podían ser varios, más que nada se
concentraban, según los testimonios y datos de la época, en obras públicas y
religiosas. En 1718 el Cabildo de Santa Fe resolvió
emplear a indios, negros y mulatos libres para la reparación con cueros de los
techos de los galpones del fuerte de Ascochingas, el cual se encontraba
amenazado[18];
en 1726 los alcaldes porteños creyeron conveniente comprar un mulato de nombre
Juan por resultar éste hábil y necesario para la fábrica. El mismo estaba
tasado en 330 pesos, y fue comprado para el Cabildo de manos del diputado a su
dueño don Pablo González de la Cuadra, utilizando el dinero obtenido de la
fábrica[19];
seis años después, Respecto de los 6
negros que se mantenían de las obras de la ciudad, cesadas en 1731, los
capitulares decidieron al año siguiente vender 5 para trabajar en las casas del
Cabildo, mientras que el restante, un mulato llamado Ventura, sería ocupado
como ‘‘macero’’. Se dieron las facultades necesarias para hacerse cargo de la
venta y escrituras a don Sebastián Delgado[20].
Pero el destino de dichos negros iba más allá
de las construcciones de fuertes o casas para los alcaldes. Incluso solían ser
empleados en obras para instituciones religiosas. En 1733, a pedido de clérigo
presbítero y cura interino de naturales en la Parroquia de San Roque, Dr. Antonio de Oroño, la Sala Capitular
santafesina extendió un certificado para
que el cura de naturales Ministro Tomás de Salazar, tuviera a su cargo todo lo
concerniente a la atención de negros, mulatos libres, esclavos e indios, los
cuales eran muy pocos, y que debía encargarse de las edificaciones por estar el
edificio de la Iglesia con ‘‘poca estabilidad’’[21]; en
1747 se autorizó la designación del Mayordomo para que se hiciera cargo de la
construcción de la Iglesia matriz, para lo cual dispondría del uso de la
cuatropea y los esclavos que necesitara, obtenidos de la Iglesia y de la
Cofradía del Santísimo[22]. Asimismo,
había otras tareas que se les daban que no necesariamente tenían que ver con
las construcciones, como cuando en 1737 dentro del contexto de proximidad del
Corpus Christi, se decidió que los ‘‘indios, mulatas y negros’’ prestaran los
servicios que fueran necesarios para la celebración[23].
Era algo bastante normal que los esclavos
domésticos recibieran por parte de sus dueños la manumisión[24],
por distintas vías como lo fueron la testamentaria y la posibilidad de auto
compra por parte del esclavo a partir de su propio trabajo[25].
Aquellos que fueron hábiles para aprender algún oficio pudieron entrar en el
mercado urbano como herreros, zapateros, fabricantes, entre otras cosas[26].
En este contexto tuvieron lugar las organizaciones como cofradías y hermandades
en donde supieron organizar la vida de su comunidad y rescatar lo que quedaba
de sus elementos culturales, y en donde a su vez tuvieron un fuerte contacto
con las costumbres españolas, la doctrina cristiana, los Sacramentos y tuvieron
lugar para asociarse, formar sus propios hospitales, cabildos y obras de
beneficencia[27].
Casos como estos abundan (ver Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires).
Este grupo que se podría denominar como de ‘‘negros
libres’’ supo desempeñarse en distintas tareas y sus miembros vivieron
realidades dispares en el contexto urbano. Por un lado estaba el control de las
autoridades sobre estas poblaciones, lo cual puede apreciarse con medidas como
la tomada por el Cabildo de Buenos Aires en 1736, cuando se decidió que los
‘‘indios, indias, negros, negras y mulatas libres’’, ‘‘en lo conveniente al
servicio de Dios y a la causa pública’’, vivieran bajo lo conforme a las leyes,
ante lo cual se mandó a romper bando para que dichas poblaciones obedecieran
bajo penas si fuera necesario[28]. Por
otra parte estaban las tareas en las casas de la ciudad y las distintas
situaciones de vida. Juana de Assona, una parda libre, vivía en uno de los
cuartos de Francisco Cabrera[29];
Doña Teodora de Ocaña tenía un cuarto alquilado por un pardo zapatero[30],
al igual que otro que era sastre y vivía en lo del mestizo Juan de Ramos[31].
Sin embargo, no todos vivían alquilando cuartos o en casas de otros, sino que
los hubo propietarios urbanos, como un tal Marcos, pardo cordobés que tenía
bajo dependencia a una mujer del mismo sector social, llamada María Pastor[32];
similares fueron los casos de Juan Rivera, propietario de un cuarto en la
ciudad, y Lucía Pereyra, dueña de unas 17 varas de tierras[33].
Volviendo al uso que le daban las autoridades
locales, hay que mencionar otras tareas de carácter militar y público. En 1725
se decidió buscar un esclavo para que sirviera de pregonero (lo cual era algo
bastante común por aquel entonces) y otros ministerios que se ofrecían en la
ciudad, de lo cual debía encargarse el mayordomo[34]. En
cuanto las funciones militares, es de conocimiento que participaban en las
milicias o guarniciones junto a ‘‘blancos’’ y diversas castas, sobre todo en
áreas de frontera o de mayor inseguridad, como fue el caso de los 50 ‘‘indios,
negros y mulatos’’ que participaron junto a unos 150 ‘‘españoles’’ en la
campaña contra los abipones en 1716 por encargo del Cabildo santafesino[35].
Al mismo tiempo, la intervención de la Sala
Capitular no se limitaba exclusivamente a la propiedad y la regulación de la
mano de obra, sino que además tuvo mucho peso en el comercio negrero. Desde muy
temprano en la región, y sobre todo Buenos Aires, había funcionado como
‘‘puerta de entrada’’ de aquellos bienes y otros productos que llegaban de
ultramar para a partir de allí ser distribuidos por el área rioplatense y otras
partes del ‘‘espacio peruano’’[36].
Durante el recorte temporal seleccionado para este escrito, la Corona alternó
la concesión de asientos[37] a
compañías de comercio con las brindadas a particulares hasta el Reglamento del
Libre Comercio (1778)[38].
Por lo general, estos asentistas se
comprometían a proveer de esclavos a cambio de otras transacciones comerciales,
llevándose consigo cueros, los cuales eran producidos y luego exportados a
partir de los famosos ‘‘ajustes’’ designados por las autoridades locales a los
vecinos criadores de la jurisdicción. Existen innumerables ejemplos para ver
cómo funcionaban las negociaciones. En 1713 el Gobernador concedió licencia a don Francisco Nicolás
Maillet, director del Real Asiento francés de negros, 20.000 cueros de toros
para que cargara sus navíos, los cuales se mandó a ajustar entre las personas
capaces de hacer la corambre necesaria. Más adelante se especificó que los
diputados nombrados para hacer el ajuste debían destinar las faenas de cueros
entre los vecinos que fueran legítimos accioneros sobre el ganado cimarrón[39]. Dos
años más tarde los diputados dieron cuenta de haber ajustado los 45.000 cueros
acordados con el Asiento británico, valuados a 12 reales y medio por pieza,
cantidad que fue dividida entre conventos y productores particulares[40]. En
1734 la mujer de Dionisio Chiclana dio cuenta de los 348 pesos y 3 reales que
su marido había recibido del Asiento de Negros por 929 cueros[41].
Como contrapartida de los negocios que podían
hacer entorno a los cueros, los asentistas debían poner su parte. En 1730 el
Procurador General presentó un escrito en acuerdo con la Real Hacienda que
proponía la retención de 800 esclavos para el abastecimiento de la ciudad y que
se debía asegurar que los asentistas vendieran, tanto al contado como fiados,
negros correspondientes a la carga que traía el navío ‘‘La Sirena’’[42].
En 1743 don Francisco Rodríguez, vecino de la ciudad, declaró haber traido una
cargazón de negros provenientes de la costa de Guinea comprando también una
porción de cueros de toro y novillo[43].
A partir de las fuentes citadas, pueden
apreciarse varias cosas a tener en cuenta: por un lado, la presencia del
Cabildo tratando con los comerciantes, decidiendo los ajustes de cueros,
estableciendo precios por pieza, nombrando accioneros para el ganado vacuno
cimarrón y regulando la distribución de los esclavos que llegaban hasta el
puerto de Buenos Aires. Además, hay que resaltar que el procedimiento y el
trato establecido entre las partes era bastante similar para con todos los
asentistas, más allá de si pertenecieran al Asiento francés, al británico, o
fueran comerciantes particulares como el caso de don Francisco Rodríguez.
Este tema se relaciona directamente con el
otro eje del trabajo: la importancia de esclavos y demás grupos socialmente
segregados en el contexto rural, centro de la producción de los productos
pecuarios, entre los que se destacaban los cueros para exportación.
Distintas realidades en el ‘‘mundo
rural’’
Al igual que sus pares de la ciudad, los
esclavos y negros libres tuvieron distintos roles y vivieron diversas
realidades en el marco rural. Si bien son conocidos por su papel como
trabajadores en las chacras y estancias junto a los peones, arrendatarios y
demás[44],
dentro del mismo había matices. Autores como Juan Carlos Garavaglia, Raúl
Fradkin, Carlos Mayo y Jorge Gelman coinciden en que los esclavos fueron
importantes como elemento de estabilización de la fuerza de trabajo por su
carácter de trabajadores permanentes y por la existencia que había de una
complementación con la mano de obra libre[45].
Existen diferencias en cuanto a las
cantidades que había de este tipo de personal en las unidades productivas.
Según Julio Djenderedjian, la escasa cantidad de éstos era algo característico
de muchas explotaciones rioplatenses[46],
postura con la cual discrepaba Carlos Mayo, para quien ellos tuvieron mucha
importancia demográfica (en 1744 representaban el 5,40 % de la población rural
total) en relación al resto de los trabajadores libres, y que si no había más
de ellos en el campo era porque existía una demanda acotada, característica de
la ganadería a campo abierto y la poca capitalización con la falta de dinero
para poder disponer de un esclavo[47].
Pero, ¿qué nos dicen las fuentes respecto a esto? Según parece, las cantidades
de esclavo por unidad no eran demasiado altas, tanto en establecimientos
registrados como chacras o estancias:
Establecimientos
rurales con ‘‘negros y esclavos’’ (1726)[48]
|
||
Unidades
con esclavos
|
Total
de UP
|
Porcentaje
de unidades
|
38
|
549
|
6,92 %
|
1738[49]
|
||
Unidades
con esclavos
|
Total
de UP
|
Porcentaje
de unidades
|
120
|
1.023
|
11,73 %
|
%
de UP con esclavos según grupos ocupacionales (1744)[50]
|
|
Grupos
|
%
de propiedades con esclavos
|
Grandes propietarios
|
63 %
|
Medianos y pequeños propietarios
|
14 %
|
En tierras ajenas
|
7 %
|
Si se comparan los números de los dos primeros
cuadros con los obtenidos por Carlos Mayo para el período 1740-1820 (sobre un
total de 66 establecimientos seleccionados, 41 poseían esclavos, los cuales
totalizaban 164 entre hombres y mujeres -90 y 74 respectivamente-, dando como
resultado que el 62% tenían esclavos)[51],
las conclusiones resultan algo contradictorias. Esto se debe a varios aspectos:
en primer lugar, el autor seleccionó únicamente 66 unidades productivas
caracterizadas como estancias para un período de tiempo mucho más largo. Por lo
tanto, es normal que la concentración tanto en la existencia de esclavos como en
el porcentaje de los mismos por lugar sea mucho más alta que tomando todos los
establecimientos, en mucho de los cuales no había esclavos o eran muy pocos. Por
su parte, Moreno sostuvo a partir de los datos expuestos en el último cuadro
que había más grandes establecimientos con esclavos que pequeños y medianos, lo
cual sigue abierto a discusión. Lo que muestran los últimos 3 gráficos es que,
a lo largo del período aquí estudiado, fue creciendo en proporciones moderadas
el porcentaje de establecimientos del campo que utilizaban mano de obra
esclava.
En lo que toca a los trabajos que
desempeñaban y las condiciones de vida, todo era muy variable. Además, tenían
que ver con la existencia o no de manumisión para el esclavo, con las
características de la explotación rural en donde trabajaran, etc. Según Fradkin
y Garavaglia, las chacras[52]
cercanas al mercado urbano se concentraban en la producción de cereales y
contaban con mano de obra esclava como algo predominante[53]. En
estos establecimientos, la mano de obra esclava, al parecer, no era demasiado
abundante en número por explotación, aunque sí estaba presente en una
considerable cantidad de las explotaciones, y aparentemente se produjeron
variaciones durante este período, al igual que con las estancias poseedoras de
esclavos:
Unidades
productivas (UP) con esclavos (1726)[54]
|
|||
Tipo
de UP
|
Nº
de UP
|
Con
esclavos
|
Promedio
de UP
|
Chacras
|
61
|
10
|
16,39 %
|
Estancias
|
143
|
7
|
4,89 %
|
Unidades
productivas (UP) con esclavos (1738)[55]
|
|||
Tipo
de UP
|
Nº
de UP
|
Con
esclavos
|
Promedio
de UP
|
Chacras
|
36
|
11
|
30,55 %
|
Estancias
|
56
|
25
|
44,64 %
|
Unidades
productivas (UP) con esclavos (1744)[56]
|
|||
Tipo
de UP
|
Nº
de UP
|
Con
esclavos
|
Promedio
de UP
|
Chacras
|
194
|
33
|
17 %
|
Estancias
|
185
|
43
|
23,24 %
|
A partir de estos datos, surgen algunas
conclusiones provisionales sobre dicho aspecto: en comparación al número de UP,
las que poseían esclavos no eran la mayoría, ni en el caso de las chacras como
en las estancias. A su vez, hay que resaltar el cambio de tendencia que se
produjo según los datos obtenidos de los padrones, siendo que en un primer
momento la concentración era mayor en las producciones agrícolas, y con un
posterior aumento en los establecimientos más bien orientados hacia la
ganadería. Sin embargo, también surgen dudas que no hay que pasar por alto,
como por ejemplo la disminución del nº de establecimientos registrados en ambos
tipos de propiedad territorial, lo cual resulta al menos curioso. Se desconoce
el motivo por el cual se produjo una disminución tan importante de chacras y
estancias y un aumento considerable de las unidades registradas bajo otras
denominaciones como ‘‘ranchos’’, lo cual no habla directamente sobre las
características de la explotación y hace de las cifras algo inexactas aunque
representativas para los intereses de esta investigación.
Para los últimos autores citados, la
importancia que tenían los esclavos
(vale aclarar, no numérica) se debía a que había tierras disponibles en
abundancia, por lo que era complicado mantener sujetos a los peones y
jornaleros en forma más o menos permanente[57].
La misma idea es sostenida por Jorge Gelman, quien a partir de analizar el caso
correspondiente a la región comprendida por Colonia, Víboras y Santo Domingo
(ubicada en la Banda Oriental), llegó a la conclusión de que la mano de obra
libre en forma permanente era inestable por la demanda estacional que
condicionaba el movimiento de la misma, concentrándose en determinados períodos
del año –según las actividades predominantes- los ingresos y egresos del
establecimiento productivo[58].
Respecto a las tareas y trabajos reservados
para los negros, mulatos y esclavos, parece ser que eran bastantes y diversas:
desollaban el ganado, estaqueaban los cueros, recolectaban la carne, domaban
caballos, estaban presentes en la yerra y los apartes, desempeñaban tareas
agrícolas (siega, trilla, etc.), cultivaban en huertas, entre otras cosas. En
definitiva, se los conoce como funcionales a las distintas actividades de la
estancia rural rioplatense[59].
En su detallado estudio sobre la estancia betlemita de Fontezuela (entre
1753-1809), Tulio Halperín Donghi comprobó la coexistencia entre la mano de
obra libre y la esclava, predominando la compra como forma de adquisición de
esclavos, y aparentemente este tipo de fuerza de trabajo era preferible por
sobre la asalariada, que más bien se constituyó como complemento[60].
Quizás esto se debiera no solamente a la movilidad tan amplia que tenían los
trabajadores libres, sino también al alto costo que representaban los salarios
de los peones, lo cual puede distinguirse a través de unos datos muy
importantes relevados por dicho historiador, más los siempre interesantes
testimonios que nos brindan fuentes como los inventarios de estancias y
sucesiones.
Salario
de los peones de la estancia de Fontezuela durante 10 años (1756-1765)[61]
|
|
Año
|
Salarios
(en pesos)
|
1756
|
300 ½
|
1757
|
498,4
|
1758
|
160,4
|
1759
|
267,7
|
1760
|
256,7
|
1761
|
626,4
|
1762
|
62
|
1763
|
14
|
1764
|
280
|
1765
|
293
|
Valor
de los esclavos de la estancia (1783)[62]
|
||
Nº
Esclavos
|
Valor
total
|
Promedio
|
10
|
2350
|
235
|
En las fuentes consultadas aparecen algunos
datos en relación a esto. Joseph Reinoso tenía 3 esclavos (2 varones y una
mujer), más una negra llamada Lucía que estaba valuada en 52 pesos, y entre sus
deudas figuraban 50 pesos por la adquisición de otra negra[63]. La
diferencia de precios que había entre algunos esclavos y otros puede verse muy
claramente entre las posesiones del Capitán Marcos Rodríguez. Entre las mismas,
una negra llamada María de 40 años, un negro de 40 años valuado en 260 pesos,
otro muy viejo de 50 pesos[64]. La variación en los valores monetarios se
debía, aparentemente, en las características de los esclavos, las cuales
aparecen bien resaltadas en las fuentes, como por ejemplo entre los que
tenía Antonio Ruiz de Arellano: un negro
esclavo de 40 años llamado Juan, un mulato de 18 años llamado Felipe, una
‘‘mulatilla’’ de nombre María con 19 años, una esclava ‘‘de pechos’’ y a Juana,
una mulata de 15 años.[65]. Lo
que daba el valor era su utilidad para el trabajo, lo cual estaba condicionado
por el sexo, la edad y el físico: en 1726 se discutió sobre la necesidad y conveniencia de comprar un
esclavo mulato a 330 pesos por ser hábil y necesario para la
fábrica, el cual finalmente fue adquirido con el dinero de la fábrica por parte del diputado a su dueño don
Pablo González[66];
nueve años más tarde se
presentó un memorial por don Jacinto de Aldao en el cual pedía la alcabala
correspondiente a la venta de 5 esclavos que la Ciudad vendió a 1250 pesos[67];
durante el año próximo anterior el Alcalde de Segundo Voto dio razón de que había vendido un negrito
llamado Luis a 200 pesos[68]. En síntesis, tanto
para el ámbito rural como para los esclavos que circulaban en las transacciones
comerciales de la ciudad, parece que los varones adultos (jóvenes) tenía una
consideración económica superior a las mujeres y ancianos, además de la
utilidad que tuviera cada uno, lo cual era un parámetro importante.
Los negros y mulatos libres
Entre los negros libres también había
distintas realidades. Bien podían ser peones, criados, agregados e inclusive
llegar a ser capataces de estancia, promovidos a partir de la madurez o de la
confianza que les tuviera el amo[69]. Había
negros que desempeñaban trabajos públicos en la ciudad y ‘‘recibían’’ un
salario a cambio, como el pago
de los 7 meses que el escribano del Cabildo pidió por el negro Joseph, de su propiedad, quien
había trabajado como pregonero y para lo cual
se le habían prometido 40 pesos al año, de los cuales se le libraron solamente veinticinco[70]. Dentro de las producciones rurales, la
situación era bastante diversa entre los integrantes de estos grupos: existieron
negros (seguramente libres) que recibían salarios por parte de sus patrones,
como fue el caso de Lorenzo, ‘‘Pascualito’’, Bernardo y ‘‘Tomasillo’’, que
estaban bajo el mando de don Miguel de Riblos. Al primero se le debían pagar,
según el testamento, 4 pesos y 3 reales, mientras que ‘‘Tomasillo’’ recibiría
‘‘otros tantos pesos’’, y los dos restantes algunos pañetes[71];
Jacinto de Rocha, un mulato libre proveniente de Córdoba, se conchabó en una de
las estancias de Riblos en Areco a razón de 7 pesos anuales, de los cuales
debían pagársele 3 pesos en plata, una camisa, platilla, pañetes, bayeta, unas
espuelas grandes, 4 libras de yerba y 4 de tabaco, 2 cuchillos, cintas y un
sombrero [72].
Juan Puno, llegado de Santa Fe en 1727, recibió pago en bayeta, 3 pesos en
plata, 3 cuchillos, paños, cintas, platilla, seda, hilo, 4 libras de tabaco,
etc.[73].
Por su parte, Juan de Rocha, mulato libre y casado, estaba instalado en casa
del capataz y se conchabó por 3 meses, recibiendo 13 pesos y 3 reales en plata
hasta el tiempo en el cual huyó de las estancias[74]. El
caso de los negros conchabados de Riblos sirve para ilustrar varias cuestiones:
en primer lugar, la fuerte presencia, al menos aquí puntualmente, de un salario
pagado fundamentalmente en ropa, herramientas, textiles, especies, etc., sobre
un pago en plata mínimo; en segundo término, que el salario entre los
trabajadores ‘‘comunes’’ era más o menos parejo en cantidad y formas de pago;
había algunos desempeñados como capataces que recibían un salario
considerablemente más elevado (y en plata) que el resto, como fue el citado
Juan de Rocha.
Aparte, estaban aquellos que lograban escalar
aún más en términos socioeconómicos. Tal fue la situación de un tal Pedro, un pardo
libre entre cuyos bienes se encontraron una imagen de Nuestra Señora del
Rosario, un hacha, una olla de hierro, una carreta con 6 bueyes, 116 vacas
(dentro de las cuales había 4 lecheras), unos estribos de bronce, 36 yeguas
vendidas a 1 ½ real por cabeza, 3 manadas más de yeguas supuestamente alzadas,
una caja de herraduras, 4 caballos mansos a cargo del capataz don Joseph de
Arellano y 2 cabezas de arados con rejas. Por otra parte, se menciona que era
propietario de una estancia y una chacra[75].
Aquí hay varios datos a resaltar: primeramente, la diversidad de bienes, entre
ellos de ganados, lo cual habla de distintas prácticas productivas emprendidas
por el sujeto analizado (cría de mulas destinadas fundamentalmente al mercado
minero, caballos posiblemente utilizados como animales de carga o en
actividades agrícolas, herramientas para este tipo de trabajos, ganado vacuno,
etc.); segundo, la posesión de carretas, lo cual es indicio de cierta actividad
comercial; por último, como algo a mencionar, aquellas representaciones como la
de la Virgen, que se corresponden a la influencia cultural y religiosa del
Catolicismo sobre todos los sectores de la sociedad.
Aquí podría citarse también como similar el
caso del Capitán Fermín Pesoa[76],
antiguo esclavo de don Miguel de Riblos, quien en el padrón de 1744 aparece
administrando considerables extensiones de tierras (que anteriormente
pertenecían al finado Riblos) para chacras en el pago de Escobar (un total de
54 unidades productivas), lo cual es un caso atípico para la época y el
contexto social, además de encontrarse varios mulatos, provincianos, criollos y
‘‘españoles’’ pagándole un arrendamiento[77].
Pero no todos los negros eran peones o
propietarios, como en este último caso, sino que también los había en
diferentes situaciones de dependencia respecto a otros propietarios. El Capitán
Bernardino de Rocha, de La Matanza, tenía como agregados a 3 indios y un mulato
proveniente de Córdoba[78];
en la propiedad del entonces difunto Bernardino de Acosta vivían, además de 6
esclavos, 2 agregados (un mestizo del Paraguay y un pardo)[79];
la viuda de Pedro Cruz, en Los Arroyos, tenía a 2 negros viviendo con ella[80];
don Nicolás de Echeverría, además de 3 esclavos, contaba con una parda y una
mulata viviendo con él[81];
don Diego Sorarte tenía 10 esclavos y un ‘‘mulatillo’’ que vivía de su trabajo[82].
A simple vista, parece que en los establecimientos solían coexistir tanto
negros sometidos a la esclavitud como libres, lo cual aparece en todos los
casos mencionados. Muchos de estos negros socialmente segregados solían estar
en situaciones de dependencia como la agregación, la cual consistía a grandes
rasgos en una relación de dependencia informal y no escrita entre el dueño de
la tierra y el agregado, según la cual el primero se comprometía a dar una
porción pequeña de tierras al segundo a cambio de un canon pagado
fundamentalmente en trabajo[83].
Según los datos del padrón de 1744, parece
ser que este grupo era bastante importante en los establecimientos productivos,
sobre todo en los grandes, y más si se comparan con los promedios de esclavos y
negros anteriormente calculados. Los números entre ambos grupos resultan
parejos: las grandes explotaciones contaban con 4,9 agregados cada una,
mientras que las medianas y pequeñas 2,7 por unidad productiva[84].
Respecto a las tareas, también iban desde las
recogidas de ganado hasta la cosecha del trigo, pasando por la labranza, los
tejidos (fundamentalmente mujeres), etc., a cambio no solo de tierras, sino
también comida, animales, diversos efectos, ropa, entre otras cosas[85].
En resumen, no parece haber mucha diferencia con el salario que recibían los
negros libres que funcionaban como peones, sobre todo en la conformación del
mismo[86].
Para cerrar este último apartado, hay que
decir que existieron negros, mulatos y esclavos que vivieron distintas
realidades en la campaña, lo cual pudo denotarse a partir de las fuentes
trabajadas: estaban los esclavos, los que vivían y trabajaban como agregados o
arrimados, los peones asalariados, e incluso aquellos que llegaban a capataz o
‘‘hacendado’’[87].
Esta conclusión provisional puede considerarse a discusión para la segunda
mitad de la centuria en cuestión, al menos en algunos puntos de la campaña de
Buenos Aires: por ejemplo, los mulatos hacendados de Areco hacia 1789 sumaban
un total de 83 vacas, 97 caballos y 115 ovejas, y un promedio de 16 animales
cada uno[88],
al mismo tiempo que estaban los que no tenían siquiera una casita o un rancho[89].
Ese mismo año en Cañada de la Cruz también fueron registradas diferentes realidades:
Tadeo de Ojeda, un pardo, era capataz de las estancias de doña Isabel Gil,
encontrándose a cargo de 500 varas de frente y legua y media de fondo, con 2000
cabezas de vacunos, 500 ovejas, 1000 yeguas y 60 caballos[90];
por su parte, otro llamado Marcelo Ramírez no tenía tierras, ovejas, bueyes ni
yeguas, contando con 40 vacas y 4 caballos como únicos bienes[91]; Joaquín
Ortiz contaba con ‘‘mil varas de tierras de sobras de cabezadas’’, 40 vacas, 12
caballos y 5 bueyes con su marca[92];
mientras que Luis Berna, quien había llegado desde Santiago del Estero para
agregarse, no poseía ni tierras ni ganados, ni propiedad alguna, por lo que fue
marcado como ‘‘perjudicial para el vecindario’’[93].
Los casos y las diferencias abundan, apoyando la hipótesis planteada al
principio. Sería interesante continuar investigando y debatiendo sobre estas
cuestiones a nivel local y regional, al mismo tiempo que resulta necesario un
análisis comparativo entre distintos recortes temporales y regionales.
Conclusiones
A partir del análisis y la puesta en juego de
distintos testimonios, casos y fuentes documentales, se han alcanzado algunas
conclusiones de importancia, siguiendo los ejes planteados para esta exposición
(las diversas realidades de esclavos y negros marginados en la ciudad y el
campo, su importancia para las prácticas productivas, el interés de los vecinos
y las autoridades locales):
·
Los negros, mulatos y esclavos tuvieron
distintas funciones en la ciudad: desde la construcción en obras públicas hasta
las tareas religiosas, pasando por el servicio doméstico en las viviendas
particulares y distintos oficios (zapateros, sastres, trabajadores en atahonas,
pulperos y tenderos, asistentes, etc.).
·
Hubo también quienes desempeñaron
funciones públicas (como los pregoneros) y de defensa (milicianos, sobre todo
en zonas de frontera como Santa Fe).
·
La intervención capitular parece que era
bastante amplia, tanto en Buenos Aires como en Santa Fe: nombramiento de
vecinos accioneros para el ganado cimarrón, organización de recogidas,
regulación del mercado local, ajustes de cueros, trato con los asientos
negreros, redistribución de esclavos por el territorio, control sobre la
población ‘‘negra’’, obras públicas y religiosas, armado de milicias,
reparación de fuertes y edificios, entre otras cosas.
·
Aparentemente la presencia de esclavos y
otros negros segregados fue más fuerte en Buenos Aires que en Santa Fe. Si bien
contamos con un espectro mucho más amplio de fuentes para la primera de dichas
jurisdicciones, si se comparan los acuerdos capitulares en ambos casos puede
apreciarse la misma conclusión.
·
En el contexto rural existieron
diferentes funciones y formas de vida para los ‘‘negros’’: propietarios libres
e independientes, esclavos, agregados o arrimados, peones asalariados,
capataces, e incluso hasta ‘‘hacendados’’.
·
Estos sectores fueron importantes para
la economía, fundamentalmente como mano de obra en los establecimientos
productivos, tanto en chacras (destinadas fundamentalmente a los cereales y el
mercado local) como en estancias (principalmente ganaderas, con todas las
alternativas productivas y comerciales que ello implicaba).
·
Pareciese existir una relación de
complementariedad entre peones libres y esclavos, más que una clara supremacía
de un tipo de fuerza de trabajo sobre el otro. Más bien sería conveniente
seguir la idea de que las diferentes formas de mano de obra eran necesarias para
la producción agropecuaria.
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·
ANH, Padrón de 1744.
·
Archivo General de la Provincia de Santa
Fe (AGPSF), Actas del Cabildo de Santa Fe (ACSF).
[1] Profesor en
Historia egresado de la Universidad de Morón (UM) y Especialista en Ciencias
Sociales con mención en Historia Social de la Universidad Nacional de Luján
(UNLu). Actualmente se encuentra realizando la Maestría en Ciencias Sociales
con mención en Historia Social en la misma institución.
[2] Es preciso y
necesario aclarar que las fuentes capitulares de Santa Fe son utilizadas como
ejemplos y a modo de comparación con algunos aspectos de lo analizado para Buenos
Aires, ya que se ha podido disponer de un corpus documental mucho más amplio
para este último caso.
[3] Presta, A.
M. (2000). ‘‘La sociedad colonial: raza, etnicidad, clase y género. Siglos XVI
y XVII’’, en Tandeter, E. (Director). Nueva
Historia Argentina. La sociedad Colonial. Tomo II, Buenos Aires, Editorial
Sudamericana, pp. 57-59.
[5] Areces, N.
(2000). ‘‘Las sociedades urbanas coloniales’’, en Tandeter, E. (Director). Nueva Historia Argentina. La sociedad
Colonial. Tomo II, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, p. 174.
[6] Milletich,
V. (2000). ‘‘El Río de la Plata en la economía colonial’’, en Tandeter, E.
(Director). Nueva Historia Argentina. La
sociedad Colonial. Tomo II, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, p. 230.
[7] Se hace
referencia a las expediciones organizadas por autoridades y vecinos en búsqueda
del ganado vacuno cimarrón para cazarlo y obtener el cuero.
[8] Fradkin, R.
(2000). ‘‘El mundo rural colonial’’, en Tandeter, E. (Director). Nueva Historia Argentina. La sociedad
Colonial. Tomo II, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, p. 267.
[9] Ver Mayo, C.
(2004). Estancia y sociedad en la pampa
(1740-1820). Buenos Aires, Editorial Biblos.
[11] Fradkin, R.
y Garavaglia, J.C. (2009). La Argentina
colonial. El Río de la Plata entre los siglos XVI y XIX. Buenos Aires,
Siglo XXI Editores, p. 154.
[12] Rosal, M. A.
(2011). ‘‘Modalidades del comercio de esclavos en Buenos Aires durante la
tercera década del siglo XVII’’, en Estudios
Históricos, CDHRP, Año III, Nº 7, p. 2.
[14] ANH,
Documentos para la Historia Argentina, Tomo X, Padrones de la ciudad y campaña
de Buenos Aires (1726-1810), Padrón de 1738, p. 197.
[27]
Gutiérrez Azopardo, I. (2008). ‘‘Las cofradías de negros en la América
hispana. Siglos XVI-XVIII’’, en www.africafundacion.org (Blog académico), pp. 1-2.
[36] Se denomina ‘‘espacio peruano’’
a todo el inmenso territorio que la minería altoperuana fue gestando entorno a
sí misma como polo de atracción y organización de las economías regionales. Ver
en Fradkin, R. y Garavaglia, J. C. Op. Cit., p. 41.
[37] Consistía en
contratos monopólicos a partir de los cuales el que lo recibía debía cumplir
con la introducción de una determinado número de esclavos a cambio de un
período de años establecidos para comerciar con el puerto.
[45] Djenderedjian,
J. (2003). ‘‘¿Peones libres o esclavos? Producción rural, tasas de ganancia y
alternativas de utilización de mano de obra en dos grandes estancias del sur
del litoral a fines de la colonia’’, en Terceras
Jornadas de Historia Económica, Asociación Uruguaya de Historia Económica,
p. 2; Mayo, C. Op. Cit., pp. 135-136; Fradkin, R. y Garavaglia, J.C. Op. Cit.,
p. 96.
[50] ANH, Padrón
de 1744. Fuente trabajada en Moreno, J. L. (1989). ‘‘Población y sociedad en el
Buenos Aires rural a mediados del siglo XVIII’’, en Desarrollo económico, Vol. 29, Nº 114, p. 274.
[52] Garavaglia
establece muy bien la diferenciación entre los establecimientos productivos
rurales del siglo XVIII. Respecto a las chacras, define a éstas como unidades
productivas dedicadas mayormente a la producción agrícola, tanto forrajera y
hortícola como triguera, y por lo general estaban ubicadas cerca del ejido de
la ciudad. Ver Garavaglia, J. C. (1999).
Pastores y labradores de Buenos Aires.
Una historia agraria de la campaña bonaerense 1700-1830. Buenos Aires,
Ediciones de la flor, pp. 159-164.
[58] Gelman, J.
(1993). ‘‘Nuevas perspectivas sobre un viejo problema y una misma fuente: el
gaucho y la historia rural del Río de la Plata’’, en Fradkin, R. (Compilador). La historia agraria del Río de la Plata. Los
establecimientos productivos (I). Buenos Aires, Centro Editor de América
Latina, p. 128.
[60] Halperín
Donghi, T. (1993). ‘‘Una estancia en la campaña de Buenos Aires, Fontezuela,
1753-1809’’, en Fradkin, R. (Compilador). La
historia agraria del Río de la Plata. Los establecimientos productivos (I). Buenos
Aires, Centro Editor de América Latina, pp. 54-59.
Vale la pena aclarar que se el cuadro original contiene
los datos del período 1756-1808, y que solamente se han tomado 10 años por
resultar lo suficientemente necesarios para este trabajo, y porque no es la
idea extenderse mucho más allá de mediados de siglo.
[62] Los datos de
dicho año fueron tomados para hacer un pequeño paralelo con los de nuestro
recorte temporal.
[72] Ibídem, pp. 6b-7.
[76] El caso de
este liberto fue analizado más puntualmente en Birocco, C. (2014). ‘‘Fermín de
Pesoa, liberto’’, en Apuntes. Estudios
histórico-sociales de Buenos Aires, pp. 1-21.
[84] ANH,
Padrón de 1744. Ver otras interpretaciones sobre el mismo tema y a partir de la
misma fuente en Moreno, J. L. Op. Cit., p. 276.
[86] Para
elaborar sus conclusiones, el autor analizó fuentes obtenidas del Juzgado del
Crimen (Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires) y Solicitudes
Civiles (AGN, Sala IX).
[87] Se hace
referencia a un propietario de ganado, indistintamente de la cantidad de
cabezas que tuviera.
[90] Padrón de
Hacendados del partido de Cañada de la Cruz (1789), en Azcuy Ameghino, E.
(1996). Poder terrateniente, relaciones
de producción y orden colonial. Buenos Aires, Fernando García Cambeiro, p.
229.
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