El Cabildo, la ganadería y el abasto
local en el Litoral rioplatense, 1723-1750.
Mauro Luis Pelozatto Reilly[1].
Resumen
El siguiente
trabajo se centrará en el análisis de las medidas tomadas por el Cabildo de
Buenos Aires, en relación a la producción de diferentes derivados de la
ganadería vacuna, destinados fundamentalmente al abasto de la ciudad. El
objetivo central es apreciar dichas iniciativas capitulares y su relación al
mercado local. El período estudiado corresponde al de 1723-1750, el cual se
inicia con la extinción de las prácticas ganaderas conocidas como vaquerías,
haciéndose el recorte final justo a mediados de siglo, marcado por la división
de la campaña bonaerense en varias jurisdicciones capitulares (Buenos Aires y
Luján en el lado occidental; y Buenos Aires y Montevideo en la banda oriental).
Para eso, se analizarán fuentes de tipo político-administrativo pertenecientes
a dicha institución, extraídas del Archivo General de la Nación (a partir de ahora AGN): los Acuerdos del Extinguido
Cabildo de Buenos Aires (AECBA) y el Archivo del Cabildo de Buenos Aires
(ACBA), las que serán contrastadas con las actas del Cabildo de Santa Fe
(ACSF), disponibles en el Archivo General de la Provincia de Santa Fe (AGPSF),
utilizadas como fuentes secundarias, para pode apreciar las orientaciones de
las iniciativas de los cabildantes a nivel regional.
Introducción
Ya es sabido que,
si hay algo que caracterizó a la economía y a la sociedad rioplatense, desde la
fundación de la ciudad-puerto de Buenos Aires (1580) hasta por lo menos bien
entrado el siglo XVIII, ha sido, con todas sus diferencias, su carácter fundamentalmente
rural. Tanto la población como la producción estaban concentradas, en los
albores del siglo XVIII, en el campo y no en la ciudad, importante más que nada
por la presencia de las autoridades centrales (el Gobernador y el Cabildo),
centro religioso (sede del Obispado) y el puerto (punto de entrada y salida
para el comercio de exportación, tanto lícito como ilícito). Por su parte, las
áreas rurales tenían relevante importancia como zonas de producción de
productos agrícolas y ganaderos para el consumo y el mercado.
La idea que se ha
propuesto es la de hacer un estudio analítico sobre una característica central
de la producción rural, vinculada a las necesidades de la población –tanto para
los distintos núcleos sociales de la ciudad
como del campo- y las funciones de las autoridades locales (se hace
referencia a los organismos políticos de la ciudad como era el Cabildo[2]):
la producción de sebo, grasa y carne para el abasto de la ciudad, entendidos éstos
como recursos de suma importancia para la alimentación y la vida cotidiana.
Este trabajo se
centrará en cómo el Ayuntamiento porteño ha intentado, en mayor o menor medida,
regular las prácticas económicas y comerciales vinculadas al mercado local. Más
adelante, se intentará contrastar dichas iniciativas con las tomadas por el
mismo cuerpo pero correspondiente a Santa Fe de la Vera Cruz, para ver si
realmente la situación era la misma a una escala más amplia (el Litoral
Rioplatense).
Y es preciso aclararlo desde un comienzo,
porque el mercado porteño estaba muy lejos de ser, con diferencia, el centro
principal al cual se destinaba la producción rural. Estamos parados ante una
economía direccionada hacia varios frentes (mercados). Como muy bien definen
especialistas reconocidos como Juan Carlos Garavaglia y Jorge Gelman para esta
economía, ‘‘el elemento dinamizador del sistema es la demanda de alimentos y
medios de transporte para los mercados internos, así como de algunos derivados
pecuarios para el mercado exterior’’ (2003, p.108).
Sin lugar a
dudas, hay que hacerse la idea de que se trataba de una economía de carácter
mercantilizado en donde todos producen para un mercado, tanto grandes como
pequeños y medianos productores rurales (Garavaglia y Gelman, 2003, p.110).
Dentro de este mismo sistema, tenemos al menos dos rutas para los productos que
se originaban en las áreas campestres de la jurisdicción capitular: el mercado
interno, integrado por la ciudad de Buenos Aires –y su inmediata campaña-, las
ferias y puntos comerciales regionales y locales del Interior, los cuales se
fueron especializando regionalmente, siempre en función de los grandes centros
comerciales del Virreinato del Perú (Lima, Potosí); y por otra parte, un
mercado vinculado al comercio de exportación (ya sea comerciando productos con
los navíos de registro peninsulares instaurados por el monopolio de la Corona o
con comerciantes licenciados por compañías mercantiles como el Real Asiento de
Gran Bretaña, o ilícitamente con barcos de mercaderes europeos, principalmente
portugueses e ingleses que no poseyeran ningún tipo de permiso o registro
oficial). Sin embargo, se debe aclarar que en este caso ‘‘el desarrollo del
comercio no es sinónimo ni causa obligada del desarrollo del capitalismo’’
(Gelman, 1989, p.51). Consistía más que nada en una economía mercantil y de
rudimentario desarrollo dentro de las prácticas productivas.
Con respecto más
precisamente a la producción pecuaria, Juan Carlos Garavaglia sostiene que se
pueden percibir diferentes alternativas mercantiles. En primer término, estaba
el aprovisionamiento de carne para la ciudad. ‘‘Se constata que, al menos desde
1719, se nos habla del ganado invernado para referirse a los animales que, ya
sea que venían desde la campaña bonaerense o desde la Banda Oriental, estaban
destinados fundamentalmente al abasto de la ciudad’’ (Garavaglia, 1999, p.216).
A comienzos de 1725, para citar un ejemplo, se sabe que el Cabildo designaba un
encargado para reunir y hacer matanza del ganado vacuno para el abasto de la
ciudad[3].
En 1727 se lo ve, por otra parte, organizando y fijando plazos para la
realización de los menudeos[4].
En relación a estos
ganados, se podría afirmar que se trataba, al menos desde 1723, del ganado
recogido en la campaña bonaerense (incluyendo la Banda Oriental[5]).
Por eso mismo se intentará ver cómo intervenía el Ayuntamiento en estas
prácticas, partiendo de la base que estaban vinculadas no solamente a la
producción de cueros sino también a la obtención de demás ‘‘géneros’’ para el
mercado urbano (sebo, grasa, carne, etc.). El objetivo principal de este
trabajo se divide en dos ejes de estudio: primeramente, el de apreciar la
relación existente entre el Cabildo de Buenos Aires[6],
las recogidas de ganado y la producción de derivados pecuarios para el
abastecimiento de la ciudad. Se partirá de la base de que la sala capitular era
un órgano político activo en la regulación y organización de las recogidas, las faenas y la producción
ganadera. Además, se contrastarán algunas de dichas medidas con las tomadas,
durante el mismo lapso temporal, por su par de Santa Fe, para apreciar mejor
las diferencias y similitudes locales dentro de la región comúnmente conocida
como rioplatense.
Se analizará el
período 1720-1750, es decir, entre los años que van desde la extinción del
ganado vacuno cimarrón en esta banda del río (cuando los documentos consultados
para este trabajo dejan de describir a las vaquerías ‘‘tradicionales’’ dentro
de la zona rural de la actual Provincia de Buenos Aires, parte de la cual
pertenecía a la jurisdicción capitular) hasta mediados del siglo XVIII, ya que en
dicho decenio la campaña de Buenos Aires se dividió entre las jurisdicciones de
dos Cabildos (Buenos Aires y Luján, el cual comenzó a funcionar efectivamente
desde 1759), lo que supone también la división de las actas. Se utilizarán aquí
para ello dos fuentes políticas-administrativas centrales para esa época: los
acuerdos (la cual será mi fuente principal y más empleada, por ser la más clara
y ordenada) y el archivo del Cabildo de
Buenos Aires (el cual comprende una compilación de diversos manuscritos que
llegaban ante los alcaldes ordinarios) como fuente complementaria sobre estos
temas. Para intentar una aproximación mayor a nivel regional, se compararán los
aspectos extraídos de éstas fuentes con otra similar, integrada por la
compilación de actas del Cabildo santafesino, como fuentes secundarias.
El Cabildo
y las vaquerías
Desde comienzos
del siglo XVII, el ganado vacuno cimarrón (es decir, el compuesto por los
animales alzados que vivían en estado salvaje o semi salvaje) constituía un
importante recurso para los vecinos de Buenos Aires[7].
Éste se había originado en los animales que escaparon de los primeros rodeos
instalados por los conquistadores españoles desde la fundación de 1580. Ya muy
tempranamente en el siglo XVII, se puede ver al Cabildo tratando de tomar las
riendas en la organización de las vaquerías, las cuales consistían en
expediciones de caza encabezadas por vecinos para matar al ganado y extraer
productos del mismo, fundamentalmente cueros, los cuales conformaban el
producto pecuario de exportación más importante.
El problema de
estas prácticas era, como sostiene Tulio Halperín Donghi, el hecho de que se
trataba de ‘‘una ganadería destructiva, que caza y no cría el vacuno’’ (2010,
p.41). Por esta misma razón, ‘‘para evitar su explotación indiscriminada, el
Cabildo porteño procedió a matricular a los propietarios y reconocerles su
acción a ese ganado’’ (Birocco, 2003, p.1). Se trata de los vecinos ‘‘accioneros’’,
es decir, aquellos que eran autorizados por el Cabildo de la ciudad para encabezar
y realizar las expediciones de caza de vacunos cimarrones, para hacer faenas,
extracciones de pieles y vender dichos cueros a las embarcaciones que arribaban
al puerto (a los navíos de registro metropolitanos o a los barcos ingleses del
Real Asiento, según el caso). Estos casos pueden encontrarse muy tempranamente,
puesto que ya hacia 1608-1609 el Concejo municipal otorgaba este tipo de
‘‘acciones’’ entre vecinos reconocidos (Harari, 2003, p. 2; Birocco, 2003,
p.1). En cuanto al Cabildo de Santa Fe, las actas hablan de la autorización de
vaquerías por parte de dicho cuerpo desde 1594[8],
y de vecinos ‘‘accioneros’’ desde 1624[9].
Es decir, que dichas prácticas datan de entre fines del siglo XVI y comienzos
del XVII tanto en Buenos Aires como en Santa Fe, aunque tendrían desarrollos
diferentes.
Sin embargo, la
extinción del cimarrón lamentablemente fue progresiva y se terminó acabando
prácticamente en su totalidad en las zonas rurales de Buenos Aires (a excepción
de la Banda Oriental, como los pagos rurales de Colonia del Sacramento, los
cuales pertenecían a la misma jurisdicción). Según Fabián Harari, ‘‘en 1718 se
registra la última vaquería con salida por el margen occidental del Plata, en
adelante se hará por el puerto de Las Vacas. En 1732 la corona le quita al
Cabildo la facultad de efectuar ajustes’’ (2003, p.2). En documentos
consultados para este artículo (AECBA), a partir de 1723 no se describen más
vaquerías como las que predominaron en la campaña bonaerense occidental durante
prácticamente todo el siglo XVII, y empiezan a verse otro tipo de prácticas
ganaderas que, si bien son denominadas generalmente con el mismo nombre,
cambian en su organización y metodología, lo cual no es objeto de este trabajo[10].
Entonces, se podría partir de la base, aunque no exacta en absoluto, de que
entre las décadas de 1710 y 1730, el ganado salvaje disponible se fue
extinguiendo progresivamente en la banda oeste del Río de la Plata. Dentro de
la jurisdicción correspondiente a la Sala Capitular de Santa Fe, en cambio,
todavía se hablaba de vaquerías destinadas puntualmente a hacer corambre hacia
1750[11],
por lo que dicha institución siguió nombrando vecinos ‘‘accioneros’’ sobre el
ganado y permitiendo faenas[12].
Pues bien, no se
puede observar ni analizar a las vaquerías solamente como si hubiesen sido simples
expediciones depredadoras orientadas únicamente a la obtención de cueros para
exportar. Si bien la mayor parte de la carne se desperdiciaba, sobre todo en
las zonas rurales más distantes, debido a que en ocasiones el ganado era
sacrificado muy lejos de los mercados urbanos, no se trataba exclusivamente de
una práctica económica destinada al comercio de pieles de toro. Como sostiene
Raúl Fradkin, ‘‘la vaquería no tenía como único fin la extracción de cueros
sino que también se organizaba para la exportación de ganado en pie’’ (2000,
p.270). Por su parte, Garavaglia también habla de los envíos de animales en pie
hacia el Perú como otra orientación mercantil relacionada con la ganadería
vacuna (1999, p.217). Estos envíos de ganado vivo y en pie hacia las ferias del
norte (pasando por lugares tan distantes como Chile, las misiones jesuíticas,
Paraguay, Santa Fe, Córdoba, Santiago del Estero y Salta, etc.) estaban
directamente relacionados a la actividad minera altoperuana y el consumo de
carne de ciudades muy importantes como Lima (capital del Virreinato y sede del
puerto del Callao, fundamental para el comercio hispanoamericano). No sería
entonces muy erróneo decir que Buenos Aires todavía ocupaba un lugar de menor
importancia en relación a las ciudades anteriormente mencionadas. Vale resaltar
aquí que, al menos hasta bien entrado el siglo XVIII, la plata altoperuana
comprendía el 80% de las exportaciones que salían vía puerto de Buenos Aires
(Halperín Donghi, 2010, p.40). Recién ‘‘hacia 1740 se acentúa el proceso de
atlantización del sector meridional del espacio peruano. Las regiones de
Tucumán, Cuyo, Paraguay y Río de la Plata orientarán sus producciones hacia la
ciudad-puerto de Buenos Aires en la medida en que ésta participa en los
beneficios de una de las corrientes ilegales del metálico altoperuano. Es a
partir de mediados del siglo XVIII que se reafirma el papel de Buenos Aires
como mercado y centro de redistribución para un vasto conjunto regional’’
(Milletich, 2010, p.225). Durante la época estudiada en este artículo, podría
decirse que todavía Buenos Aires no tenía la importancia política ni económica,
que supo tener desde el último tercio del siglo XVIII (de allí, entre otras
cosas, la conformación del Virreinato del Río de la Plata para la mejor
administración de dichos territorios).
Pero lo que corresponde
a este artículo ahora no es desarrollar explicaciones acerca de los mercados
regionales y la importancia de la ganadería rioplatense para los mismos, lo
cual ameritaría otro –o varios- trabajos de investigación al respecto. Este
escrito se centrará principalmente en analizar la relación existente entre las
vaquerías, las recogidas de ganado y el abasto de carne (y otros productos)
para el mercado local urbano, haciendo hincapié en las medidas tomadas desde el
gobierno porteño. A continuación tratará de analizarse cómo el Ayuntamiento de la
ciudad de Buenos Aires trató de suplir las extintas vaquerías, y qué tipo de
medidas tomaron los cabildantes para organizar las prácticas ganaderas en
función no solamente de la obtención de cueros para el comercio local, regional
y (fundamentalmente) exterior, sino también para conseguir ganado bovino en
pie, carne para el abasto de los vecinos de la ciudad y otros efectos (grasa,
sebo, etc.). Durante el desarrollo, se contrastarán dichas medidas con las
tomadas (siguiendo la misma periodización) por los alcaldes capitulares de
Santa Fe, para apreciar ciertas similitudes y diferencias existentes a nivel
regional.
Las
recogidas de ganado y el abasto de carne
Ya se han
mencionado y descripto las características de las vaquerías y cómo éstas
terminaron con el ganado salvaje disperso por los campos de Buenos Aires (me
refiero al territorio de la actual Provincia correspondiente a los dominios
capitulares). Este proceso no es de menor importancia para la economía
rioplatense, puesto que, como bien dice Fernando Barba, la disminución primero
y la desaparición luego del ganado cimarrón obligaron a quienes habían
aprovechado las vaquerías, a modificar su modelo de actividad económica (2007,
p.1). Como sostiene Emilio Coni, ‘‘no es aventurado pensar que los vecinos,
mientras tuvieron ganado silvestre en cantidad y a la mano, prestaron poca
atención a la cría del doméstico. Por esto la desaparición de esa clase de
hacienda los encuentra con un stock doméstico sumamente reducido’’ (1979, p.24).
Esta falta de ganado cimarrón y la poca cantidad de animales disponibles que había
poblando las estancias de Buenos Aires, tanto las autoridades como los vecinos
y habitantes tuvieron que recurrir a otras maneras de explotarlo. Según Juan
Carlos Garavaglia, durante la primera parte del siglo XVIII, ‘‘muchas veces
este ganado era originario de la Banda Oriental y no de la campaña próxima’’
(1999, p.217), por las razones ya expuestas en el apartado anterior.
Respecto de los
fines de estas recogidas (en los documentos de la época se las suele denominar
‘‘vaquerías’’, aunque no tenían la misma organización ni la misma metodología
que las descriptas por los documentos antes del década de 1720), los mismos son
variados. Además del abastecimiento directo de carne para la ciudad y sus
pobladores:
‘‘Uno de los
objetivos de las recogidas de ganado que se estaban haciendo año a año en los
campos orientales y de las que hay muchos testimonios, era también el repoblamiento
de las estancias de cría y engorde de los vecinos de la banda occidental del
Río de la Plata que parecen estar bastante desprovistas en esos años’’
(Garavaglia, 1999, p.217).
Según las estadísticas tomadas como más
confiables por Carlos Mayo, el stock ganadero total en la banda occidental del
Plata no superaba las 300.000 cabezas (2004, p.34). Para citar un ejemplo
concreto, el 20 de abril de 1723
se presentó ante el Cabildo una petición por el Procurador general, don Juan de
Ribas, en la cual hacía referencia al estado de la campaña en ese momento y la
escasez de ganado vacuno, pidiendo que se hiciera una corrida general en las
pampas[13].
Ese mismo año, otro vecino, Diego Ramírez Flores, presentó una solicitud al Ayuntamiento
para que le dieran acción sobre el ganado cimarrón, la cual fue puesta en
discusión por falta del mismo[14].
Parece ser que, promediando la década del 20
del siglo XVIII, el ganado cimarrón se había extinguido por estos pagos,
mientras que muchos vecinos de la jurisdicción necesitaban ganados para
repoblar sus estancias, los cuales obtenían de las recogidas realizadas en la
‘‘otra banda de este río’’. Ya en 1723 se trató sobre un conflicto entre el
Cabildo de Buenos Aires y la Compañía de Jesús, tratado por primera vez en
noviembre de 1722, por la conservación, recogida y saca a través de la Ciudad
de Santa Fe de unos ganados que se encontraban en la Banda Oriental[15].
También se lo puede ver rematando el ganado recogido para repoblar estancias,
como lo hizo el 25 de enero de 1726, cuando ordenó que se informara a los
estancieros de toda la jurisdicción sobre el remate del ganado obtenido por las
vaquerías, puesto que Juan de Rocha, encargado de las recogidas, ya se
encontraba con el ganado reunido[16];
el 13 de abril de ese mismo año, se encontraron sin repartir de las vaquerías
de Juan de Rocha unas 1.780 cabezas sobre un total de 6.500. Al ser esto para
los cabildantes muestra de que la población de Buenos Aires contaba ya con
ganado suficiente para su manutención, decidieron repartir esos animales entre
instituciones religiosas[17],
que seguramente poblaban sus propiedades con los mismos; en 1749 se hallaron en
una de las estancias de Juan de Rocha 700 cabezas de ganado vacuno entre grande
y chico, 130 orejanos, mientras que el resto no tenían ni marca ni señal[18],
lo cual es indicio para pensar que habían sido recogidos y llevados hasta esa
estancia para poblarla. Tres años antes, se les concedió permiso a los miembros
de la Compañía de Jesús del Colegio de Santa Fe para que trasladaran 1.000
cabezas de ganado hacia allá ‘‘para la precisa subsistencia de aquel colexio’’[19].
Para la sociedad que se intenta analizar en
este artículo, la carne era un alimento primordial, y las medidas políticas
tomadas por los capitulares se orientaban en este sentido. Aunque no hay que
pasar por alto totalmente la importancia del trigo para el consumo interno en
esa época, pese a que no se desarrollará aquí dicha producción: por ejemplo,
‘‘en 1721 el Cabildo suponía que se necesitaban unas 15.000 o 16.000 fanegas
para alimentar a los porteños de entonces’’ (Garavaglia, 1991, p.9), lo que
indica una cantidad poco despreciable para el consumo y el mercado local. Volviendo
a la importancia del aprovisionamiento de carne y al ejemplo citado sobre el
conflicto entre el Cabildo y los jesuitas por la recogida y el traslado de
ganado hacia sus propiedades en Santa Fe, los miembros del Ayuntamiento
decidieron darle permiso a dicha Orden para llevarse el ganado que habían recogido
en la Banda Oriental, siempre y cuando primero pagaran la cantidad de 12.000
cabezas de ganado[20].
En este ejemplo se pueden ver dos cosas importantes para el objeto de estudio
de esta investigación: en primer lugar, la importancia del Concejo como institución
activa en la organización de las recogidas de ganado y la regulación de los
animales conseguidos en las mismas, en segundo lugar, la existencia de
propiedades rurales en manos de Órdenes eclesiásticas, las cuales, al menos en
los casos vistos en este trabajo, solían ser pobladas con animales recogidos en
la Banda Oriental y luego trasladados a las ‘‘haciendas’’; y por último, la
importancia poco menor del abasto de carne en la definición de las políticas
económicas capitulares.
Otra de las funciones del Cabildo era la de
sacar a pregón el derecho de abasto de carne y rematarlo entre los postores. Por
lo general, los vecinos hacían posturas sobre el abasto de carne y el Ayuntamiento
lo remataba en favor del mejor postor por ‘‘el bien de esta republica y sus
avitadores’’. Para citar un caso, el 8
de octubre de 1726 se presentó un auto proveído por el Gobernador, en el cual
hacía referencia a los pregones otorgados al abasto de carne en virtud de la
postura del Capitán Juan de Rocha por el que mandó que se hiciera cuanto antes
el remate de dicho abasto en la persona que fuera más conveniente para ese fin[21];
El 5 de abril de 1734 el Cabildo mandó a pregonar el abasto de carne anual de
la Ciudad[22]; el
4 de mayo de ese mismo los miembros del Cabildo acordaron, una vez dados los
pregones, que se saquen a remate y se dieran a quienes le fuera más favorable
al bienestar de la república, y que se informara de todo al gobernador[23];
El 13 de abril de 1737 se le dio concesión para abastecer de carne al mercado a
don Luis Giles, quien nombró como fiador
a don Esteban Gómez[24];
En enero de 1739 se presentó una petición en nombre de Luis de Giles, en la
cual hacía la misma postura para el abasto de carne que había presentado el año
anterior, la cual fue admitida por el Cabildo[25].
Pocos días después, Antonio Orencio del Águila mejoró la postura, ofreciendo
dar la res en pie a 10 reales y el cuarto a 2 reales[26];
En 1742 Joseph Correa de Sa hizo postura al abasto de carne para el corriente
año. Se admitió dicha postura admitiendo la posibilidad de mejoras sobre la
misma[27]. A
los pocos días hizo postura por 2 años el teniente Pedro Clemente, la cual fue
admitida y se continuó con los pregones[28];
El 16 de enero de 1747 los miembros del Cabildo acordaron la concesión de los
seis meses de matadero a José Ruiz de Arellano para el abasto de carne de la
Ciudad, la cual estaba experimentando una falta de la misma[29]; En 1750 el regidor y fiel ejecutor, Miguel
Jerónimo de Esparza, denunciaba ante el Cabildo que no encontraba quien pudiera
hacerse cargo del abasto de carne de la Ciudad, pues solo contaba con algunos
criadores que podían darlo por un tiempo de tres semanas. Los miembros del
Cabildo decidieron que se sacara a remate el abasto de carne y que se lo diesen
al mejor postor, y que durante las semanas que tardaran en preparar el remate,
el fiel ejecutor del Cabildo se encargara de buscar alguien que cubriera las
necesidades de carne[30].
En el caso de Santa Fe, puede registrarse a los cabildantes haciéndose cargo
del abasto de carne directamente (por no haber postores) muy tempranamente,
desde 1618[31].
Durante este mismo período, se los ve tomando medidas en relación al abasto de
carne: por ejemplo, en 1723 se obligó, por solicitud del Procurador General, a
los que habían hecho vaquerías a entregar 500 cabezas para el abasto local[32];
en 1744, le concedieron el derecho de abasto a
Fernando de la Calzada[33].
Podrían citarse muchos casos más, pero no tiene mucho sentido para los
objetivos de este trabajo analizar exhaustivamente la situación santafesina.
Luego de ver estos ejemplos, se puede afirmar: el Cabildo de Buenos Aires se
preocupaba frecuentemente por el abasto de carne de la Ciudad, sacando a remate
el derecho de abasto y carnicería y tratando de que cayera en manos del mejor
postulante siempre que fuese posible, mientras que la preocupación de su
similar santafesino no parece haber sido menor.
Regulación en la producción de los otros ‘‘géneros’’:
sebo, grasa y cueros
Pero no todo era carne para las necesidades
del mercado porteño, pese a ser uno de los principales alimentos –junto con el
pan, cuya producción y comercialización no se trata aquí-. Más, bien debería
sostenerse en este punto que ‘‘paralelo al abasto de carne para la ciudad y su
campaña, están las faenas para hacer cueros, sebo y grasa’’ (Garavaglia, 1999,
p.217). El cuero, como ya se ha dicho al comienzo de este escrito, tenía como
ruta principal el mercado externo (como materia prima para las fabricaciones artesanales
consumidas en importantes plazas europeas), mientras que los otros ‘‘géneros’’
(así se los denomina en los documentos) pecuarios como el sebo y la grasa se
dirigían ‘‘fundamentalmente hacia el consumo interno (la ciudad de Buenos
Aires) y en una segunda instancia se exportan hacia Chile vía Cuyo’’ (Garavaglia,
1999, p.217). En este tema también parece que el Cabildo bonaerense actuaba en
forma activa, y que tenía primordial importancia en la regulación y
organización de las diferentes prácticas, gracias a las medidas que tomaba.
La institución en cuestión se reservaba para
sí, entre otras tantas funciones, la de dar licencia o permiso para hacer
faenas y extraer cueros, grasa y sebo a los vecinos. Por ejemplo, en el acuerdo
del 4 de mayo de 1726, se presentó una petición de Don Gerónimo de Escobar para
hacer 100 piezas de sebo y grasa en la Banda Oriental en el plazo de dos meses[34];
en agosto de ese mismo año se presentaron ante la Sala Capitular 5 memoriales
pidiendo licencia para hacer sebo y grasa: don Miguel de Sosa pidió hacer 100
piezas de sebo y grasa en el lapso de dos meses; Francisco Arias para hacer 60
piezas; Juan Ramírez por 100; y Lorenzo González por 60. Se acordó aprobar
estas licencias fijando un plazo máximo de dos meses para la realización de
dichos géneros[35];
poco después también recibía permiso para hacer 50 piezas de grasa y sebo don
Juan de Soria, con un plazo de tres meses[36].
Empero, si bien estos casos son abundantes, no hay que enceguecerse y pensar
que siempre las repuestas del gobierno municipal eran positivas, ni que los
productores de estos menudeos actuaran siempre libremente, como se observará
más adelante.
Ahora bien, parece ser que las facultades del
Ayuntamiento en esta rama de la economía y la producción rural no finalizaban
en dar permisos para hacer las piezas de sebo y grasa solamente. No era extraño
ver a los cabildantes decidiendo sobre el destino de esas faenas de vacunos.
Volviendo al caso anteriormente citado de don Gerónimo de Escobar, sirve en
este punto resaltar que se le había concedido licencia para hacer las 100
porciones que quería pero con la condición de que trajera el total para el
abasto de la Ciudad[37];
lo mismo sucedió en los casos Jorge Burjes, quien hizo sus faenas en Montevideo
durante 1724[38];
lo mismo sucedió con las ya mencionadas cinco licencias otorgadas por los
capitulares en el acuerdo del 29 de agosto de 1726[39],
o en el caso de Domingo Monzón, quien también hizo sebo y grasa para el mercado
porteño en la ‘‘otra banda de este río’’[40].
Casos idénticos y similares abundan, y gracias a ellos es posible observar y
establecer lo siguiente: parece ser que la principal orientación del sebo y la
grasa producidos en la campaña rioplatense era el mercado de la ciudad de
Buenos Aires, y que, por lo menos, el Gobierno porteño se preocupaba porque no
faltaran estos productos a los vecinos.
Continuando con el análisis de la producción
de sebo y grasa, era muy frecuente, por no decir cotidiano, que el Cabildo se
encargara de regular las producciones, al igual que lo hacía con las de pieles
de toro. Para hacer mención de algunos casos reales, en 1740 el cuerpo
capitular mandó a los jueces comisionados a que prohibieran la saca de sebo y
grasa por los perjuicios que seguirían de no evitarse la misma[41];
dos años más tarde se dio representación por el Procurador General sobre las
extracciones que había de ganado vacuno hacia afuera de la Jurisdicción, como
para que se impidieran las faenas de sebo y grasa, para lo cual había
presentado un escrito al Gobernador y Capitán General, para evitar los
desórdenes que esto ocasionaba, proponiendo que se hiciera el repartimiento de
ganado entre los vecinos criadores para que pudieren matar en el matadero de la
ciudad según las posibilidades de cada uno[42].
En este punto, el Cabildo de Santa Fe también tomaba medidas similares, por
ejemplo cuando en 1723, para evitar los desórdenes que se producían en la otra
banda del Paraná en la faenas de sebo y grasa, se designó al Capitán Andrés de
la Bastida. Debía, además, verificar que las recogidas se hicieran por el
número autorizado, e impedir las clandestinas[43].
En marzo de ese mismo año, se copió un auto obrado por el Gobernador Bruno
Mauricio de Zavala, por el cual se aprobaba las suspensión de las licencias
para vaqueos acordada el año anterior, y el cierre de vaquerías y matanza en la
otra banda del Paraná, concediéndole facultad al Cabildo de Santa Fe para que
diera licencias para hacer faenas de sebo y grasa destinadas al abasto de la
ciudad[44].
También este organismo político se encargaba,
lo cual no es poca cosa, de fijar los precios de los productos en cuestión: el
23 de febrero de 1724, por ejemplo, el Cabildo bonaerense fijó el precio de la
grasa y el sebo por arroba, a 6 y 3 reales respectivamente[45];
asimismo, se ocupaba de establecer los precios de los diferentes efectos que se
elaboraban con el sebo y la grasa, haciéndose referencia aquí más precisamente
a los jabones y las velas. Aquí está la importancia de estos géneros para el
mercado urbano porteño, en su función como materias primas para la fabricación
artesanal de productos de consumo doméstico vinculados a la limpieza y la
iluminación, entre otras cosas. En 1723 el Cabildo fijó los precios del jabón
blanco a 1 real los 4 panes y 6 velas de ¾ también a 1 real[46];
ya en febrero 1736 el Ayuntamiento se manejaba de la misma manera, cuando
fijaba las 8 velas a 1 real y los 2 panes de jabón (ya fuese este blanco o
negro) a 1 real, mismo precio que tenían las 2 ½ libras de grasa[47].
Lo mismo sucedía en el caso de los cueros, pero no es preciso analizar esos
casos aquí, puesto que estaban más que nada vinculados al comercio de
exportación o a la venta en regiones americanas lejanas a la ciudad de Buenos
Aires. Sus pares de Santa Fe también tomaron medidas como esta, por ejemplo
cuando en enero de 1726 acordaron las siguientes tarifas (para los fletes de
embarcaciones desde la otra banda del Paraná): la carga de sebo, grasa, carne o
res muerta, a dos reales, el saco de trigo o sebo a 4 reales[48].
Al año siguiente, también pusieron los precios de la carne, el pan, yerba,
tabaco, azúcar, azúcar morena, vino y aguardiente, y además de mandó al Fiel
Ejecutor a visitar las tiendas y pulperías de la jurisdicción, para que pusiera
los aranceles[49].
Para citar otro caso más adelante en el tiempo, a comienzos de 1734 también establecieron
los valores monetarios del trigo y la carne, además de los aranceles para las
tiendas y pulperías[50].
Llegando al final de este período, el Cabildo santafesino continuaba colocando
los precios del pan, la carne, el vino y otros productos, siguiendo
prácticamente la misma metodología[51].
En síntesis, el Concejo municipal de Santa Fe también se encargaba de fijar
precios para los productos rurales que se embarcaban y/o se comercializaban a
nivel más localizado. Los ejemplos son bastante abundantes, pero no es el
objetivo citarlos a todos aquí[52].
En el caso de los cueros, producto
principalmente destinado para el consumo del mercado exterior, el Cabildo
también organizaba y regulaba su producción, además de su comercialización. Era
él quien se encargaba, entre otras cuestiones y problemáticas que surgían al
respecto, de dar licencias para hacer determinada cantidad de pieles y también
decidían cuando se harían dichas piezas, y las cantidades que se venderían a
los navíos de registro españoles o los barcos mercantiles del Real Asiento de
Gran Bretaña. En pocas palabras, habría que decir que los vecinos que querían
hacerlo, debían pedir permiso previo a los cabildantes para poder hacer,
comprar o vender cueros (facultad que le había asignado la Corona): en una
carta presentada ante el Cabildo en 1749, Juan de Vargas solicitaba mediante la
misma para comprar cueros producidos en la Jurisdicción de Buenos Aires y
cargarlos en el navío ‘‘Nuestra Señora de la Luz’’, ya que no había cueros
suficientes en otros lugares. Para esto pidió que se les permitiera a los
vecinos hacer las matanzas suficientes para que puedan venderle los cueros que
necesitaba[53];
ese mismo año, Gabriel Antonio Gómez pidió permiso para despachar desde el
puerto de Buenos Aires a dos navíos que aguantasen hasta 350 toneladas, el cual
le fue concedido con la condición de que para cargar el navío con productos de
la Jurisdicción, que sean los más convenientes; que pagara los derechos
correspondientes por dicha acción; que pague esos derechos en todas las
ciudades de la Jurisdicción en las cuales cargara productos[54].En
1744 los alcaldes cabildantes otorgaron un permiso a Francisco Rodríguez de
Vida para cargar su navío con los cueros que tenía hechos, sobre los cuales
había presentado una cuenta previamente. Ese mismo día le negaron esa misma
concesión a otro vecino de la ciudad, Juan Vicente Betolasa, porque los cueros
que éste tenía acumulados excedían la carga máxima permitida[55].
Para el caso de Santa Fe de la Vera Cruz, en diversos acuerdos como el del 23
de marzo de 1729, se menciona que los capitulares tenían la función de conceder
licencias para hacer cueros, sebo y grasa[56];
en 1732, se menciona que el vecino Jacinto Flores, un indio de la reducción de
Santo Domingo Soriano llamado ‘‘Antoñuelo’’, y un español de apellido Monzón se
encontraban desde hacía 3 años haciendo continuas faenas de sebo, grasa y
cuero, teniendo para ello licencia del Cabildo[57].
En este caso, el cuerpo capitular tampoco respondía siempre positivamente a las
peticiones de los vecinos: en 1735, se trató sobre unos vecinos de Corrientes
que efectuaban extracciones de ganado, cueros, sebo y grasa ‘‘transgrediendo la
disposición vigente’’[58].
A modo
de conclusión sobre ello, se podría afirmar en forma de aproximación, pero sin
mucho miedo a la equivocación, que el Cabildo porteño tenía la facultad (parece
que su par de Santa Fe también), entre otras, de regular la producción de
cueros y en cierta medida también de permitir –o no- su exportación, y también
condicionarla según lo que considerara para el ‘‘bien público’’.
Conclusiones
Las intenciones estaban muy lejos de pretender
analizar todo el universo compuesto por las relaciones sociales y la
organización productiva de la economía rural rioplatense de este período. Más
bien, se buscó desde un principio un objeto de estudio mucho más acotado y
puntual, para poder apreciar cuáles eran las funciones del Cabildo de Buenos
Aires y de qué manera participaba en la organización y regulación de prácticas
económicas y productivas precisas como las recogidas de ganado y las faenas
destinadas a hacer carne, cueros, grasa y sebo. En segundo lugar, se trató de
contrastar las medidas llevadas adelante por los alcaldes ordinarios bonaerense
con las de sus pares santafesinos, para poder apreciar la importancia del
abasto de carne y otros géneros pecuarios (grasa, sebo, cueros y sus
derivaciones) para el mercado y el consumo local, aunque a escala regional.
A modo
de conclusión, se podría sostener que el Ayuntamiento (en los dos casos vistos)
tuvo un papel muy activo en la toma de medidas vinculadas al abasto de carne,
la producción y exportación de cueros, y la producción de otros efectos dentro
de los territorios de su jurisdicción. A su vez, se puede decir que las
funciones del Concejo eran bastante diversas, puesto que iban desde la
organización de las ‘‘vaquerías’’ (recogidas de ganado cimarrón en la Banda
Oriental desde 1723 aproximadamente) hasta la prohibición de las faenas para
extraer tanto pieles como piezas de sebo y grasa, pasando por los pregones que
sacaba para el abasto de carne citadino, la regulación de los precios (tanto
del sebo y la grasa como sus derivados principales, las velas y el jabón, entre
otros productos que se comerciaban en el mercado citadino), etc.
Por otro lugar, se ha podido extraer en claro
otra conclusión provisional que no se había planteado tan detalladamente: la
gran importancia que tenía para el Ayuntamiento y sus integrantes el mercado
interno, y más precisamente el de su ciudad, sobre todo en relación a
necesidades básicas para la vida humana como la alimentación, siendo fiel
reflejo de esto los innumerables casos (de los cuales se han seleccionado y
citado algunos por cuestiones de análisis) en los cuales se ve a dicha
institución tomando las medidas necesarias para que no faltara nunca el abasto
de carne para los vecinos de su ciudad.
Fuentes
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AGN, AECBA,
Serie II, Tomos V a IX: Libros XVIII a XXVII.
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AGN, ACBA,
19-2-2 y 19-2-3.
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[1] Profesor en
Historia por la Universidad de Morón (UM). Año de egreso: 2012. Actualmente se
encuentra realizando las carreras de Especialización y Maestría con mención en
Historia Social en la Universidad Nacional de Luján (UNLu).
[2] Para no ser tan
repetitivo, se utilizarán diferente sinónimos para la palabra Cabildo:
Ayuntamiento, Municipio, Gobierno Municipal, cabildantes, alcaldes capitulares,
Sala Capitular, etc.
[5] Algunas zonas
rurales de la Banda Oriental pertenecían a la jurisdicción del Cabildo de
Buenos Aires, como por ejemplo las áreas rurales circundantes a la ciudad de
Colonia del Sacramento.
[6] Para no ser
reiterativo, a partir de ahora se denominará al Cabildo de otras formas:
Ayuntamiento, Concejo, Gobierno municipal, cuerpo capitular, alcaldes
capitulares, cabildantes, etc.
[7] Se aclara que en
este trabajo se hace referencia a ‘‘Buenos Aires’’ teniendo en cuenta solamente
la jurisdicción del Cabildo. Vale la pena resaltarlo, ya que existían otras
jurisdicciones que correspondían a otras autoridades y que estaban compuestas
por diferentes territorios.
[15]AGN,
AECBA, Serie II, Tomo V: Libros XVIII y XIX, p.45.
[17]AGN,
AECBA, Serie II, Tomo V: Libros XVIII y XIX, p. 616.
[22] AGN, AECBA, Serie II, Tomo VII:
Libros XXIII y XXIV., p.45.
[23] AGN, AECBA, Serie II, Tomo VII:
Libros XXIII y XXIV., p.45.
[25] AGN., AECBA, Serie II, Tomo VIII:
Libros XXIV y XXV., p.16.
[27] AGN., AECBA, Serie II, Tomo VIII:
Libros XXIV y XXV., p. 318.
[36]AGN,
AECBA, Serie II, Tomo V: Libros XVIII y XIX., p.687.
[37]AGN,
AECBA, Serie II, Tomo V: Libros XVIII y XIX., p.620.
[38]AGN,
AECBA, Serie II, Tomo V: Libros XVIII y XIX., p.424.
[39]AGN,
AECBA, Serie II, Tomo V: Libros XVIII y XIX., p.666.
[42]AGN,
AECBA, Serie II, Tomo VIII: Libros XXIV y XXV., p.329.
[52] Consultar las
Actas del Cabildo de Santa Fe, disponibles en el Archivo General de la
Provincia de Santa Fe.
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