El Cabildo, los vecinos y la
utilización de la ‘‘otra banda’’ como territorio alternativo en la economía
rural colonial. Buenos Aires y Santa Fe durante la extinción del ganado
cimarrón y las vaquerías tradicionales (1720-1750)
Mauro Luis Pelozatto Reilly[1]
Resumen
Este artículo tiene como eje la ganadería rioplatense
durante la primera mitad del siglo XVIII, caracterizada por los importantes
cambios sobre la vida económica, tales como la extinción del ganado cimarrón
(primero en la campaña bonaerense, más tarde en Santa Fe), y a partir de eso la
consolidación de nuevas formas de explotación como las recogidas de ganado alzado,
la estancia colonial y la búsqueda de animales salvajes en otros puntos de
dichas jurisdicciones. En este contexto, la utilización de las tierras y los
recursos de ‘‘la otra banda’’, entendida como los campos abiertos que se
encontraban más allá de los límites señalados por importantes ríos, fueron
importantes para el desarrollo productivo, fundamentalmente por la
disponibilidad de cimarrón y demás recursos. Analizamos en este trabajo las
jurisdicciones capitulares de Santa Fe y Buenos Aires entre 1720-1750, donde se
agudizó la desaparición de cimarrones y se dio una intensa explotación de los
recursos disponibles en aquellas tierras. Para analizar las problemáticas
socioeconómicas vinculadas, se analizaron las actas del Cabildo de Santa Fe
(ACSF), los acuerdos del extinguido Cabildo de Buenos Aires (AECBA), el archivo
de dicha institución (AC) y datos obtenidos en los padrones de Buenos Aires.
Palabras de referencia
Ganadería – vaquerías – recogidas de ganado –
frontera- Cabildo
Introducción
Este trabajo de investigación corresponde a
una parte de un proyecto más amplio sobre las prácticas económicas, su relación
con los grupos sociales y las instituciones gubernamentales locales a comienzos
del siglo XVIII en las jurisdicciones de los cabildos de Buenos Aires y Santa
Fe, a partir del análisis de diferentes fuentes del período, las mismas
obtenidas del Archivo General de la Nación (a partir de ahora AGN), la Academia
Nacional de la Historia (ANH) y el Archivo General de la Provincia de Santa Fe (AGPSF):
actas y acuerdos capitulares, Archivo del Cabildo y padrones, todas
correspondientes al período 1720-1750[2].
Este último fue seleccionado por varias razones: la desaparición progresiva del
ganado cimarrón (pieza existencial de las vaquerías tradicionales[3]),
el recrudecimiento de los ataques aborígenes en la frontera (sobre todo en
Santa Fe[4]),
el aumento de los movimientos de población en toda la región del Litoral
Rioplatense, y la consolidación de otras prácticas ganaderas como las recogidas
de ganado alzado (en el caso de Buenos Aires, dentro de lo que podría
distinguirse como su ‘‘banda occidental’’[5]) y
de cimarrones (sobre todo en las tierras de la actual Provincia de Entre Ríos y
la República Oriental del Uruguay, explotadas por los vecinos de Santa Fe y
Buenos Aires, respectivamente) para diversos fines (abasto local, producción de
cueros para exportar, repoblamiento de haciendas, etc.), y la estancia
colonial.
A su vez, este trabajo busca problematizar,
analizar y hacer descripciones acerca de un tema poco trabajado en forma
exclusiva por la Historiografía colonial argentina, rioplatense y
latinoamericana: el uso de las tierras y los recursos de zonas rurales aledañas
(en este caso conocidas como ‘‘la otra banda…’’ de tal río, según la
jurisdicción) en el marco de una economía que se encontraba en un período de
relevantes cambios como los ya mencionados, y asimismo el análisis de las
distintas problemáticas que en dichos territorios se desarrollaban casi
cotidianamente y que fueron de preocupación para las poblaciones urbanas y
rurales, y sin dudas que también para las autoridades coloniales.
Se parte de la base de que en un contexto de
extinción de las vaquerías y de conflictos en la frontera abierta, las ciudades
de Buenos Aires y Santa Fe debieron recurrir a los recursos (tierras, hombres,
ganados, etc.) de aquellos lugares para solucionar problemas interiores como la
falta de productos de abastecimiento, o bien para el mercado y la producción en
las chacras y estancias.
Las vaquerías tradicionales y su
extinción
Desde la fundación de las ciudades de Santa
Fe (1573) y Buenos Aires (1580) la explotación del ganado fue una realidad. A
partir de la dispersión de aquellos animales que habían llevado consigo los
conquistadores colonizadores, empezaron a reproducirse libremente en las
grandes extensiones de campo que ni los vecinos ni las autoridades pudieron
controlar. Desde el siglo XVII Buenos Aires fue ocupando en forma estable
aunque no duradera la tierra y los recursos disponibles además de las
expediciones periódicas armadas para cazar el ganado cimarrón, el cual fue
importante hasta comienzos de la centuria siguiente y que se internaba bastante
profundamente por la campaña[i].
En Santa Fe, la yerba y las vacas fueron los principales productos en las
relaciones comerciales y pese a la caída de los precios durante el siglo XVII
las vaquerías basadas en la caza de miles de cabezas de ganado anuales
continuaron siendo uno de los ejes económicos[ii].
Sin embargo, pese a su relevancia sobre el
resto de las actividades pecuarias en la región (a excepción de la cría de
mulas, fundamental para abastecer al Norte minero), los derivados de las
vaquerías no eran los únicos productos que entraban en circulación, ya que ‘‘en
el Litoral, las relaciones comerciales entre Asunción del Paraguay, Santa Fe y
Buenos Aires ponían en movimiento una variedad de productos tales como azúcar,
vino, cera, tabaco, tejidos o algodón en rama y yerba[iii].
Con respecto al ganado cimarrón, el mismo
nació de los primeros animales traídos por los españoles y desde el principio
fue considerado un bien sin dueños conocidos, y para limitar su extinción el
Cabildo pronto comenzó a nombrar a vecinos ‘‘accioneros’’ sobre el mismo[iv].
Esto puede apreciarse tanto en Buenos Aires como Santa Fe: en 1723 el Cabildo
porteño recibió los pedidos de acción de doña Lucía Flores y don Luis de Pesoa[v]; a
fines de ese mismo año se registró la última ‘‘accionera’’ de cimarrón en Buenos
Aires, doña Bárbara Casco de Mendoza[vi];
en Santa Fe, los mismos se nombraron medianamente con regularidad hasta 1728[vii],
mientras que recién se volvió a hacer mención de los mismos en 1737, cuando se
dio por definitivo el cierre de las vaquerías para hacer faenas de sebo y grasa[viii].
Sobran los casos de disposiciones similares en ambas jurisdicciones.
Pese a los intentos de los cabildantes, hacia
comienzos del siglo XVIII este recurso llegaría a su agotamiento, en gran
medida por las características estructurales que les atribuyeron a estas
prácticas autores como Emilio Coni y Tulio Halperín Donghi, puesto que
consistían en la caza y no en la cría del vacuno mientras existieron cimarrones
disponibles para explotarlos[ix].
En lo que tiene que ver con los fines de la
extinta forma de explotación pecuaria sería lo más preciso seguir la idea que
no pertenecieron únicamente al espacio rioplatense sino que también fueron
importantes en otros puntos como Córdoba, y que no tenían como fin exclusivo la
producción de cueros para exportar sino también el ganado en pie que se vendía
en los mercados del Norte minero, y la obtención de piezas de sebo, grasa y
carne para el consumo local[x].
Este rasgo puede apreciarse, por ejemplo, en las descripciones y declaraciones
de los vecinos vaqueadores en ambas jurisdicciones (incluyendo los territorios
de aquellas ‘‘otras bandas’’): en 1726 los alcaldes de Buenos Aires le
concedieron licencia a don Gerónimo de Escobar para que hiciera 100 piezas de
sebo y grasa en la Banda Oriental durante dos meses, y que trajera los
productos para el mercado de la ciudad, condiciones que también le impusieron a
don Alonso Suárez, aunque este no especificara las piezas que deseaba realizar[xi];
más adelante durante ese mismo año se presentaron ante la Sala Capitular 5
memoriales pidiendo permiso para los mismos fines: don Miguel de Sosa (100
piezas), Francisco Arias (60), Juan Ramírez (100) y Lorenzo González (60),
todos con un plazo de dos meses y con la condición de que trajeran todo para el
abasto[xii].
En lo que toca a su par de Santa Fe, parece
ser que durante la época de extinción del cimarrón, también existían en las
vaquerías distintos fines económicos: durante el decenio de 1720, se decidió
darle al Alcalde Provincial la facultad de conceder cuatro licencias de 8
cargas de sebo y 4 de grasa cada una para los vecinos que estaban más allá del
Paraná, con la obligación de que vendieran la mitad en la ciudad como mínimo[xiii];
de hecho, estas faenas que se hacían sobre aquellos animales fueron tan
importantes, que el Gobernador le dio licencia al Cabildo para realizar 1.000
arrobas de sebo y 500 de grasa en la otra banda[xiv].
Por otra parte, y seguramente sin menor importancia para vecinos y autoridades,
estaban las faenas de cueros, famosas sobre los cimarrones en ambas
jurisdicciones: en 1723 se hicieron y cargaron 1.000 cueros por cada navío[xv];
a partir de ese año comenzaron a predominar las explotaciones para cueros
realizadas en la otra banda, como las hechas en 1726 para los navíos de registro
y del Real Asiento de Gran Bretaña[xvi];
inclusive, ya tres años antes, sobre los 40.000 cueros pedidos por el
Presidente de dicha compañía, 25.000 fueron realizados en la Banda Oriental y
los restantes en este lado del río[xvii];
en Santa Fe, a diferencia de Buenos Aires, en la mayoría de las vaquerías que
se realizaban en la otra banda del Uruguay, el Paraná o el Río Negro, no
aparecen especificadas como destinadas a las pieles de toro[6].
Respecto a todo lo anteriormente descripto,
pueden extraerse algunas conclusiones provisionales:
·
El Cabildo era un órgano de gobierno
local que se encargaba de temas importantes en relación a las vaquerías:
nombrando a los vecinos accioneros, concediendo licencias para hacer piezas de
cueros o sebo, prohibiéndolas, etc.
·
Las vaquerías llegaron a su extinción en
la Banda Occidental de Buenos Aires y en las cercanías de la ciudad de Santa Fe
entre 1723-1737 (últimos nombramientos de ‘‘accioneros’’ en una y otra
jurisdicción’’).
·
Las faenas estaban destinadas a
distintos fines económicos: sebo, grasa, cueros y abasto local.
A partir de estas ideas, sería indicado desarrollar
más estas temáticas y los problemas entorno a ellas una vez extintos los
cimarrones en la campaña oeste de Buenos Aires y Santa Fe[7],
siendo puntualmente importantes los recursos disponibles en otros territorios
más alejados aunque pertenecientes a sus jurisdicciones.
Las recogidas de alzados y
cimarrones
A partir de la progresiva extinción de aquel
tipo de vacuno salvaje, tanto los funcionarios locales como los vecinos se
vieron obligados a buscar soluciones para problemas como la falta de cueros y
de carne para el abasto. Tomando la postura elaborada por Carlos Mayo, la
estancia colonial se fue consolidando en el Río de la Plata a medida que se
agotaba el cimarrón, causando la imposición de la cría de vacunos por sobre la
caza[xviii].
Sin embargo, no se puede dar por sentado que una forma productiva haya
reemplazado a la otra, sobre lo cual existen diversas opiniones. ‘‘Según
Enrique Wedovoy, en el siglo XVII ya se había organizado el sistema de pastoreo
nómade a campo abierto, aprovechando los pastos naturales, el ganado vigilado,
recogido regularmente, marcado y castrado’’[xix].
Para Raúl Fradkin, la cría de ganado no vino a suplantar a las vaquerías sino
que habría comenzado a desarrollarse desde antes, y que no siempre fueron de
grandes dimensiones territoriales sino que había diferentes porciones de campo[xx].
Ese
último aspecto resulta central a la hora de analizar no solamente las
relaciones productivas, sino las problemáticas en general de la sociedad rural
rioplatense del período colonial, el cual es señalado también por otros autores
como Azcuy Ameghino, quien indica que coexistieron sujetos sociales
radicalmente distintos como los campesinos y los terratenientes[xxi].
Si bien no es el objetivo principal de esta investigación analizar las
características de la estancia colonial[xxii],
lo cierto es que la misma ocupaba un lugar en la realidad socioeconómica de
este período, y estaban vinculadas no solamente a la cría de vacunos sino
también a la cría de mulas. De esta manera se relacionaban al mercado externo
(cueros), al abasto local (novillos) y al Alto Perú minero (mulas y ganado en
pie)[xxiii].
Los testimonios que llegaban al Cabildo
también permiten reconocer la existencia de establecimiento denominados como ‘‘estancias’’
a comienzos del siglo XVIII. Y en este sentido, parece ser que el Ayuntamiento
tuvo algo que ver: por ejemplo, en 1723, en Santa Fe se le otorgaron en merced
dos leguas de tierras realengas ubicadas en la otra banda del Arroyo de las
Saladas al Regidor Propietario Juan de Zevallos[xxiv];
tres años más tarde se mencionaron las estancias que tenían los jesuitas en la
otra banda del Carcarañá, que habían sido atacadas por los ‘‘indios’’, los
cuales causaron muertes y daños materiales[xxv];
en Buenos Aires no se mencionan mucho, aunque sí hubo casos de importantes
propietarios de ganado, lo cual bien puede ser indicio de la existencia de estancias,
como por ejemplo doña Gregoria Herrera y don Santiago, que registraron en su
momento 12.000 y 6.000 cabezas respectivamente[xxvi],
o el caso del difunto don Juan de Rocha, cuyas estancias en La Matanza se
recorrieron en 1749, y donde se encontraron 700 cabezas de ganado vacuno entre
grande y chico, además se registraron 130 orejanos, y el resto eran animales
con diferentes marcas y señales, las cuales no se identificaron todas debido a
su variedad[xxvii].
Respecto a la existencia o no de una
ganadería ‘‘mixta’’[8]
en la campaña rioplatense, bien podrían ser útiles los datos elaborados por
Carlos Mayo, quien analizó los inventarios de 66 establecimientos de Buenos
Aires correspondientes al período 1740-1820[9]:
Tabla
Nº 1: el ganado en las estancias de Buenos Aires (1740-1820)
|
|
Tipo
de ganado
|
Cantidad
|
Vacunos
|
59
|
Caballos
|
62
|
Yeguas
|
62
|
Mulas
|
26
|
Burros
|
24
|
Bueyes
|
42
|
Cerdos
|
3
|
Fuente:
MAYO, Carlos. 2004. Estancia y sociedad en la pampa (1740-1820). Buenos Aires:
Editorial Biblos, p. 40.
Otra alternativa fue la representada por las
recogidas de ganado[xxviii].
Aquí resulta preciso diferenciar entre las que se hacían sobre los ganados
alzados tanto en Santa Fe como en la Banda Occidental de Buenos Aires, de las
de cimarrones en zonas donde todavía los había en abundancia y para distintos
fines[10].
Y en este punto es en donde entraban en juego con un papel muy relevante las
tierras y ganados de ‘‘la otra banda’’ de aquellos ríos importantes que se
encontraban más allá de la ciudad y sus alrededores.
El primer tipo de recogida señalado consistía
en salir a juntar ganados que se alzaban o que se internaban en la campaña para
buscar agua. Los criadores salían a buscarlos y solían identificarlos por las
marcas y/o señales, lo cual trajo muchos problemas. El objetivo central era más
que las faenas, el devolver los ganados a las unidades productivas. Estas recolecciones
a campo abierto de alzados y sus crías, más el reparto de orejanos en prorratea[11]
entre los vecinos ganaderos eran algo común a comienzos del siglo XVIII[xxix].
La abundancia del ganado cimarrón en el Río de la Plata había permitido,
durante el siglo anterior, el desarrollo de una empresa recolectora-cazadora.
Pronto, algunos vecinos lograron hacerse de la propiedad de los ganados,
diferenciándose así del ganado cimarrón, que pertenecía a los vecinos
accioneros, pero que dejaría de existir en algunos puntos de la región hacia
comienzos del siglo XVIII, dando paso a otras explotaciones como las estancias
de alzados. En las mismas, las reservas de rodeo manso servían como fuentes de
grasa, sebo y cueros, y dichos animales se criaban con libertad, teniendo esto
como consecuencia la dispersión de los mismos durante el alzamiento (por causas
de motivos naturales como las sequías y la consecuente partida en busca de
aguas). Según Osvaldo Pérez, estas prácticas productivas tuvieron como elemento
dinamizador fundamentalmente la producción de cueros (ver Tablas Nº 2 y 3) para
el mercado externo, cuyo crecimiento en la demanda se dio antes del boom
causado por la apertura del libre comercio desde 1778, y que dicha demanda fue
amortiguada en primera instancia por los alzados y orejanos más que por el
ganado manso de las estancias[12].
Sin embargo, dichas prácticas anteriormente
mencionadas y descriptas predominaron en la Banda Occidental de la campaña
bonaerense y en las cercanías de la ciudad de Santa Fe. Por lo tanto, a partir
de ahora se hace hincapié en las recogidas que se hacían, para el caso de
Buenos Aires, en la Banda Oriental (parte del actual territorio uruguayo) y en
el de Santa Fe en los campos que se encontraban más allá de los ríos
importantes como el Uruguay, el Paraná y el Negro. Además, resulta preciso
analizar las problemáticas productivas, económicas y sociales en dichos
territorios de frontera, y cómo las autoridades (cabildantes, Alcaldes de la
Hermandad, comisionados, etc.) y los vecinos interesados trataron de
resolverlas.
Tabla
Nº 2: cueros exportados anualmente desde Buenos Aires
|
|
Período
|
Nº
de cueros
|
1700-1725
|
75.000
|
1725-1750
|
50.000
|
Fuente:
GARAVAGLIA, Juan Carlos. 1999. Pastores y labradores de Buenos Aires. Una
historia agraria de la campaña bonaerense 1700-1830. Buenos Aires: Ediciones de
la flor, p. 221.
Tabla
Nº 3: salidas de cueros ‘‘al pelo’’ desde Buenos Aires y Montevideo
|
|
Período
|
Nº
de cueros
|
1751-1778
|
2.595.985
|
Fuente: PÉREZ, Osvaldo. 1996. ‘‘Tipos
de producción ganadera en el Río de la Plata colonial. La estancia de
alzados’’, en AZCUY AMEGHINO, Eduardo (Director). Poder terrateniente,
relaciones de producción y orden colonial’’. Buenos Aires: Fernando García
Cambeiro, p. 158.
Las recogidas en ‘‘la otra banda’’:
características y problemas
Sin dudas, las recogidas de ganado vacuno que
se desarrollaban en la Banda Oriental o en los distintos márgenes de los ríos
Paraná y Uruguay (u otros) resultan un tema sobre el cual existe mucho para
discutir y desarrollar. En primer lugar, habría que preguntarse cuándo
comenzaron a darse estas prácticas o mejor dicho en qué momento empezaron a ser
importantes para la economía rioplatense. Para Juan Carlos Garavaglia, al menos
desde 1719 ya existía un ganado denominado ‘‘invernado’’ en Buenos Aires,
haciendo referencia a los animales alzados que se recogían en la parte
occidental y sobre todo a los cimarrones que todavía abundaban en el otro
margen del Plata[xxx].
En este sentido, las vaquerías tradicionales quedaron concentradas en los
campos entrerrianos y orientales, en donde la actividad fue tan importante que
fue necesario el repoblamiento ganadero[xxxi].
Con respecto a la finalidad de estas
recogidas y vaquerías que tenían lugar en las zonas rurales en donde todavía
abundaba ese tipo de vacunos, es más que evidente que estuvieron orientadas a
más de una necesidad y a diversas rutas mercantiles. Entre ellas se destacaron
la obtención de animales para el abasto de carne, las faenas para hacer cueros
y piezas de grasa y sebo, los envíos de animales en pie hacia el Alto Perú argentífero
y el repoblamiento de estancias de cría en donde hacían falta los animales[xxxii].
Son muchos los casos útiles para ejemplificar
esos rasgos de las recogidas en ‘‘la otra banda’’. Por ejemplo, en 1722 el Maestro
Francisco Arias Montiel pidió licencia para hacer vaquería sobre la acción que
tenía la ciudad en la otra banda del Paraná, debido a que en ese entonces se
encontraba sin medios de subsistencia para mantener a la población de su curato
ubicado en el pago de Coronda. Debido a que ya se habían dado cuatro permisos
ese año, el Alcalde Primero, el Alguacil Mayor y el Regidor, ante lo cual el
Alcalde Provincial y el Alcalde Segundo argumentaron que sí debían concederle
dichas licencias por haber prestados ‘‘buenos servicios’’[13]
para la población, mientras que el Gobernador solía dar permisos a quienes ‘‘no
beneficiaban a Santa Fe’’[xxxiii];
al año siguiente se nombró al Maestre de Campo Antonio Márquez Montiel para
representar a la ciudad de Santa Fe en Corrientes para averiguar las recogidas
realizadas en una y otra banda del río Corrientes y en la acción que tenía la
Cofradía del Santísimo Sacramento y que era arrendada por Santa Fe[xxxiv];
en 1726 el Capitán Simón de Larramendi, accionero en la otra banda del Paraná, pidió
licencia para recoger 4.000 cabezas, para atender ‘‘a su pobreza y su familia
crecida’’, sobre las que finalmente le concedieron 2.000[xxxv];
en 1727 le concedieron permiso al Capitán Gregorio Vergara para juntar 300
cabezas pasando el Paraná, con la condición de que trajera 50 para la ciudad[xxxvi],
un año después le dieron licencia a los vecinos del Valle del otro lardo del
Paraná permiso para recoger 1.000 animales para mantener a sus familias[xxxvii];
En 1735 se presentó un pedido de Francisco Antonio de Vera, quien quería 1.500
vacas a 5 reales por cabeza, de las que Juan de Rocha había obtenido en el
remate dispuesto por la ‘‘concordia’’, con el objetivo de repoblar las
estancias que poseía en la otra banda del Paraná[xxxviii].
Teniendo en cuenta los casos aquí citados, se
pueden destacar varias cuestiones importantes:
·
El Cabildo se encargaba de dar permisos
tanto para hacer vaquerías sobre las acciones de ganado cimarrón como recogidas
en ‘‘la otra banda’’.
·
En los territorios en donde
sobrevivieron por más tiempo los cimarrones, coexistieron las vaquerías
tradicionales y las recogidas de ganado.
·
Los vecinos estaban interesados en estas
prácticas productivas por distintas cosas: algunos querían carne para mantener
a sus familias, otros deseaban brindar los servicios necesarios a su población,
como el Maestro del curato de Coronda, mientras que otros eran mandados por los
capitulares a traer los animales obtenidos para el abasto de la ciudad[14].
En el caso de Buenos Aires, tanto las
funciones del Cabildo como las variantes económicas de las recogidas parecen
ser diversas. A comienzos de 1726, don Juan de Rocha, rematador de las dos
vaquerías anuales, ya había reunido en las cercanías del río de Areco parte de
las 13.000 cabezas de ganado que debían rematarse[xxxix];
un año después, el Cabildo ordenó que se informara a los estancieros de toda la
jurisdicción sobre el remate del ganado obtenido por las vaquerías[xl].
En los dos casos anteriores, puede ver que entre las funciones principales del
Ayuntamiento estaban el rematar el derecho de vaquerías anuales y el de
encargarse de repartir los animales recogidos.
Sin embargo, esas no eran las únicas
intervenciones capitulares. Entre otras, estaba el conceder licencias para
hacer sebo y grasa entre los vecinos solicitantes. En 1724 los cabildantes
porteños decidieron darle permiso a Jorge Burjes para que hiciera piezas de sebo
y grasa en Montevideo durante 4 meses, con la obligación de que las trajera
para el mercado de la ciudad[xli];
dos años más tarde, varios vecinos recibieron licencia por dos meses para hacer
piezas de ese tipo en la Banda Oriental: don Miguel de Sosa (100), Francisco
Arias (60), Lorenzo González (60) y Juan Ramírez (100)[xlii];
ese mismo año le dieron permiso a don Antonio Peso para pasar hacia el otro
lado del río y hacer 100 piezas[xliii].
En Santa Fe, el procedimiento era muy similar: en 1728 el Gobernador le dio
licencia al Cabildo para realizar 1.000 arrobas de sebo y 500 de grasa en la
otra banda[xliv];
en 1733 le dieron licencia a un sanjuanino para extraer una partida de sebo con
destino a aquella Provincia, la cual le fue concedida pero ‘‘que no sirviera
como ejemplo’’[xlv].
Con esos ejemplos, puede apreciarse la
importancia que tenían las faenas para obtener sebo y grasa[15],
pero lo más destacable para el objeto de estudio de este trabajo es, sin dudas,
que en la gran mayoría de los casos para el período, las mismas tenían lugar en
los campos de la Banda Oriental y en la otra banda del Paraná o el Uruguay. De
esta manera, podría contemplarse la idea de que estaban directamente relacionadas
a las recogidas de ganado en esos pagos y a la disponibilidad que aún tenían cimarrones,
y no tanto en relación a los alzados que había en los establecimientos
productivos ‘‘de este lado’’.
Por otra parte, hay que señalar que también
estaban aquellas solicitadas para obtener cueros, principal producto pecuario
de exportación para este período. En esos casos, el Cabildo también era el
encargado de dar los permisos y administrar los recursos. En 1723, por ejemplo,
se dio lugar para hacer 25.000 cueros en tierras de la Banda Oriental, los
cuales fueron fijados a 11 pesos por pieza, contra los 13 que valían los de la
Banda Occidental, donde para esa misma partida se consiguieron 15.000[xlvi];
mucho más avanzado el período, en 1749, Juan de Vargas solicitaba mediante
comprar cueros producidos en la Jurisdicción de Buenos Aires y cargarlos en el
navío ‘‘Nuestra Señora de la Luz’’, ya que no había los suficientes en otros
lugares, para lo cual creía necesario que se les permitiera a los vecinos hacer
las matanzas suficientes para que pudieran venderle todos los que necesitaba[xlvii];
ese mismo año, Gabriel Antonio Gómez pidió permiso para despachar desde Buenos
Aires a dos navíos que aguantasen hasta 350 toneladas, el cual se le concedió con
algunas condiciones: para cargar el navío con productos de la Jurisdicción, que
sean los más convenientes; que pagara los derechos correspondientes por dicha
acción; y que los pagara en todas las ciudades de la Provincia en las cuales
cargara productos[xlviii].
Aquí pueden notarse otras atribuciones
capitulares relevantes en relación a las recogidas, vaquerías y producción de
cueros:
·
El Cabildo daba permisos para hacer
cueros a los vecinos criadores de la ciudad.
·
El mismo se encargaba de fijar los
precios a los cuales debían venderse dichos efectos.
·
También debía autorizar la carga de los
navíos compradores de cueros.
En lo que respecta a la problemática del
artículo:
·
La mayor cantidad de los cueros,
aparentemente, provenían de otros puntos de la Jurisdicción, y fundamentalmente
de la Banda Oriental.
·
Parece ser que el stock ganadero era más
abultado en aquellos territorios.
·
Este rasgo puede apreciarse desde los
precios establecidos para las pieles extraídas en una y otra banda del Río de
la Plata, siendo más baratos los del actual Uruguay[16].
·
Parece ser que las tierras de ‘‘la otra
banda’’ eran más utilizadas para hacer cueros por los vecinos de Buenos Aires
que los de Santa Fe, en donde predominaron las faenas para sacar sebo y grasa[17].
Pero el Cabildo no estaba limitado
exclusivamente a todas estas funciones, ni tampoco los vecinos recibían siempre
un ‘‘Sí’’ como respuesta por parte de las autoridades. De hecho, hubo muchos
problemas que solucionar y limitaciones que imponer como consecuencia de los
mismos.
Sin lugar a dudas, un problema muy
significativo fueron los excesos que se cometían (ya fuera por parte de los
vecinos o de forasteros) durante las faenas en los pagos de aquellas zonas
denominadas como ‘‘la otra banda’’ de tal río, según el caso. Por ejemplo, En septiembre de 1720 se presentó ante los
cabildantes una copia del Gobernador Bruno Mauricio de Zavala, haciendo
referencia a los excesos cometidos en las extracciones de ganado vacuno de la
otra banda del Paraná y los campos de San Gabriel, culpándose a algunos vecinos
como Antonio Márquez Montiel y López Pintado, quienes para ese entonces ya
habían extraído unas 200.000 cabezas. Ante esto, los alcaldes prohibieron las
vaquerías en esos lados por 4 años, tanto para los vecinos de Santa Fe como
para los miembros de la Compañía de Jesús, al mismo tiempo que quedaba
restringido el traslado de cabezas de un lugar a otro[xlix];
en 1722 el Procurador General propuso que el Teniente de Gobernador fuera
mandado a romper bando para prohibir las extracciones de grasa y sebo[l];
ese mismo año ordenó al Alcalde de la Hermandad Andrés José de Lorca, que
recogiera las licencias que habían sido concedidas para hacer piezas de sebo y
grasa, y que además se ocupara de controlar las salidas de dichos géneros[li]; a
comienzos del año siguiente, se designó al Capitán Andrés de la Bastida con el
objetivo de evitar los abusos que se producían en las faenas en el otro margen
paranaense, para lo cual tenía que fijarse en que los animales recogidos lo
fueran en la cantidad autorizada, y que no se hicieran productos en forma
clandestina[lii];
en 1726, el Ayuntamiento porteño nombró a Bernardo Rocha como comisionado en la
Banda Oriental para reparar todos los excesos en los géneros, desórdenes y
delitos[liii];
en 1741 se ordenó a todos los
comisionados nombrados que se prohibieran las extracciones de grasa y sebo[liv].
Al analizar estas iniciativas, se podría
interpretar que:
·
El Concejo[18]
negaba las licencias a los vecinos en determinados períodos, seguramente por
falta de ganado disponible, o con el fin de evitar la extinción de los que
había.
·
Dicha institución nombraba autoridades
rurales como el Alcalde de la Hermandad y jueces comisionados, los cuales
debían ocuparse de controlar que las faenas se hicieran con licencia capitular
y en forma limitada, que no se produjeran irregularidades y desórdenes durante
las mismas, y de prohibirlas cuando fuera indicado.
·
Para proteger los planteles de vacunos
disponibles, no solamente se cerraban las recogidas y vaquerías, sino que también
trataban de impedir el traslado de haciendas de un lugar a otro[19].
Luego de este análisis sobre las recogidas de
ganado, las medidas concejiles y de mencionar algunos problemas que podían
perjudicar a las prácticas productivas, es necesario desarrollar otras
problemáticas sociales muy importantes en relación a la utilización de esos
campos y sus recursos.
Los problemas sociales vinculados a
la utilización de los campos de la ‘‘otra banda’’ en una sociedad de frontera
abierta
‘‘Estancias
sin cercos, reservas de ganado alzado abundantes en aquellos tiempos de sequía,
circuitos clandestinos de comercialización en el marco de una economía
mercantilizada, baja presión de la demanda de productos pecuarios, acceso
directo a algunos medios básicos de subsistencia, frontera abierta y una amplia
oferta de tierras de fácil acceso, son los rasgos estructurales que explican
aquella peculiar sociedad rural donde sobran los ganaderos y escasean los
brazos, donde la entrada al sector criador está tan abierta y los bordes son
todo menos herméticos, donde, en suma,
los hombres y los ganados disfrutan de una notable autonomía’’[lv].
Sin dudas, aquella extensa reflexión
elaborada por Carlos Mayo resume las características estructurales de la
sociedad rural rioplatense y la realidad de los campos y aquellas poblaciones
de frontera que vivían más allá de la otra banda del Plata o en los pagos del
actual territorio de la Provincia de Entre Ríos no escapaban a esto. Se trataba
de una sociedad móvil, una frontera abierta y de conflictos con las comunidades
indígenas que no carecieron en absoluto de importancia (fundamentalmente en la
jurisdicción capitular de Santa Fe), por la propiedad de la tierra pero
principalmente de los ganados que pastaban bastante libremente.
En este apartado la idea es ver cómo entraban
en juego y conflicto las poblaciones de la campaña en relación a las recogidas
de ganado, las faenas y las relaciones de frontera en los poblados de la Banda
Oriental (para el caso de Buenos Aires) y en la otra banda de los ríos más
destacados de los dominios del Cabildo santafesino.
La relación con los ‘‘indios infieles’’[20]de
las zonas fronterizas es un tema muy estudiado e importante para esta
investigación. Según Juan Carlos Garavaglia, la frontera se constituyó como
área de disputa entre ambas sociedades[21]
gracias a la oferta de tierras muy fluida que existía debido a la frágil
ocupación española por la inseguridad de las mismas, fue en donde se
conformaron relaciones entre las partes, ya que al mismo tiempo que luchaban
fuertemente por la dominación económica del espacio, tuvo lugar la adscripción
de indígenas en los establecimientos productivos y la constitución de una
diversa red de intercambios que las conectó entre sí[lvi].
En este contexto, los fortines también se constituyeron como centros
comerciales, y los mercachifles[22]
tuvieron influencia también hacia el interior de los territorios indígenas.
Respecto a su presencia en los establecimientos, podrían citarse varios casos
que aparecen en el padrón de 1726 (Buenos Aires), y que sirven para conocer
varias realidades: por ejemplo, de los 7 ‘‘indios’’ empadronados como cabeza de
unidad productiva, solamente uno era propietario de las tierras que ocupaba,
llamando la atención también que se tratara de una estancia[lvii];
el resto podría ser clasificados como ‘‘no propietarios’’, y es probable que
ocuparan las tierras como agregados o arrendatarios[lviii].
Y debe decirse que probablemente fuera así, porque salvo el caso de Joseph
(peón asalariado en la estancia que ocupaba), en el caso del resto no se especifica[lix].
Los que no aparecen como cabeza de unidad figuran generalmente como agregados,
peones o arrendatarios[lx].
Sin embargo, durante el período que
corresponde a este escrito, tuvieron particular importancia las incursiones
sobre el ganado y los establecimientos productivos, principalmente en el área
santafesina y su frontera con los ‘‘indios del Chaco’’ y demás pueblos de su
campaña oriental (como los charrúas). Claro ejemplo fue el de la gran incursión
de 1726 en Santa Fe, descripta de la siguiente manera: en la estancia de Páez
habían robado todos los ganados. El 31 de mayo pasado fueron muertos dos
soldados en el fuerte de Ramírez, llevándose los pocos animales que tenían, más
los caballos y mulas que traía un cordobés. El 21 de junio habían asesinado a
otros dos soldados en el fuerte de Santo Tomé, mientras que esa misma noche
asaltaron la estancia del Alférez Real Ignacio del Monje, en el rincón de
Gaboto sobre el Carcarañá, llegando hasta la esquina del río en donde mataron a
5 personas más, secuestrando además a dos mujeres y un niño. Ante todo esto, el
Cabildo informó que se haría cargo de la defensa de la ciudad, citando para eso
a las Compañías de Coronda, Salado y Los Arroyos, y ordenaron a los Alcaldes de
la Hermandad que trajeran a toda la gente que había en la otra banda del Paraná
junto con las vacas y caballos. Ese mismo atacaron el Rincón del Saladillo,
‘‘los muros de la ciudad’’, la estancia de los Jesuitas en el Paso Real y la
otra banda del Carcarañá, llevándose consigo varias cabezas de ganado y
causando muertes[lxi].
Con este caso pueden tomarse importantes datos: a) la existencia de establecimientos
productivos llamados ‘‘estancias’’ pertenecientes a vecinos, autoridades y
órdenes religiosas; b) los robos y daños causados por los ‘‘indios’’ se
concentraban, al menos en este caso, principalmente sobre los ganados, lo cual
habla de la importancia de este recurso para ellos en ese momento; c) el
Cabildo se comprometía a hacerse cargo de la defensa de la ciudad y sus
habitantes, para lo cual se movilizaba convocando a diversos funcionarios
civiles (Alcaldes de la Hermandad, comisionados) y militares (compañías de
soldados); c) Entra en juego otro recurso obtenidos en aquellas ‘‘otras
bandas’’, que si bien no se ha tratado puntualmente en este proyecto, era
fundamental: la gente, importante tanto como mano de obra como en los refuerzos
necesarios para cubrir la frontera.
Todos estos puntos pueden apreciarse en los
casos significativos tomados para la primera mitad del siglo XVIII, y también
en la campaña bonaerense. A mediados de 1735 se dispuso, bajo autorización
gubernamental[23],
de mandar a una expedición de 300 hombres armados para castigar a los charrúas,
causantes de ‘‘insultos y robos’’ en la jurisdicción, y además se informó que
dicha expedición estaba informada de la prohibición existente por 6 años sobre
las vaquerías[lxii].
Ya en 1750 se enfrentaron otra vez con los charrúas en el otro lado del Paraná
y tomaron 266 prisioneros[lxiii].
Más tarde, se informó que entre noviembre del año anterior y comienzos del
presente, se habían apresado 339 de ellos, que se encontraban custodiados en la
‘‘Gran Guardia’’ y asistidos por fray Gabriel Cristaldo y otros franciscanos. A
pedido de un cacique, que estaba sobre 81 familias, se propuso al Gobernador
que les fundaran un pueblo a 30 leguas hacia el Norte de la ciudad y cerca del
Río Salado, acompañados de una compañía de guarnición de 40 soldados[lxiv].
Respecto a la jurisdicción de Buenos Aires, también pueden encontrarse
conflictos similares con los aborígenes de la región como protagonistas, en
ambos márgenes del Río de la Plata: hacia 1723, el alcalde de primer voto propuso al Cabildo designar alguien
conveniente para recoger a la gente que se encontraba en los campos del otro
lado del río de La Plata
y controlar a los indios ‘‘minuanes’’[lxv];
el 12 de septiembre de 1725 se presentó ante el
Ayuntamiento una petición por don Juan de Illescas con una carta del capitán
Juan Pascual González en la que se quejaba de que los indios minuanes habían
causado varios daños a los grupos de vecinos que se encontraban en la Banda Oriental haciendo cueros[lxvi];
en 1740 el Alcalde de Primer Voto informaba al
Cabildo que el Gobernador y Capitán General había decidido mandar al Sargento
Mayor Pablo Barragán con 130 hombres a la frontera de la nueva población, cerca
de los pagos de Matanza y Magdalena, por alguna acechanza de los ‘‘indios
infieles’’, para lo cual se necesitaban víveres. Se trató el tema y se acordó
que dicho Alcalde solicitara 2/3 de yerba, 6 arrobas de tabaco y 4 quintales de
bizcocho[lxvii].
Además de la defensa de la frontera y la búsqueda de los recursos materiales y
humanos para dicha empresa, puede notarse otro rasgo fundamental de la época:
el establecimiento de nuevos poblados en aquellos campos, tanto de campesinos
hispano-criollos como pueblos de indios.
A su vez, tanto el recrudecimiento de las
hostilidades de los ‘‘indios’’ en el Litoral y procesos como las ‘‘rebeliones
comuneras’’ del Paraguay, generaron importantes movimientos de población por
toda la región, sobre todo entre 1720-1735[lxviii],
que sobre todo afectaron a Santa Fe y el papel de sus comerciantes como nexo entre
el Alto Perú, el Paraguay y el Río de la Plata. De hecho, los movimientos
fueron tan importantes que llegaron a conformarse poblaciones enteras en Buenos
Aires con vecinos de Santa Fe, como fue el caso de San Nicolás de los Arroyos[lxix],
lo cual puede apreciarse en los archivos y algunos padrones de la época. Por
ejemplo en el caso de Los Arroyos en 1726 (Ver Tabla Nº 4). Dichos movimientos
también pueden apreciarse a partir de los testimonios de la época, como por
ejemplo cuando los
vecinos de Santa Fe pidieron permiso para trasladar sus estancias desde Coronda
hasta San Nicolás de los Arroyos debido a las incursiones que estaban
realizando los indios[lxx].
Los miembros de la Sala
Capitular decidieron en común acuerdo permitir el traslado de ganados
desde la Jurisdicción
de Santa Fe hasta Buenos Aires y viceversa siempre y cuando los solicitantes
mostraran información clara de que esos ganados les pertenecían. Se nombró
comisionado para el asunto a Bernardino del Pozo, para que ejecutara las
diligencias correspondientes[lxxi].
Tabla
Nº 4: Pago de Los Arroyos (Jurisdicción de Buenos Aires) en 1726
|
|
Lugar
de procedencia
|
Nº
de cabezas de familia[24]
|
Santa Fe
|
42
|
Buenos Aires
|
1
|
Santiago del Estero
|
4
|
Córdoba
|
1
|
Perú
|
1
|
Total
|
49
|
Fuente:
ANH, Documentos para la Historia Argentina, Tomo X, Padrones de la ciudad y
campaña de Buenos Aires (1726-1810), pp. 143-144.
Asimismo, queda claro que los ganados no
fueron el único recurso de interés en ‘‘las otras bandas’’, donde el uso y
usufructo de la tierra también tuvo mucho que ver, para los vecinos de ambas
jurisdicciones. Casos concretos no faltaron durante este período: en 1723 el
Regidor Propietario Juan de Zevallos recibió en merced dos leguas de tierras
realengas en la otra banda del arroyo de las Saladas[lxxii];
al año siguiente se decidió conceder tierras en la otra banda del Paraná a los
vecinos que por allí se encontraban ‘‘derrotados’’, lo cual no fue bien visto
por la mayoría de los integrantes del Cabildo abierto, debido a que dejarían
caminos despoblados y así favorecerían el avance de los indígenas[lxxiii]; en 1740 el Procurador General pidió la
prohibición de los cortes de madera en las islas del Paraná para ‘‘personas
extrañas’’ y que no pudieran sacarlas de dicha jurisdicción, al mismo tiempo
que se revocó la medida adoptada diez años antes sobre el establecimiento de
chacras a tres leguas de la bajada del río hasta el ‘‘Paracao’’, recorriendo el
campo hasta Las Tunas, por los perjuicios que causaba el traslado sobre los
ganados[lxxiv].
Quedan en limpio varias características sobre
el tema:
·
El Concejo otorgaba tierras ubicadas en
los pagos que estaban más allá de los cauces del Río de la Plata, el Paraná o
el Uruguay.
·
Dichas tierras eran otorgadas a diversos
actores sociales, como lo fueron el Regidor Propietario Zevallos y los vecinos
‘‘derrotados’’ de la otra banda del Paraná. Las mismas podían ser utilizadas de
diferentes maneras, como por ejemplo el establecimiento de poblados o de
chacras.
·
También pueden apreciarse otros recursos
y alternativas explotados por las poblaciones en aquellos pagos, como la madera
y los traslados de ganados, ambas actividades sobre las cuales aparentemente el
Ayuntamiento se preocupaba, lo cual puede verse a partir de las iniciativas por
poner límites a los excesos.
A su vez, hay que tener en cuenta que en
paralelo a estas prácticas tenían lugar las ya descriptas vaquerías, recogidas
y faenas para hacer cueros, sebo, grasa, etc. La participación de los vecinos
porteños sobre los ganados de la otra banda puede distinguirse, además de los
testimonios anteriormente citados, a partir de los datos brindados por los
padrones de aquellos tiempos, como el de 1726 (en pleno período de extinción de
las vaquerías tradicionales, cuando la Banda Oriental comenzó a tener cada vez
mayor peso económico). Por ejemplo, durante el empadronamiento, unos cuantos
vecinos se encontraban ausentes haciendo faenas por aquellos rumbos: la familia
de Miguel Sánchez, vecino del pago de la Costa, se encontraba ‘‘haciendo faenas
en el monte’’[lxxv];
Bartolomé Portillo, paraguayo que vivía en tierras del Capitán Jacinto Verdún,
se encontraba en la Banda Oriental[lxxvi];
el Capitán Cristóbal Cabral, quien poseía una chacra en la Costa, tenía a sus
peones faenando en la otra banda en ese momento, al igual que el Capitán Juan
Joseph López, quien tenía peones del Paraguay que se encontraban haciendo
vaquerías[lxxvii];
los hijos del Capitán Pedro Lobo, estanciero de Luján, se encontraban ausentes
por el mismo motivo[lxxviii].
Por último, no hay que dejar de lado otro
problema importante: los enfrentamientos entre ambas jurisdicciones por los
recursos y tierras de las zonas en cuestión. Los mismos se dieron
fundamentalmente sobre la propiedad y el usufructo del ganado disponible,
destacándose los que se dieron durante la ‘‘concordia’’ establecida entre los
cabildos de Buenos Aires y Santa Fe entre ellos y la Compañía de Jesús[25]. Ante
esto, las autoridades capitulares tomaron partido y muy activamente, para
buscar los resultados más convenientes para sus poblaciones. A comienzos de
1722, el Teniente de Gobernador mandó un despacho desde Buenos Aires en el cual
hacía referencia a la demora por parte de Santa Fe en el cumplimiento de la
concordia celebrada entre ambas jurisdicciones y los jesuitas, y ante la
imposibilidad de poder tomar iniciativas al respecto por encontrarse ocupado en
la defensa de la ciudad, solicitó que se realizaran los 9 pregones para la
vaquería anual a realizarse en los campos de San Gabriel (en la otra banda del
Uruguay) por un total de 50.000 cabezas. Sobre ese total, 18.000 serían
destinadas al abasto de Buenos Aires, 6.000 al de Santa Fe. Esta ciudad podría
hacer faenas de sebo, grasa y cueros con licencias concedidas por el Cabildo
para cubrir las necesidades y las demandas de los navíos de registro. El
Cabildo santafesino consideró nula la concordia por establecer mayores
beneficios para Buenos Aires y la Compañía de Jesús[lxxix];
al año siguiente se trató
sobre la vaquería que se quería realizar en el Uruguay, considerando
perjudiciales las 30.000 cabezas de ganado puestas en Santa Fe establecidas en
la concordia con la Compañía
de Jesús, por la posibilidad de que hubiese fraude para conseguirlas y
reunirlas, se asignaron 10.000 al rematador de refacción sobre las otras
30.000. Se decidió proceder esa tarde al remate de dicho ganado, citando a las
partes para que estuvieran presentes, el rematador y los representantes de la
Compañía[lxxx].
En cuanto a este conflicto, puede
vislumbrarse, en primer lugar, la existencia de acuerdos entre ambas Salas
Capitulares. En segundo lugar, se ve como cada una buscaba sacar la mayor
ventaja posible para sus intereses. Por otra parte, la Compañía de Jesús parece
haber jugado un papel bastante destacable en la región como explotadora de los
ganados de la Banda Oriental, lo cual se ve en las cantidades de ganado que
recibía. Además, resulta importante ver cómo Buenos Aires y Santa Fe explotaban
simultáneamente los recursos de dicha campaña porque había carencia de
cimarrones en los campos más accesibles para sus centros de consumo. Es importante también apreciar cómo dentro de
dicha ‘‘concordia’’ entraban en juego no solamente los animales para el abasto
de carne, sino también las distintas faenas destinadas a la economía
mercantilizada de la época. Por último,
vale la pena resaltar la existencia, al menos durante este caso de 1722-1723,
de territorios y ganados cuya explotación no correspondía netamente ni a Buenos
Aires, ni a Santa Fe ni a los jesuitas (institución religiosa), por lo que hubo
la necesidad de tratar entre las tres partes para distribuirlos de la mejor
manera posible, con todos los problemas que esto tuvo aparejados.
Conclusiones
Luego de haber analizado los testimonios y
datos provenientes de las fuentes capitulares de Santa Fe y Buenos Aires y los
padrones de esa última jurisdicción, resulta interesante postular algunas
aproximaciones sobre el tema representado por la utilización de las tierras, ganados
y recursos de aquellas zonas rurales aledañas a las ciudades, y ubicadas más
allá de los importantes ríos, conocidas como ‘‘la otra banda de…’’.
·
A partir de la progresiva extinción del
ganado vacuno cimarrón en la Banda Occidental de Buenos Aires (hacia 1723) y en
la campaña más vinculada a la ciudad de Santa Fe (un poco más tarde), se fueron
consolidando otras prácticas productivas diferentes a las vaquerías
tradicionales: las recogidas de ganado alzado, la formación de estancias de
cría, y las recogidas de cimarrones en donde los había (práctica que
predominaba en las tierras del actual Uruguay y la Provincia de Entre Ríos).
·
Existieron diferentes alternativas
mercantiles para los productos pecuarios obtenidos de aquellas actividades: el
abasto de carne local, los cueros de exportación, la obtención de ganado en
pie, y la producción de piezas de sebo y grasa.
·
El Cabildo, como órgano de gobierno
local, tuvo una importante participación en materia económica y en las
prácticas productivas, tanto en los campos más cercanos a las ciudades, como en
las tierras de ‘‘la otra banda’’.
·
Las atribuciones con las que contaba
dicha institución, al menos en la práctica, parecieran ser bastante variadas:
nombramiento de vecinos accioneros sobre el ganado cimarrón (hasta la extinción
de este último), concesión de licencias para vaquear, recoger o hacer distintas
faenas sobre el ganado disponible (sebo, grasa, cueros, etc.), remate del
abasto de carne anual entre los vecinos criadores de su jurisdicción,
resolución de conflictos con otras jurisdicciones (por ejemplo, cuando los
cabildos de Buenos Aires y Santa Fe más la Compañía de Jesús entraron en
‘‘concordia’’ por la explotación de los recursos pecuarios que se disponían en
la Banda Oriental), nombramiento de funcionarios para evitar infracciones y
excesos (faenas ‘‘ilegales’’, producción excesiva, robos de animales, etc.).
·
En el contexto de una sociedad de
frontera abierta, se presentaron distintos inconvenientes para los vecinos y
las autoridades en los campos que estaban más allá del Río de la Plata, el Paraná
y el Uruguay (entre otros), entre los que se destacaron - más allá de los
excesos cometidos por los propios vecinos y forasteros que se acercaban desde
otras jurisdicciones-, las incursiones de los ‘‘indios’’ de la frontera. Estos
causaban destrozos, desórdenes y daños sobre las poblaciones y las producciones
rurales. Los cabildantes trataron de combatir dichos problemas nombrando
autoridades con facultades de accionar sobre los indígenas, como lo fueron los
comisionados o los Alcaldes de la Hermandad, al mismo tiempo que debía ocuparse
de la defensa de sus territorios conformando milicias y fuertes. Pese a esa
realidad, también existieron relaciones mucho menos hostiles con los nativos,
ya sea mediante intercambios comerciales, o con la participación de algunos de
los mismos en las explotaciones de los hispano-criollos como agregados o peones,
o incluso en las vaquerías y recogidas.
·
Otras problemáticas sociales fueron
durante este período las migraciones que se daban al interior de la región
litoraleña, quizás como consecuencia del recrudecimiento del avance indígena en
la frontera, lo cual parece haber afectado a algunos puntos rurales de Santa
Fe, tanto como para llegar a la necesidad de trasladas poblados y haciendas
completas hacia el Norte del actual territorio de la Provincia de Buenos Aires.
A partir de estas consideraciones finales, se
ha conseguido tener una visión importante en lo que respecta a las prácticas
pecuarias de la época, su relación con las autoridades, y cómo estas actuaron
no solamente sobre la economía sino también sobre problemáticas sociales
características de la frontera abierta. Sería interesante relacionar lo
obtenido en este trabajo con otros aspectos como el desarrollo de otros
problemas sociales y otras prácticas pecuarias (como la cría y comercialización
de mulares), o de la agricultura del cereal en el mismo contexto[lxxxi].
Fuentes
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Citas bibliográficas
[1] Profesor en
Historia (Universidad de Morón) y Especialista en Ciencias Sociales con mención
en Historia Social (Universidad Nacional de Luján). Actualmente se encuentra
finalizando la Maestría en Ciencias Sociales con mención en Historia Social en
la Universidad Nacional de Luján.
[2] Se aclara
que en las notas bibliográficas las fuentes aparecerán citadas de la siguiente
manera: Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires (AECBA), Archivo del
Cabildo (AC), Actas del Cabildo de Santa Fe (ACSF), y padrones de la ciudad y
campaña de Buenos Aires.
[3] Se hace
referencia a las expediciones de caza organizadas por el Cabildo y los vecinos
que tenían acción sobre el ganado vacuno cimarrón, y cuyo objetivo era
fundamentalmente la obtención de cueros para la exportación. Se aclara porque
en los documentos oficiales también se nombra de la misma manera a las
recogidas de ganado alzado en los campos más cercanos a Buenos Aires y Santa
Fe, y de cimarrones en la otra banda del Río de la Plata, o del Uruguay y el
Paraná, que tenían diversos fines como el repoblamiento de estancias, las
faenas para hacer distintos productos pecuarios y la obtención de ganados para
el mercado local y regional.
[5] Esta
denominación hace referencia a los campos correspondientes al territorio de la
actual Provincia de Buenos Aires.
[7] Se está
haciendo referencia a los campos de la actual Provincia de Buenos Aires y la
parte más cercana a la capital santafesina.
[8] Establecimientos
dedicados a la cría de diferentes especies de ganado y con distintas
alternativas económicas.
[10] Vale la pena
resaltar la diferencia entre ganados mansos, alzados y cimarrones. Los primeros
eran aquellos que estaban bajo control mediantemente estable de los vecinos
criadores en sus haciendas o estancias. Los segundos eran aquellos que se
marchaban de los establecimientos campaña adentro en búsqueda de mejores
fuentes de agua, o simplemente se dispersaban justamente por estar alzados. Y
los últimos eran los animales salvajes que rondaban por la campaña y que se
habían originado a partir de la dispersión de los primeros vacunos que trajeron
consigo los conquistadores.
[11] Los ganados
orejanos, es decir, aquellos que eran jóvenes y no estaban marcados (en teoría
no debían estarlo) eran repartidos proporcionalmente entre los vecinos. Por
ejemplo, 40 crías a un criador que tuviera 4 vacas con su marca. Vale aclarar
que los repartimientos no eran exactos.
[12] Se
recomienda para ampliar sobre este tema ver el trabajo de Osvaldo Pérez (1996).
‘‘Tipos de producción ganadera en el Río de la Plata colonial. La estancia de
alzados’’, en AZCUY AMEGHINO, Eduardo (Director). Poder terrateniente,
relaciones de producción y orden colonial’’. Buenos Aires: Fernando García
Cambeiro, pp. 151-184.
[14] Debe
entenderse como ‘‘abasto’’ no solamente al abastecimiento de carne de la
población, sino la circulación de ese producto de vital importancia por los
mercados locales y regionales.
[15] Estos
productos se utilizaban para la elaboración de otros géneros importantes, sobre
todo para el mercado local, tales como las velas, jabón, cera, etc.
[19] Se utiliza
el término ‘‘haciendas’’ para hacer referencia a los ganados que estaban bajo
propiedad de los vecinos.
[22] Mercaderes,
generalmente de poca monta, que circulaban por la campaña comprando y vendiendo
diversos productos.
[25] Los jesuitas
fueron importantes propietarios de tierras y ganados durante el período
colonial. Se recomienda consultar: MORNER, Magnus. 1985. Actividades políticas
y económicas de los jesuitas en el Río de la Plata. Buenos Aires: Hyspamérica.
[i] GARAVAGLIA,
Juan Carlos. Pastores y labradores de Buenos Aires. Una historia agraria de la
campaña bonaerense 1700-1830. Buenos Aires, Ediciones de la flor, 1999, p. 38.
[ii] FRADKIN,
Raúl; Juan Carlos GARAVAGLIA. La Argentina Colonial. El Río de la Plata entre
los siglos XVI y XIX. Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2009, p. 59.
[iii] MILLETICH,
Vilma. ‘‘El Río de la Plata en la economía colonial’’. En TANDETER, Enrique
(Director). Nueva Historia Argentina. Tomo II: la sociedad colonial. Buenos
Aires, Editorial Sudamericana, 2000, p.
214.
[iv] BIROCCO,
Carlos. ‘‘Alcaldes, capitanes de navío y huérfanas. El comercio de cueros y la
beneficencia pública en Buenos Aires a comienzos del siglo XVIII’’. En: III
Jornadas Internacionales de Historia Económica. Montevideo, Asociación Uruguaya
de Historia Económica (AUDHE), 2003, p. 1.
[ix] CONI, Emilio.
Historia de las vaquerías de Río de la Plata. Buenos Aires, Platero, 1979, p. 24; HALPERÍN DONGHI, Tulio. Historia
contemporánea de América Latina. Buenos Aires,
Alianza Editorial, 2010, p. 41.
[x] GARAVAGLIA,
Juan Carlos. Op. Cit., pp. 216-217; FRADKIN, Raúl. ‘‘El mundo rural colonial’’.
En: TANDETER, Enrique (Director). Nueva Historia Argentina. Tomo II: la
sociedad colonial. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2000, p. 270.
[xviii] MAYO,
Carlos. Estancia y sociedad en la pampa (1740-1820). Buenos Aires, Editorial
Biblos, 2004, p. 39.
[xix] WEDOVOY,
Enrique. La estancia argentina. Explotación capitalista o bárbara. Buenos
Aires, Mimeo, 1990, p. 29; MAYO, Carlos. Op. Cit., p. 39.
[xxi] AZCUY
AMEGHINO, Eduardo. ‘‘Hacendados, poder y estado virreinal’’. En: AZCUY
AMEGHINO, Eduardo (Director). Poder terrateniente, relaciones de producción y
orden colonial. Buenos Aires, Fernando García Cambeiro, 1996, p. 21.
[xxii] La estancia
colonial rioplatense es un tema que ha sido analizado desde diferentes
perspectivas (tamaño, orientaciones productivas, relaciones sociales de
producción, origen, entre otras) y a
través de diversas fuentes e interpretaciones sobre las mismas. Acerca del
debate sobre la misma, se recomiendan los siguientes títulos: WEDOVOY, Enrique.
Op. Cit.; FRADKIN, Raúl. ‘‘La historia agraria y los estudios de
establecimientos productivos en Hispanoamérica colonial: una mirada desde el
Río de la Plata’’. En: FRADKIN, Raúl (Compilador). La historia agraria del Río
de la Plata colonial. Los establecimientos productivos (I). Buenos Aires,
Centro Editor de América Latina, 1993, pp. 7-44; También aportaron mucho al
debate otros textos de la misma colección: HALPERÍN DONGHI, Tulio. ‘‘Una estancia
en la campaña de Buenos Aires, Fontezuela, 1753-1809’’, pp. 45-65; MAYO, Carlos
y Ángela FERNÁNDEZ. ‘‘Anatomía de la estancia colonial bonaerense (1750-1810)
’’, pp. 67-82; SALVATORE, Ricardo y Jonathan BROWN. ‘‘Comercio y
proletarización en la Banda Oriental tardo-colonial: la estancia de Las Vacas,
1791-1805’’, pp. 83-119; GELMAN, Jorge. ‘‘Nuevas perspectivas sobre un viejo
problema y una misma fuente: el gaucho y la historia rural del Río de la Plata
colonial’’, pp. 121-142; GELMAN, Jorge.
‘‘Una región y una chacra en la campaña rioplatense: las condiciones de la
producción triguera a fines de la época colonial’’. En: FRADKIN, Raúl
(Compilador). La historia agraria del Río de la Plata colonial. Los
establecimientos productivos (II). Buenos Aires, Centro Editor de América
Latina, 1993, pp. 7-39; Dentro de la misma compilación también pueden
destacarse: FRADKIN Raúl. ‘‘Producción y arrendamiento en el Buenos Aires del
siglo XVIII: la hacienda de la Chacarita (1779-84) ’’, pp. 40-69; GONZÁLEZ
LEBRERO, Rodolfo. ‘‘Chacras y estancias en Buenos Aires a principios del siglo
XVII’’, pp. 70-123; GARAVAGLIA, Juan Carlos. ‘‘Las estancias en la campaña de
Buenos Aires. Los medios de producción (1750-1850) ’’, pp. 124-208.; AZCUY
AMEGHINO, Eduardo. Op. Cit.; De ese mismo libro: HIGA, Mónica. ‘‘Tierra y
ganado en un pago bonaerense de antiguo poblamiento’’, pp. 97-124; GRESORES,
Gabriela. ‘‘Terratenientes y arrendatarios en la Magdalena: un estudio de
caso’’, pp. 125-150; MAYO, Carlos. (2004). Op. Cit.; GARAVAGLIA, Juan Carlos.
(1999). Op. Cit.
[xxviii] Para más
información general sobre este tema, ver: PELOZATTO REILLY, Mauro. ‘‘El
Cabildo, la ganadería y el abasto local en el litoral rioplatense, 1723-1750’’.
En: Actas de las Quintas Jornadas de Historia Regional de la Matanza.
Universidad Nacional de la Matanza, 2014, pp. 230-244.
[xxix] PÉREZ,
Osvaldo. ‘‘Tipos de producción ganadera en el Río de la Plata colonial. La
estancia de alzados’’. En: AZCUY AMEGHINO, Eduardo (Director). Poder
terrateniente, relaciones de producción y orden colonial. Buenos Aires, Fernando
García Cambeiro, 1996, p. 152.
[lvi] GARAVAGLIA,
Juan Carlos. Op. Cit., p. 40; FRADKIN, Raúl y Juan Carlos GARAVAGLIA. Op. Cit.,
p. 74; FRADKIN, Raúl. Op. Cit., p. 254.
[lxviii] GARAVAGLIA,
Juan Carlos. 1999. Op. Cit., p.44; FRADKIN, Raúl y Juan Carlos GARAVAGLIA.
2009. Op. Cit., p. 100.
[lxxxi] Para
profundizar sobre este tema, se recomienda consultar: GARAVAGLIA, Juan Carlos.
‘‘El pan de cada día: el mercado del trigo en Buenos Aires, 1700-1820’’. En:
Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana ‘‘Dr. E. Ravignani’’, Tercera
Serie, Nº 4, 1991, pp. 7-29.
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